Resulta curioso ver cómo la emoción que vive un piloto ganador del Gran Premio de Mónaco contrasta con la emoción que siente un espectador cuando contempla la carrera por las calles del Principado. Se trata indudablemente de una cita mítica. Es el sueño de todo piloto. Sin embargo es la prueba de todo el calendario en la que menos alteraciones cabe esperar. Ya es más que popular el dicho de que las victorias en el circuito de Montecarlo se deciden los sábados, en las tandas de calificación para la formación de la parrilla de salida. Porque los domingos las carreras son procesiones, son desfiles de coches por un ratonero trazado en el que no cabe un alfiler más allá de las fronteras de los neumáticos de los monoplazas. 

Conscientes de ello, los organizadores apostaron por modificar la normativa: en esta ocasión todos los participantes estarían obligados a completar dos paradas en boxes. Una introducción de condicionantes para ver si aparece el picante.

La emoción, si acaso, llega al observar la precisión con la que pilotan estos genios del automovilismo. Oscar Piastri, por ejemplo, pudo haber encendido varias cerillas apostadas en los guardarraíles. La estética visual, símbolo de la opulencia, con el mar a un costado bañando yates inverosímiles, las azoteas y balconadas atestadas y coches pasando a toda velocidad en un circuito urbano que transmite mejor que ninguno el sentimiento de velocidad, también es innegable.

Pero en cuanto a competencia se refiere, Mónaco ofrece un vago espectáculo. En una competición donde la velocidad es el mayor argumento para el éxito, ver cómo los participantes ruedan cuatro segundos por debajo de sus posibilidades una y otra vuelta resulta cuanto menos llamativo. Cuando la estrategia es correr a no correr se despierta el debate de por qué se trata de mantener vivo un escenario si no es por el recaudo y el romanticismo.

En esta última edición del certamen monegasco ninguno de los cuatro primeros clasificados modificó sus posiciones respecto a sus puestos de salida. En el marco del Top 10 y con una única salvedad, la de Lewis Hamilton –fue el único que avanzó una plaza en pista–, ningún piloto hubiera ganado un puesto de no ser por el abandono debido a una rotura de motor de Fernando Alonso, quien por cierto, sigue sin puntuar tras ocho carreras. Salvo los cinco primeros clasificados, el resto fueron doblados al menos una vez.

En este contexto al poleman solo se le presenta la complejidad de salvaguardar la condición lograda el sábado. Y así lo hizo Lando Norris, que paradójicamente estalló de emoción al verse ganador en el mítico Gran Premio de Mónaco. “He cumplido uno de mis sueños de infancia”, acertó. Esta es otra frase convertida en popular entre los laureados en esta prueba.

Verstappen busca jaleo

Podía parecer que Norris sufrió cuando Max Verstappen preparó una emboscada al británico. El neerlandés de Red Bull, a la desesperada, quiso hacer de la normativa de las dos paradas su mejor baza para ganar posiciones. Salía cuarto y su estrategia fue retrasar su segunda visita al garaje hasta la última vuelta. Esto le permitió rodar en cabeza gran parte de la carrera a la espera de toparse con la fortuna de un coche de seguridad o una bandera roja que le brindara mayores posibilidades.

Verstappen, sagaz como pocos, aprovechó además para ralentizar la carrera, de modo que Norris, con una parada más, se le echó encima. Luego se unió al convoy Charles Leclerc y por último se sumó Piastri. “En las últimas vueltas estaba un poco preocupado con Max delante y Charles detrás”, comentó Norris, quien a ciencia cierta apenas fue amenazado pese a tener a Leclerc a rebufo cerca de un tercio de la carrera. La verdad es que no quería rodar en el aire sucio desprendido por el Red Bull para evitar riesgos innecesarios. Como se pudo ver en cuanto Verstappen se retiró a boxes, Norris firmó la vuelta rápida en el último giro. Tenía ritmo. 

Verstappen quería jaleo, invitarles a todos ellos a provocar un error. Nadie picó el anzuelo. Mad Max paró en el último abrazo a Mónaco y descendió al cuarto lugar. El podio copado por Norris lo completaron Leclerc y Piastri, segundo y tercero, respectivamente. El más crítico fue el piloto local. “No estoy del todo contento. Perdimos la carrera ayer. Deberíamos haber hecho un mejor trabajo”, dijo Leclerc, que ansiaba repetir el éxito del año pasado ante su público, aunque Ferrari regresó al podio tras unas cuantas carreras aciagas. Ni tan mal.

“La victoria hubiera sido mejor, pero ha sido un fin de semana complicado”, admitió entretanto Piastri, que permanece líder por 3 puntos de diferencia sobre Norris; Verstappen se aleja a 25. McLaren continúa con su época de dominación.

Por otro lado, Hamilton fue quinto. Hadjar clasificó sexto. Alonso se retiró optando al séptimo lugar. “Firmo por estar así todo el año y ganar el próximo en Australia”, dijo en asturiano, cuyo consuelo es la esperanza depositada en Adrian Newey. Carlos Sainz finalizó décimo. El drama llegó con los Mercedes: Russell fue undécimo y Antonelli, decimoctavo. Un día para olvidar en la escudería de Brackley.