"Igorre es un sentimiento"
Radiografía de la prueba que engendró la rabia y simboliza la unión de un pueblo
bilbao. "¡Me-ca-güen sos!". El alarido, un estallido flemoso, las sílabas marcadas y pausadas, retumbó en la piedra fría, arañó las vidrieras, hizo tintinear los vasos y ondular el vino, y alumbró, en el bar de la plaza de San Kristobal, la taberna de Alejandro Pantxike, la más sobresaliente de las pruebas de ciclocross que se disputan actualmente en el Estado, una de las ocho monumentales carreras de la Copa del Mundo, que celebra este domingo su 34ª edición (15.30 horas). En Igorre, claro.
El ciclocross de Igorre se gestó en pleno delirio, una borrachera de enojo el día que la policía cortó las alas a la Subida a San Kristobal, la carrera ciclista que escalaba por el asfalto hasta las fiestas del barrio de Igorre. La reacción fue un quiebro a la censura. Como no podían correr por la carretera, meterían a los ciclistas por las campas. Era 1977.
"Teníamos 300 o 500 pesetas, no me acuerdo bien, y con un poco más que pusimos cada uno organizamos la primera edición del ciclocross de Igorre", rescata Juan Mari Zurinaga, presidente de la Arratiako ZE, y precursor resistente, junto a Ander Gorospe, de aquella primera edición de la prueba de Igorre. Ganó José Mari Yurrebaso. Y tres años después, Iñaki Mayora. Son los dos únicos vascos que han salido triunfantes del barro igorreztarra. El segundo, cuando la carrera ostentaba ya la jerarquía internacional que gobernó sólo un año después de su creación, más por afán que por poder económico, pues se financiaba con pedacitos de voluntad. Peseta a peseta. Una a la semana que salía del bolsillo de cada vecino y se depositaba en la parroquia de Alejandro Pantxike al salir de misa de 13.00 a rendir pleitesía al blanco de botella a cambio de que su nombre figurara en un listado de colaboradores impreso en un encerado bien visible y que era como pertenecer a otra ralea.
"Hubo años en los que había ciento y pico personas apuntadas en aquella lista", recuerda Zurinaga. "Nunca tuvimos problemas de dinero. Incluso había un empresario que siempre nos decía que si al concluir la prueba no podíamos cubrir el presupuesto, él nos ponía lo que hiciese falta. Nunca se dio el caso".
Ni siquiera cuando la locura se apoderó de los organizadores y decidieron traer a Claudio Chiappucci -en el ciclocross de Igorre siempre fueron bien recibidas las figuras de la carretera, Marino, Julián Gorospe, Mayo, Zarrabeitia, David Etxebarria... Todos-, que costó un millón de pesetas. Era 1992.
Un año después, la carrera creció y el traje de San Kristobal se le quedó pequeño para acoger, por primera vez, una prueba de la Copa del Mundo. Descendió a la orilla del río. Se acercó al pueblo. A la civilización. A la modernidad. "Fue uno de los momentos más especiales de todos estos años. Ese y cuando logramos recaudar todo el dinero necesario para cubrir el presupuesto que conlleva organizar un Mundial, el de 2001". Sucedió que exultantes por el logro, que creían consumado, la UCI concedió ese privilegio a Tabor, una cuestión política y económica, pues la República Checa, separada de la República Eslovaca en 1993, había forzado su elección. "Fue ese el mayor de los golpes que nos hemos llevado, sin duda. No fue por no organizar un Mundial, sino por la ilusión que nosotros, Igorre y Arratia habíamos puesto en ello. Fue como para llorar de pena, de la tristeza y la impotencia que nos daba tener que decirle a la gente que había puesto el dinero que ya no lo necesitábamos". Cosas de la vida, en 2009 la UCI ofreció a Igorre la organización del Mundial de 2013 "y nosotros lo rechazamos porque no había forma de reunir el dinero necesario para embarcarse en una aventura de esa envergadura". Fue un acierto. "Lanzarse a la piscina sin saber si había agua podía haber supuesto un grave problema". Igorre huye con coherencia del endeudamiento y ello no ha impedido que desde 2005 organice una de las pruebas de la Copa del Mundo.
"Y ahora, como nunca antes, el dinero es nuestro problema". Por primera vez en su historia, el ciclocross de Igorre se correrá sin haber completado el presupuesto, 100.000 euros. Les faltan cerca de 10.000. "Ahora nos vendría bien aquel empresario que nos prometía cubrir el déficit", bromea Zurinaga, que se despoja del lamento, evoca de nuevo los tiempos de la pizarra con la relación de vecinos colaboradores, la peseta cada semana, aquel mecagüen sos catártico, el señor Pontoni y la esencia del ciclocross de Igorre, "que no tiene que ver con el dinero ni con los nombres, sino con el sentimiento. Igorre es la comida de después de la carrera entre todos los que han trabajado, todo el pueblo, en la que se habla de ciclocross, de deporte, y se ríe, y se espera que llegue pronto el año que viene".