Hora de levantarse
Miribilla rozará el lleno en el regreso a las canchas del Bilbao Basket después de un parón competitivo repleto de cambios y polémica
Bilbao - Han pasado doce días desde la última vez que el Bilbao Basket saltó a competir a una cancha de baloncesto, pero parece que ha transcurrido una eternidad. Doce días sin encuentros en una época caracterizada por las apreturas de calendario resultan un fenómeno extraño que se multiplica si, como ocurre en el caso de la entidad de Miribilla, ese paréntesis rebosa cambios, polémicas, debates, decisiones drásticas y enfados. Tras perder en Murcia, la opinión generalizada era que el equipo necesitaba un parón, un cese temporal de actividades, un reseteo mental, que los que tuviesen que viajar con sus selecciones lo hiciesen y aprovecharan para desbloquear sus cerebros, atascados tras tanta derrota acumulada; que los que se quedaban en Bilbao aprovecharan para reposar sus cuerpos y liberar tensiones, pero visto lo ocurrido lo mejor que les puede acontecer a los hombres de negro y a la marea negra es que el regreso a las canchas está ya a la vuelta de la esquina: pasado mañana, 12.30 horas, visita el Bilbao Arena el San Pablo Burgos en un choque importantísimo tanto a corto como a medio plazo.
En estos doce días sin baloncesto, salvo un amistoso a puerta cerrada contra el Zornotza, ha llegado a Bilbao un nuevo refuerzo, Devin Thomas (llevará el número 2 en su camiseta) y, sobre todo, se ha vivido un tumultuoso relevo en el banquillo del conjunto vizcaino con el cese de Carles Duran y la llegada de Veljko Mrsic. Días que debieron ser de tranquilidad, paz y sosiego, al menos de puertas para afuera, se convirtieron en jornadas polémicas que han generado malestar en gran parte de la masa social, insatisfecha por la forma de gestionar el asunto por parte del club y por la desprotección a la que sometieron al técnico catalán desde que el miércoles de la pasada semana el presidente y el director general de la entidad de Miribilla argumentaran públicamente que no podían asegurar que Duran fuera a sentarse en el banquillo ante el Burgos. Su destitución no llegaría hasta cuatro días después tras una concatenación de acontecimientos, filtraciones y explicaciones tan desatinadas como incompletas.
Como en el Bilbao Basket está visto y comprobado que por muy árido que sea el momento deportivo las noticias que se producen en la cancha acostumbran a ser mejores que las que se generan en sus despachos, el hecho de que pasado mañana se retome la competición es ya, de por sí, una buena noticia, más aún cuando parece que en Miribilla se rozará el lleno gracias al buen hacer del club en este sentido. Porque toca hacer borrón y cuenta nueva y el choque contra el San Pablo Burgos debe suponer un punto de inflexión que lleve a los hombres de negro a reconducir su mala racha de resultados. Una victoria tranquilizaría mucho las cosas, no solo porque alejaría a tres triunfos la temida zona de descenso, sino porque recalcaría, tras haber batido ya a Betis, Zaragoza y Gipuzkoa Basket, la autoridad del conjunto vizcaino ante rivales de parecidos galones a los suyos.
El desembarco de Mrsic debería ayudar. No tanto porque al técnico croata le haya dado tiempo a cambiar demasiados rasgos grupales para adaptarlos a su libro de estilo, sino porque la llegada de un nuevo técnico acostumbra a agitar los vestuarios. Los jugadores suelen tratar de agradar al nuevo jefe, aquellos que ostentan los galones levantan las orejas ante la posibilidad de un cambio de ecosistema y los que gozan de menor rango encuentran una oportunidad de mejorar su estatus. El balcánico comunicó una gran claridad de ideas y de mensaje en su presentación ante los medios de comunicación. Vino a decir que el primer paso hacia la recuperación debe ser la solidez defensiva y que es labor del propio grupo eliminar las impurezas que puedan existir en el colectivo, que deben ser los fuertes, los líderes, los que involucren a los más débiles y les ayuden a la hora de avanzar y evolucionar. Ahora solo hace falta que el vestuario compre la idea porque es la única forma de que las intenciones y las palabras, buenas y bonitas, se conviertan en hechos.