BILBAO. El ciclismo, más que en ningún lado en Italia, el país de la fe, va de confesiones. Ricardo Riccò, La Cobra, corrió envenenado por la ambición y la CERA el Tour de 2008. Llevaba ganadas dos etapas, era líder de la montaña y zumbaba, él, un escalador hecho de musculitos delicados, a 70 por hora por el llano. Sospechoso. Le atraparon. Le metieron dos años de sanción. Para redimirse, contaba, confesó. Para buscar el perdón divino, decía, confesó. Para reencontrarse con la paz y la verdad, repetía, confesó. Para hallar una rebaja en la pena, en realidad, confesó. Riccò regresó el año pasado con el Flaminia tras 18 meses de purga y esta temporada corre en el Vacansoleil, equipo Pro Tour que tiene derecho a participar en el Tour, el Giro y la Vuelta. "Veremos cómo evoluciona esta temporada", dicen desde la carrera rosa; "veremos si es verdad que es un buen chico".
Si es otra persona como dice que se siente Danilo di Luca, que ha cumplido su sanción por la misma debilidad, corría CERA por la sangre del segundo del Giro de 2009, después de arrepentirse y reconocer sus pecados, la mala vida, el dopaje como necesidad, ante 500 niños y el cura Marco Pozza. "Estoy muy emocionado. Siento que soy un hombre nuevo, un corredor que, después de un largo proceso de autocrítica, tuvo una importante maduración. Sé que cometí un error, pero lo pagué con mi descalificación, y hoy, después de un largo año de deliberaciones y de pensar, tengo una segunda oportunidad con nuevas motivaciones e incentivos", dijo ayer Di Luca, que asegura haber aprendido la lección, debutará en la Challenge de Mallorca y podrá disputar las clásicas de primavera, su gran objetivo, después de que le fuera rebajada la condena en más de nueve meses por colaborar con la el CONI en la lucha antidopaje.
La medalla de plata de Davide Rebellin en los Juegos de Pekín resultó que era de CERA. Pero no se supo hasta año y medio después, hasta abril de 2009. Rebellin fue una estampa. Un modelo de dedicación. Bueno, paciente, tranquilo... Le llamaban el monje, se especulaba con un pasado seminarista que jamás existió y era un cristiano practicante que siempre que podía acudía a misa a rezar porque decía que aquello le daba la fuerza necesaria para andar en bicicleta. Rebellin, al contrario que Riccó, Di Luca o Basso, nunca confesó que hubiese atajado para con 37 años llegar a ganar la Flecha Valona y, en verano, quedarse a la sombra de Samuel a los pies de la Muralla China. Tampoco colaboró con las autoridades antidopaje italianas. Y no se benefició de ninguna rebaja de la pena. "Yo no tengo nada que confesar", dijo ayer en el diario La Stampa. "Nunca recurrí a la CERA. No tengo vicios o pecados que expiar. Si me hubiera dopado, no habría ido a los Juegos Olímpicos. No soy estúpido. Sé que ciertas sustancias se encuentran con facilidad".
Para explicarlo, Rebellin, sereno, habla de irregularidades en los controles y atribuye el positivo a un posible error en los análisis, a la mala conservación de las muestras analizadas e incluso a un intercambio de estas. Cuenta que se sometió a tres tomas de sangre, cuatro días antes de la carrera y en vísperas de la misma, y que en total tenía que haber seis probetas, dos por cada extracción, en lugar de las siete que le dijeron que existían. "Y resulta que solo una de las muestras es positiva". El TAS no escuchó sus ruegos.
Rebellin, que ha seguido entrenando en Mónaco con Hushovd, Gilbert o Vinokourov, podrá volver a correr el 27 de abril. "Tengo ofertas de varios equipos". Tendrá 40 años. Muchos. Tantos como fe: "Reconstruir una imagen creíble va a ser difícil, pero yo quería ser el que decidiese cuándo dejar de correr. Quiero que la gente mantenga un recuerdo digno de mí".