Ahora se dedica a enseñar.
Así es. Aquí, en Bilbao, siempre ha habido gente muy deportista, muy de frontón, de boxeo... El boxeo ha gustado mucho en Bizkaia, y como ahora hago seminarios, me llamaron y vine -se refiere al club de Zalla, donde dio clase hace unas semanas-.
¿Cómo lleva esta faceta?
Bien, me siento realizado. Hay países donde a los grandes exboxeadores les dejan un polideportivo para que enseñen y a mí, por tener una equivocación, casi me cortan el cuello. Fue solo un error, ya es hora de que me perdonen.
¿Cómo ve el boxeo en Bizkaia?
He visto gente muy avanzada. Hay chavales que pueden tirar para adelante. Y si hay quien apoye al boxeo, puede salir un campeón en Bizkaia.
Bilbao ha sido siempre muy de boxeo.
Yo he boxeado en La Casilla y en un hotel de Bilbao como profesional. En el resto de Euskadi también he andado. Sobre todo con un hombre llamado Caballero con el que estuve por Arrasate. Era un chico muy majete. A ver si un día puedo volver a verle.
Una vez dijo sentirse medio vasco.
Y lo soy, pero ojalá hubiera sido vasco entero. Solo hay que ver los jardines con esas casonas tan grandes (risas). Aquí se vive muy bien: hay mucho verde, mucha naturaleza y yo me quedaría. A ver si a alguien que os lee le apetece regalarme una casita cerca de Bilbao (risas). O alguna vivienda protegida para mí por ahí, aunque sea pequeñita, que solo somos dos, mi mujer Eva y yo.
Usted ya vivió en Bizkaia.
Fueron los mejores años de mi vida. Era joven, un chaval, y no paraba. Era un diablillo. Estaba para arriba y para abajo todo el día. ¿Dónde está el Poli? Encima del árbol. ¿Dónde está el Poli? En medio de las zarzas. ¿Dónde está el Poli? Que se ha ido al río. Era como un niño que está por el monte, salvaje, no iba ni al cole.
¿Cuánto tiempo estuvo aquí?
Un tiempo, no sé. Primero en Artea. Luego me fui una temporada a vivir a Lemoa, a una casa por la que pasaban los camiones a toda velocidad. La puerta estaba a un palmo de la carretera.
¡Se jugaba la vida cada vez que salía!
Me lo pasaba muy bien. Me acuerdo de un día que trajo mi padre un saco de manzanas que le dio el jefe y las dejó en la cuadra. Yo me puse a sacar las manzanas y a tirarlas al río. "¡Hijoputa! Como te vea mi jefe me mata", me gritaba mi padre. Era un pieza.
Era un diablillo.
Pero sin maldad. Yo lo que quería era jugar, estar por ahí y hacer pifias, que eso se me daba bien. Un crío no tiene maldad, pero la inocencia que he tenido siempre me ha llevado por mal camino. Menos mal que ahora tengo la cabeza más asentada gracias a la chica con la que estoy, que me frena mucho más. Si no, no estaría ni vivo. De hecho, los cursos me los busca ella por el ordenador, que entiende de esos rollos. Si no es por ella, estaba todavía por el barrio danzando para arriba y para abajo.
¿Aún nota el cariño en la calle?
Me paran y me dicen: "Joder Poli, eres la hostia". Viniendo para aquí me han reconocido en la estación de servicio de Aranda y me han invitado hasta el café.
En los últimos años el boxeo ya no tiene el mismo tirón de antes, ¿qué se puede hacer para cambiarlo?
Pues poniéndome a mí un gimnasio seguro que sacaba a más de un campeón. Aquí he visto madera. Aunque lo importante es que salgan chavales, que haya apoyo institucional, que se hagan veladas en frontones como este -se refiere al de Zalla- y que ayude el ayuntamiento. Que no pongan todo para los festejos, que echen una mano también al boxeo, que es un deporte olímpico.
Al final, es lo necesario.
Eso es, que se reparta el dinero para los que de verdad trabajan por el boxeo. Lo importante es que se reparta bien.
Si es que en todas las casas cuecen habas...
Es como cuando un periodista me pregunta: "Poli, ¿se aprovecharon de ti?". Pues hombre, abusaron de mí, pero también de ti y de todos.
¿Recuerda las veladas en La Casilla?
Se llenaba a tope. Vender las entradas era hacer un favor. Las primeras filas eran imposibles. Y las veladas eran los jueves, que ya ves tú quién va a ver una velada un jueves. Pues venía verme gente de leña, gente de dinero. Hasta presidentes y mandatarios. Porque yo estaba arriba. A mí me llevó un tío, un vasco, al que quería mucho, Enrique Sarasola, que ya está muerto, pero al que apreciaba.
En aquella época el boxeo estaba arriba y usted en lo más alto.
Porque me lo ganaba. Gracias a este señor conseguía a gente de pasta. Cuando eres algo siempre aparece esta gente, pero cuando no eres nada, nadie te da ni las gracias.
¿Cree que la gente se olvida rápido de los títulos?
Los títulos siempre estarán ahí y si a alguien se le olvida se lo recuerdo yo. La gente por la calle me sigue reconociendo.
Ahora es profesor. ¿Enseña lo que le enseñaron a usted?
Yo enseño a mi manera: si uno es alto, le enseño a boxear a distancia; si es bajo, a distancia baja. A mí cuando me enseñaron me querían hacer boxear a distancia, pero yo era un niño y no lo entendía. Me decían "izquierda, izquierda, derecha, izquierda" y acababa harto de lo mismo. Yo necesitaba hacer un boxeo más bajo, de esquivar, de tirar para adelante como un tanque, de fondo físico. El que es alto no tiene que arriesgar tanto: mantener la distancia y después, pegar.
¿Qué fue lo más bonito de cuando estaba en lo más alto?
Cuando ganabas el combate te daban cuatro duros y te ibas a casa de puta madre. Yo recuerdo que boxeaba y me gustaba pegarme; así que mientras estaba en el ring, al menos, no me pegaba en la calle.
¿Por eso empezó?
Yo era un tío con nervio, siempre estaba liándola. Un día pasé por el gimnasio y vi a uno pegando a un saco. Era como un oso y resulta que era Alfredo Evangelista. Yo no sabía ni qué era el boxeo. Me asomé y vi que estaba Alfredo allí, como un animal, pero lo digo con cariño porque es un tío genial al que quiero mucho. Tenía un charco de sudor en el suelo y yo entré un poco más y vi a dos tipos en el ring que se estaban pegando. Le dije al que lo llevaba: "Perdona jefe, me puedo acercar a verlo". Me dijo que sí y me metí. Él no me quitaba ojo, no fuera que les fuese a quitar algo. Yo veía el ring y le decía: "¿Esto cómo es?". Me comentó que había que pagar tanto y que podía ir al día siguiente.
Y fue.
Yo no tenía dinero así que le dije que tenía una perrita que iba a parir, que iba a vender los cachorros en el rastro y ya le pagaba entonces. Pero vi el charco de sudor y le dije que a ver si podía limpiarlo. Me puse a hacerlo y así empecé.
De limpiador.
Pero me subía al vestuario, me empezaba a desnudar y alguno venía y me decía: "Poli ¿qué tal? ¿Hacemos guantes?". Al segundo día ya me estaba pegando, cosa que no se puede. Se hacen guantes cuando llevas dos o tres mesecitos y con el entrenador delante. Yo no. A mí me echaban con uno, con otro, como si fuera un bicho. Incluso hice guantes con Perico Fernández, que me metió una mano en el costado y me dejó sin poder hablar. Me dio un miedo...
¿Qué edad tenía entonces?
14 añitos. Pero yo no boxeaba, yo arrollaba.
¿Quién le puso el nombre de 'El Potro de Vallecas'?
Me lo puse yo. ¿Sabes por qué? Porque vi al Potro italiano, el de la película Rocky. Antes, me llegaron a llamar el Huracán, la Batidora Humana... Y cada vez que salía me ponían un mote. De hecho, un día me querían poner El Vaquilla.
Vaya época, ¿no?
Con 17 años yo tenía mi 1430 de color rojo, de ruedas anchas y demás. Me lo saqué trabajando en un matadero: deshuesando, partiendo magro... Mi jefe de entonces me recuerda como un gran trabajador. Yo iba con mi coche, mis botines, mi cadenita, más chulo que la hostia. Vacilaba mucho.
¿Conoció al 'Vaquilla'?
¡Qué va! Eran algo más mayores, pero yo hacía lo que ellos porque eran famosos. Un día me tiré con la bici por una cuesta contra un autobús y salió el conductor diciéndome: "¡Pero tú estás loco!". Cogí la bici y le dije: "Quita de ahí, que soy el Vaquilla". (risas).
¿Qué siente una persona que de repente está en lo alto y cae?
Es una putada. No me afectó por la gente, pero sí porque estás ayudando y te quedas sin nada.
¿Cómo recuerda aquella pelea con Pernell Whitaker? Le ganó.
Pegaba bien, pero no tan fuerte.