reacción difusa Latiendo a mil pulsaciones hasta entonces el corazón del delantero de Leitza, con el cartón trece en la cuenta de Aimar, con la certeza de tener todo perdido frente a un adversario de la talla de su rival, quien sin duda alguna está un peldaño o más por encima del resto y tiene un dominio dentro del Cuatro y Medio imperial, Bengoetxea cortocircuitó. Su andamiaje de pelotari huracanado, velocísimo, quedó varado, encallado, ante la tormenta rival. Y ese ataque al corazón le resultó incluso beneficioso. Quizás no en términos globales, pero sí en los particulares. Porque una vez que todo el pescado estaba vendido y su contrincante, repartiendo a diestro y siniestro, era una sombra alargadísima bajo el haz de luz del Ogueta; una vez que ya no había modo de meter mano al escapadísimo Aimar, Oinatz, el pelotari velocista, pudo recomponerse, resucitar y salir del pozo en el que se encontraba, para hacer disfrutar a los pelotazales congregados en la cancha gasteiztarra, ávidos de sus ganchos, de su sacrificio, de sus piernas de relámpago, de su mirada descarnada al infinito, aunque ya no hubiera más que hacer. Solo entonces se volvió a sentir pelotari Oinatz, tal y como dijo después de la final. Solo entonces Aimar sintió una brisa en su amurallado resultado, asfaltado entre saques y tantos rápidos. El bulldozer de los cuadros alegres se vio inquietado por el batallador ansia de esperanza lei-tzarra. Fueron pinceladas de calidad, pero no de claridad. Aunque Oinatz se reinventó con una parada al txoko, el dominio y la tendencia era tan colorada como la sangría anterior.