Amaneció el Día D. Y, en contra de lo que se podría suponer, ningún hincha del Manchester United apareció subido en lo alto de la chimenea de la vieja fábrica de Etxebarria, nalgas al viento, dispuesto a ofrecer una emocionante función de balconing a la bilbaina. Todo lo contrario. Urbanidad y buena educación en las primeras horas de la esperada jornada de desembarco en las playas de la final de la UEFA Europa League.

La fan zone mancuniana se iba llenando de grupos que se aproximaban como reclamados por una especie de llamada mística que solo ellos eran capaces de escuchar. Muchos círculos de gentes vestidas con las camisetas rojas. Parecían cocodrilos esperando que el sol les calentara lo suficiente para empezar a depredar cerveza. Una de las txosnas de la fan zone tenía en palés tras la barra más de 350 barriles de cerveza. El fútbol da mucha sed.

Más aficionados salpicaban, recostados en la hierba, el resto del parque. Era como si estuvieran conectando su corazón del Manchester de la industria del hierro con la memoria de ese suelo que sostuvo durante décadas unos altos hornos. En las hamacas del mobiliario urbano de la zona verde se encontraban, derrotados por el viaje o por el trasiego de la noche, otros, tan pálidos y desmejorados, que parecían aguardar su propia autopsia. Un cantante guitarra en mano interpretaba Build, de los House Martins, desde el escenario. Algo suave para empezar.

El negocio a la entrada de la fan zone red no era vender bufandas o txapelas con el escudo del club. Si a alguien se le hubiera ocurrido plantarse allí con un cartel en inglés que dijera “Te hago una foto con tu móvil por una libra”, se hubiera forrado. No entró nadie sin sacarse una foto.

A eso de las doce y media del mediodía, mientras el helicóptero de la Ertzaintza fatigaba las nubes y los oídos, bajaba la tropa del United por las Calzadas de Mallona. Los más, que descendían, animaban a los menos, que subían los peldaños con el color de la camiseta en la cara y el sudor en la frente, como penitentes camino a Begoña.

Ambientazo, civilizado, en la Plaza de Unamuno. Terrazas conquistadas. En una de ellas hasta habían puesto la bandera de los All Red de Littleborough. Los trabajadores de las obras de mejora del Museo Vasco cumplieron su misión de controladores de la situación: cuando amenazaban los británicos con algún amago de cántico, le daban a tope al martillo neumático. Mano de santo.

Ahí fue donde saltó la sorpresa. Justo al girar hacia Iturribide, en un pequeño café, un joven y atildado seguidor del Tottenham tomaba ¡una taza de te! Luego surgió otro, también spur, en una degustación junto a la catedral de Santiago. Sorpresa. Horas antes consultamos a uno de los profesionales que posee el termómetro del mercado de té en Bilbao, Adolfo Llorente, que regenta la Casa del Café y Té, ojito, en la esquina de Licenciado Poza con Doctor Areilza. Plena zona cero. “Ni una bolsita de te más que cualquier otro día”, confesó Llorente. Un dato a tener en cuenta cuando han aterrizado en la ciudad 50.000 presuntos bebedores de te. Es para dudar que la infusión sea realmente la bebida nacional de los súbditos del su majestad Carlos III, al que, por cierto, tampoco vimos.

Aficionados del United y del Tottenham disfrutan en Bilbao Markel Fernández

En el Casco Viejo, calles atestadas, como Santa María, Bidebarrieta o Jardines, y otras que parecían reservadas al solaz del personal local, como Ronda, Somera, Pelota o Barrenkale. En el área gastronómica del Mercado de la Ribera no se cabía. Los hasta este miércoles devotos del porridge se daban a un hamaiketako en condiciones. A dos carrillos. Varios observaban con curiosidad los paneles cubiertos de fútbol añejo que explican en el atrio del mercado la historia de la centenaria Sociedad Deportiva Moraza. Fuera, se escuchaban, de vez en cuando, coros distantes que torturaban algún tema pop con letras futboleras. Eran como esos truenos que anuncian tormenta las tardes de primavera. Al poco, se evaporaban.

Entrada ya la hora del poteo, los ingleses miraban, pasmados, a los naturales de la zona bebiendo cerveza en minúsculas copitas. Increíble, debían estar pensando.

Tanto mancunianos como spurs preguntaban recurrentemente por la Main Street, que es la arteria urbana por la que se orientaban para localizar San Mamés. “¿Main Street?”, se extrañaba la bilbainía de a pie hasta caer en la cuenta que se referían a la Gran Vía. La Calle Mayor. A su inicio, en la Plaza Circular, a nadie le hubiera extrañado que el almirante Nelson de Trafalgar Square estuviera en lo alto de la columna de Don Diego.

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Ledesma era, a eso de las dos, perfecto ejemplo de convivencia pacífica. O quizá de algo tan inglés como el apartheid: las barritas de las ventanas de las tascas para el poteo botxero y las terrazas para el jarreo british. Armonía total. Un músico ambulante interpretaba Let it be, de los Beatles, lo que incorporaba sustancia de Liverpool a manchesterianos y londinenses. Vivan las islas. “Y viva Fernandou Lorentei”, como gritaban algunos hinchas spurs en honor al que fuera delantero del Athletic y el Tottenham.

Por todo Bilbao se prodigaron las camisetas rojiblancas. Como si, a pesar de la abundancia de niños de un rubio imposible, de hombres con aspecto ir a superar el casting de Gordie Shore, y mujeres con, en algunos casos, dos pares de pestañas postizas puestos, esta fuera la ciudad del Athletic Club.