Bilbao - El biatlón es una modalidad que mezcla el esquí de fondo con el tiro al blanco. La combinación exige resistencia, fuerza, destreza, potencia, capacidad de sufrimiento y el pulso sereno y frío de un francotirador obligado a dar en el blanco con las pulsaciones desbocadas. En Anterselva, en su versión italiana, o Antholz, en la alemana, en su estadio de biatlón, sede en cinco ocasiones de los Campeonatos del Mundo de la especialidad, dio en el blanco Nans Peters. En el idílico Tirol, allí donde la cabeza de Italia duerme en la almohada de Alemania, Mikel Landa, como un feroz competidor de biatlón, disparó al podio del Giro. Lo tiene a tiro. “Me gustaría estar en el podio, pero la prioridad es el liderato de Carapaz”, expuso Landa. El podio saluda al de Murgia de más cerca. Apenas le separan 47 segundos después de que recortara 19 segundos a Primoz Roglic, el guardián del cajón. “Los segundos son siempre buenos”, estableció Landa tras otra jornada a toque de corneta.

El alavés, irreverente, escaló montaña arriba en un puerto de 5,5 kilómetros al 6,9% con pendientes del 12, para cargar la carabina de su ambición, con la que busca el podio de Verona, custodiado por Roglic, otra vez perdedor en la mesa de póquer. “Para mí lo importante es que me mantengo sano y de una pieza. Seguro que la lucha la tendremos hasta el final”, desgranó. Landa le reta. El alavés, impulsivo y valiente, acudió a la llamada de la montaña para buscar el podio de la carrera toda vez que Richard Carapaz se maneja de maravilla en el liderato. El de Murgia se impulsó a través de su corazón para cazar 19 segundos respecto a Roglic y Nibali, ambos el centro de la diana de Landa. El alavés, un inconformista, completó un magnífico biatlón de 3 kilómetros. Cambió los esquís por los pedales para reclamar el podio mientras protege a Carapaz, el líder que rascó otros 7 segundos a Nibali y Roglic. Landa se convirtió en un Bersagliere. Así se conocía a la infantería italiana que se desplazaba en bicicleta. Bersagliere significa tirador certero. Lo fue Landa.

Los Bersagliere disponían de bicicletas plegables para moverse por terrenos abruptos y montañosos. Se echaban la bicicleta a la espalda. También el fusil. Las armas de Landa. Cargado con la pólvora de sus piernas y la puntería intacta, Landa se movió por la montaña, donde nació. Pertenece a ella. Hijo de Murgia, el Belén de Landa fue el portal de Gorbea. Para el alavés, alcanzar a pedales el Santuario de la Virgen de Oro a través de sus cuestas, -un Mortirolo para quien de pequeño imagina gestas-, fue un juego de niños, como aquellas escopetas de plástico que disparaban corchos. Landa regresó a la infancia en Anterselva cuando Miguel Ángel López, inquieto, siempre dispuesto para el combate, convulsionó el grupo de favoritos, donde respiraban Carapaz, Landa, Nibali, Roglic, Carthy, Pozzovivo? El empeño de López, un Superman con la capa descolorida, tuvo una duración efímera. Champán del malo. Sin embargo, el brindis al sol del colombiano fue una invitación para el burbujeante Landa, que se activó de inmediato. Acto reflejo. “Hacía mucho aire lateral, he visto que el grupo se ha estirado y he decidido ir hacia delante”, analizó Landa. El alavés escuchó el disparo y vio el vuelo del corcho. Enredó. Va en su genética. Le gusta la fiesta.

Bendecido por Carapaz, estrujó el manillar por la parte de abajo, como los velocistas, y esprintó montaña arriba. Al asalto. Seducido por la voz sensual de la cumbre, no atendió a nadie, solo a su instinto animal. Landa es transparente. Primario. El alavés danzó sobre los pedales. Ágil y poderoso, dejó tiesos al resto salvo al esforzado Carthy, que se enganchó como pudo al escape Landa. El de Murgia arrancó el retrovisor. No le sirve el espejo. No corre con ojos en la nuca. Los necesitaba para apuntar. Nibali, Carapaz, López y Roglic se miraron para hablar sin decir palabra. El lenguaje de la agonía. No sobraba aire bajo la severa mirada de Hochgall, una mole de más de 3.000 metros. Una pirámide sin faraones. Solo aristas, nieves y roca. La postal ideal de Landa. Su paraíso.

Así que en un puerto tendido, en el famélico día después del Mortirolo, Landa se encrespó. Su cresta retó a Roglic, el primero entre los patricios en defenderse a duras penas. Al esloveno le duele el cuerpo. “Creo que estoy recuperado de la caída, pero todavía tengo algo de dolor en el pecho. Mi estómago está mejorando, así que puedo ser optimista al respecto. Afecta un poco a la forma de pedalear, por supuesto que no ayuda, para nadie sería fácil”, expuso. Nibali, siciliano viejo y diablo, quiso que el esloveno se fundiera. El ritmo de Roglic no daba para alcanzar a Landa, que se deshizo de Carthy, incómodo en el compartimento del alavés. Nibali comprendió que Roglic no les acercaría y dispuso a Pozzovivo para mantenerse con decoro. El Tiburón tenía los dientes de leche. Los de Landa, apretada la mandíbula, eran unos cuchillos que rebanaban segundos. Tomó una veintena de segundos de renta.

el líder, sólido En el Giro, los segundos son oro. Carapaz lo sabe. “Conseguí esa pequeña ventaja que puede servir de mucho al final”, analizó el líder. El ecuatoriano estudió a Nibali. Vio que se le arrugaba la nariz. Le descubrió la grieta. La máscara del siciliano se resquebrajó. El líder decidió largarse. Pegó un estacazo para clavar a Nibali y Roglic, ambos con el molde, sin más respuesta que la de agachar la cabeza. Carapaz se reunió con el reanimado López, que nunca cede. Se lo impide el orgullo. El colombiano y el ecuatoriano tiraron a tope. Peters, por delante, era un puñado de confeti en su estreno en una grande. El alavés entró en el circuito de biatlón después de otra aparición fulgurante, mientras Nibali y Roglic curveaban, enmadejados ambos ante le empuje de Landa y Carapaz. El siciliano y el esloveno acumularon un retraso de 19 segundos con el alavés y 7 con el líder, dichoso. Dos veces contento. Por los segundos ganados y por su 26 cumpleaños en Anterselva. En su diana, Landa disparó al podio del Giro.