bilbao - La Lieja, más que un tablero de ajedrez, la guerra sesuda, Karpov en bicicleta y las historias de torres desvalijadas, caballos salvajes al galope, peones sacrificados, alfiles moviéndose punzantes y reyes y reinas destronados, fue, tal vez haya sido así en las 99 ediciones anteriores, una cuestión de dolor. De soportarlo. Un debate interno, la cabeza discutiendo con las piernas, que tuvo absorto a Simon Gerrans todo el tramo decisivo de La Decana: en La Redoute donde hace tiempo que ya no pasa nada; en la Roca de los Halcones donde quisieron echar a volar Nibali, Kreuziger y Dani Moreno; en Saint Nicolas, el barrio de los italianos, donde Caruso y Pozzovivo se sintieron como en casa; o en Ans, la recta del dolor donde surgió Daniel Martin, defensor de la corona, y controló Valverde. Todo ese tiempo lo pasó Gerrans mordiéndose la lengua. Callado. Sufriendo. "No tenía buenas piernas", reconoció después. Le dolían. Pero no les hizo caso. Como aquel que dice cuando llueve que no es su problema, así le dijo el australiano al dolor de patas. "Sufrí e insistí". Fue el más terco el que se llevó la Lieja, la última clásica de la primera, el cuarto monumento en el que se impuso por primera vez en 100 ediciones un australiano como hace tres años que lo hizo en la Milán-San Remo, el monumento que anuncia el fin del invierno, Matt Goss. Un año después, 2012, Gerrans, que tiene además dos etapas del Tour, una del Giro y otra de la Vuelta, entre otros logros, conquistó la Classicissima. El de ayer en Lieja es su segundo monumento.
Tiene tantos como Valverde, que ha ganado La Decana en dos ocasiones -2006 y 2008-. Desde entonces ha vuelto a pisar el podio otras dos veces, y al volver a subirse ayer allí, segundo por primera vez tras ser derrotado al sprint por Gerrans, el murciano no se sintió desdichado ni el primero de los perdedores por haberse quedado tan cerca, sino "satisfecho", aseguró, "con buen sabor de boca" que le deja el balance de su campaña en las Ardenas, cuarto en Amstel, victoria en la Flecha y segundo en Lieja. "Lo que pasa es que tengo a la gente un poco mal acostumbrada", dijo Valverde, que ya perdió el podio de la Amstel ante Gerrans el pasado domingo y ayer, tras el velo blanco y puro del conformista que no es -el murciano desayuna cada mañana con hambre de victoria-, dejó volar la imaginación. Y si... Pensó que si hubiera arrancado un poco antes podía haber soltado a Gerrans. "Pero, claro, nunca sabes", zanjó ese debate Valverde, que se sintió tan vigilado durante los últimos kilómetros que fueron caóticos, un descontrol, como bien arropado por los hermanos Izagirre, Gorka y Jon, soberbios los dos camino de Saint Nicolas. "Han calmado un poco la cosa", les agradeció el murciano. Luego, fue tarea suya. Tras superar el barrio de los italianos Caruso y Pozzovivo soñaron con llegar a Ans. El primero no se despertó hasta la última curva, donde sintió el aliento de Daniel Martin, el más fuerte en el último kilómetro, y escuchó el sonido del drama del irlandés, a quien se le fue la bicicleta de atrás y acabó en el suelo en es giro final. No se rompió nada, ningún hueso, salvo el corazón. "Lo tengo roto". Su desconsuelo dejó paso a Valverde lanzado a por su tercera Lieja tras descabalgar a Gilbert, rendido al dolor de piernas como no se rindió Gerrans, que salió de la rueda del murciano y acabó sentándole en el sprint. Tercero, como en Huy, fue Kwiatkowski, la sensación de una primavera que acabó en Australia.