LA voz del Giro está cosida a las cuerdas vocales de Mario Ferretti, locutor de la RAI como Nueva York está tatuada al susurro y fraseo de Frank Sinatra, un italoamericano. De la garganta de Ferretti colgó el 9 de junio de 1949, uno de los episodios más evocadores y bellos del Giro. Su voz irrumpió en medio de la programación para vocear una anunciación, algo así como el advenimiento del Mesías: “Un uomo solo e al comando; la sua maglia e bianco-celeste; il suo nome e Fausto Coppi”. Aquella aparición fue un estallido de ciclismo que se instaló definitivamente en el corazón de los italianos. La leyenda de Fausto Coppi y su fuga de 200 kilómetros está tallada en la longeva y apasionada vitrina de la carrera rosa. Aquel día de primavera Coppi agarró el cielo.

Seis décadas más tarde, floreció otra primavera. Una explosión de color. Allí asomó el perfil de Mikel Landa durante el pasado Giro de Italia, en el que ocupó la tercera plaza del podio en Milán, un hito que solo recordaban los arcanos. El alavés, un escalador sin parangón, conquistó las cimas de Madonna di Campligio y Aprica, templos del Giro, montañas veneradas. En su despegue meteórico, las manos asfixiando la parte baja del manillar cada vez que sacudía las montañas, ese estilo que alude al de Pantani, también dejó huella en la Finestre, donde puso en jaque a Alberto Contador, ganador final de la carrera en una etapa que se ganó varios párrafos en la biografía del Giro.

La irrupción del ciclista alavés, que brotó con la fuerza de una cascada salvaje en el Giro después de anunciarse con un triunfo en el muro Aia, fue la mejor noticia del ciclismo vasco y uno de las apariciones más impactantes en el escaparate mundial. Nadie como Landa para subrayar una revolución en el paisaje ciclista. De sus piernas y su ambición se redactaron momentos sublimes en el Giro, su Cabo Cañaveral, el impulsor de su viaje a la Luna. Ingrávido frente a los colosos, Mikel Landa amplió su catálogo en la Vuelta a España, donde obtuvo el laurel en la etapa reina, un día puntiagudo, lacerante, repleto de aristas, después de otra exhibición en la alta montaña. Mikel Landa se convirtió en el sherpa más valioso. Bien lo sabe Fabio Aru, su compañero de equipo en Astana, segundo en el Giro, y campeón de la Vuelta gracias a la intermediación del alavés, juez en ambas carreras por su capacidad para dislocar voluntades con sus cargas de profundidad en las cumbres.

Ese ciclismo a toque de corneta, de ataque, esa irreverencia y su indudable calidad en la montaña le han situado en el centro del escenario y en la piel del Sky, el equipo más poderoso del mundo, que ha apostado por Mikel Landa como uno de sus líderes. El alavés acudirá al Giro como capitán con la intención de ganar la carrera que le elevó a lo más alto. Desde esa atalaya observa Landa el futuro.