bilbao
Era una mañana soleada, calurosa como pocas se recuerdan al Este de Irlanda, en la Isla de Man, donde desde 1907 se celebra el Tourist Trophy (TT), paradigma de carrera de motociclismo, la mayor esencia de las dos ruedas por su carácter retro, por revivir el espíritu de quienes desvirgaron la monta sobre dos ruedas motorizadas. Corría entonces el 8 de junio de 1970 en el idílico paisaje. Los pilotos abrazaban a sus seres más queridos con una tensión en los rostros que proyectaban una futura danza entre la gloria y la muerte. Dicha disputa no otorga coartadas, no permite errores y el adiós eterno está más cerca que nunca. "Es la gran prueba. Para mí vale como todo un campeonato. Es la reválida para los ases", rezaba Santi Herrero (2-V-1942, Madrid), llamado a ser el primer piloto estatal en colgarse el título mundial del motociclismo, madrileño de nacimiento y bilbaino de corazón y obra. "Si ocurre algo, que me entierren allí", decía entre sus allegados, como recuerda José Ángel Mendívil, rival de Herrero en la disciplina de la velocidad y más tarde tricampeón de España de Motocross. Para el vasco de adopción era su tercer concurso en su escenario preferido y rodaba con una Ossa de 250 centímetros cúbicos que nació como resultado del proyecto de fin de carrera de dos avezados ingenieros: Esteban Oliveras y Eduardo Giró. Un sueño que transformado en realidad, monocilíndrica y de dos tiempos, combatió contra los inquebrantables imperios japoneses o italianos de fabricantes, con motores de cuatro cilindros y cuatro tiempos. "Su moto corría 20 ó 30 kilómetros menos que las de sus rivales", reverdece el bilbaino Mendívil.
En la tercera vuelta al vetusto trazado, el más antiguo aún en uso, rozando orejas entre bordillos, árboles, farolas y casas, asentado sobre grava, baches, y alcantarillas, Herrero sufrió una caída leve en la zona de Braddan Bridge. Nada grave. Se levantó y prosiguió con el carenado destrozado y alguna magulladura en su cuerpo permitida por el flaco cuero de su mono. El aviso no quebrantó su valentía y la moto aún prestaba servicio. Su obsesión por la prueba urbana, la que Ángel Nieto desechó para competir tras probarla accidentalmente y estar ocho horas tendido con una pierna rota, era brutal. Rayaba la obsesión con su pasión desmedida, lo que le condujo a un trágico desenlace, a un camino sin vuelta atrás. Además, Herrero asumía el riesgo con tenacidad, "era muy agresivo y valiente a los mandos", apostilla Mendívil. En el sexto y último giro, Herrero pilotaba tercero tras rebasar a Woods. Pero éste consiguió recuperar la rueda del madrileño. Sin embargo, en Cronk Urleigh, la fatídica milla trece, la Ossa perdió la adherencia en un recodo rápido de izquierdas y Woods, a su rebufo, no pudo evitar la colisión entre ambos. No tuvo margen de reacción para esquivarle. La violencia se cebó con ambos y quedaron tendidos, malheridos tras la casa Westwood. Woods presentaba dos clavículas y un tobillo rotos; Herrero quedó inconsciente. El primero se recuperó, pero el madrileño pasó a un sueño eterno dos días después en el hospital Nobles de Douglas, guiado por su valentía y la voracidad despiadada del Tourist Trophy. Fueron sus últimos manguetazos a la vida.
de madrid a bilbao, con lube Lejos de asemejarse a los pilotos de la actualidad, que comienzan prácticamente sin saber ponerse en pie, Herrero aprendió a andar en moto a los doce años, tras recalar en un taller de Vallecas para foguearse como mecánico, un arte que le permitió dominar sus motocicletas tanto como su persona. Allí, entre grasa y humo, Gabriel Corsín mostró al joven los tejemanejes del mundo del motor. Y un disciplinado Herrero no abandonó sus estudios hasta concluir el bachiller.
Recién cumplidos los 18, Corsin puso en manos de Herrero su primera moto para competir y viendo su potencial, el maestro, piloto de MV Avelló, tocó a las puertas del profesionalismo. Presentó a Santi al patrón de Lube, Luis Bejarano. Y éste, propietario de la entonces única fábrica de motos bilbaina y también del Estado junto con Montesa, apostó. Lutxana-Barakaldo pasó a ser el centro de operaciones. "Estuvo dando la cara por la fábrica y el pueblo le sentía, a otros niveles, pero como si fuera el Athletic de hoy en día", rememora Mendivil. Ereaga, Begoña, Txurdinaga, Artxanda... Las calles del Gran Bilbao eran circuitos urbanos y "creaban mucha afición". Una lanzadera para Santi, que fue tercero en 1964 y subcampeón de España en 1965, éste por detrás de José Medrano, puntal de Bultaco después de que Ramón Torras falleciera en Comarruga. "Herrero y Torras son los dos mejores pilotos que he conocido", reza Mendívil, que recuerda cómo Derbi reclamó a Herrero para colaborar con Ángel Nieto. Santi llegó a marcar mejores ritmos, pero los mecánicos se encargaban de montar un chiclé mayor para que ganara el piloto del 12+1. Capaban su montura.
En 1996 Herrero fichó por Ossa, después de correr con Lubes cedidas por la marca tras su cierre. El primer año con la máquina artesanal, con un chasis en chapa de magnesio exportado de contrabando desde Estados Unidos, fue campeón de España y repitió desde 1967 a 1969. No obstante, sería en el Mundial donde "despuntó a tope", viajando sólo con la moto en un furgón y tomando salidas tras noches en vela sudando con la puesta a punto para alcanzar medias de casi 190 kilómetros por hora en carrera. El primer año fue séptimo contra las Yamaha y las Benelli y el segundo, tercero tras romperse una mano en Opatija, Yugoslavia, y sucederse averías mecánicas que le hicieron perder el título de 250 en el suspiro final del campeonato. Y 1970 no le daría una tercera oportunidad, a pesar de que precisamente en Opatija venció y se puso líder antes de pisar la Isla de Man, su último destello.
Ganó 4 grandes premios y sumó 11 podios. De él se decía que, junto a Mike The Bike Hailwood, era quien mayor grado de inclinación alcanzaba. "Entre los corredores de ahora todo es más igualado, en el caso de Herrero, el mérito lo ponía él, la garra la ponía Santi", apostilla Mendivil. Y siempre sin perder el norte; en el cementerio de Derio descansa. También en el corazón de Bilbao.