"¡A dónde van estos chalados!"
El Everest celebra hoy los treinta años de la primera cumbre vasca Martín Zabaleta, el único que logró hacer cima de la expedición, recuerda que vivió "una sensación de paz y libertad tremenda"
CUÁNTOS años dices que se cumplen?". "Treinta". Ángel Vallejo Rosen, incrédulo por el paso fugaz del tiempo, desempolva los recuerdos que envuelven un momento histórico, el de la primera expedición vasca que hizo cumbre en el Everest. "La memoria cada vez es más corta, pero hay cosas que no se olvidan", reconoce un emocionado Juan Ignacio Lorente, de 70 años y jefe de aquel mítico equipo. "Fue una experiencia maravillosa, algo irrepetible. Cada uno de cada casa, de distintas clases sociales, desde médicos a carroceros, y conseguimos congeniar de maravilla. Fue lo más gratificante", destaca Emilio Hernando, el benjamín de todos que la víspera del día de cumbre cumplía 27 años -"me mimaban un poquito", admite con cariño-. Era el 14 de mayo de 1980. Eran las 15.30 horas y Martín Zabaleta y el sherpa Pasang Temba llegaban al pico más alto del mundo. "Entre nubes, alcanzamos la cima antes de lo esperado", tras doce horas de escalada. A 8.848 metros de altitud, "nos dimos fuertes abrazos. Pasang me decía cosas, y no le entendía. Era una sensación de paz y libertad tremenda. Te sientes en otro mundo, pero hay que volver a la realidad", subraya el hernaniarra en declaraciones a Oskar Ortiz de Guinea.
El germen de aquella expedición brotó en 1967 cuando varios montañeros vascos se van a los Andes Peruanos, y tras una buena experiencia - "aunque terminamos en la cárcel unos días porque pusimos una ikurriña ¡del tamaño de un folio! en el campo base y desde aquí vieron la foto", cuenta Ángel- decidieron mirar más allá, más alto, más arriba, al máximo. "¿Por qué no vamos al Everest?". Y empezaron a movilizarse para ello, unos trámites desesperantes, un esfuerzo maratoniano, en aquella época en la que se concedían sólo dos permisos al año para ir al techo del mundo. Así en 1971 los alpinistas euskaldunes consiguen el ansiado billete para 1974. "Ahora mi hijo coge el pasaporte y en 24 horas dice que se va", incide Rosen, padre del montañero Juan Vallejo. Y se montó así la primera aventura vasca al Everest con la ayuda de la empresa Tximist. No obstante, aquellos expedicionarios no llegaron a lo más alto y se quedaron a prácticamente 300 metros de la cumbre.
Había que volver a intentarlo. Ricardo Gallardo, Felipe Uriarte, Luis María Sáez de Olazagoitia, Ángel Rosen y Juan Ignacio Lorente se enfrascaron en el nuevo desafío. A ellos, se unieron Juan Ramón Arrue, Kike de Pablos, Xabier Erro, Ricardo Gallardo, Xabier Garaoia, Emilio Hernando, José Urbieta, Takolo. "Nos dieron el permiso para 1982 y los rusos lo tenían para 1980, que eran los Juegos Olímpicos de Moscú. Así que nos lo cambiaron porque si no su ascenso al Everest iba a quedar en un segundo plano", aclara Juan Ignacio. "La primera expedición fue un reto personal de Juan Celaya, director de Cegasa y aunque en la segunda no nos patrocinó siempre estuvo detrás. En 1980 nos apoyaron las instituciones, que aportaron la mitad del dinero, y la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao, que puso la otra mitad", agrega el jefe de expedición. 16 millones de pesetas y tres meses costó la fructífera cima de Zabaleta. "De algún modo aquella cumbre trajo ilusión a un pueblo oprimido, aunque a la vez fuese fuerte y firme. La ascensión se tomó como un símbolo de que podíamos ser dueños de nuestro futuro y nuestra propia identidad", opina el guipuzcoano.
Era una época de romanticismo, de vivir la soledad de la montaña, de la ilusión de los primerizos. "¡A dónde van estos chalados!, decía la gente. Hasta nuestros familiares pensaban que estábamos locos", rememora Lorente.
El 14 de febrero de 1980, el grueso de la expedición llegó a Katmandú. Kike de Pablos y Xabier Erro habían salido ya el 9 de diciembre del anterior año para organizar todo el papeleo y hacerse cargo del material. "Llevamos absolutamente todo de aquí: 20 toneladas de material. Hasta la escalera para la cascada de hielo. Lo único que compramos en Nepal fue la comida fresca", afirma Juan Ignacio. "Hay dos fases diferenciadas en el Himalaya en cuanto a información, equipación... Hasta el 80 y a partir del 80. Nosotros llevábamos botas de 2 kilos y medio cada una e íbamos con ropa de algodón y lana. Tardamos tres semanas hasta llegar al campo 1, que es la parte más peligrosa y costosa, la de la cascada de hielo. Luego, volví al Everest en el 87 con Al filo de lo imposible y al día siguiente de llegar al campo base ya fuimos hasta el 1. Ya estaba todo equipado, los sherpas te lo habían montado. Hay una expresión muy bonita de Temba en la que dice que en las nuevas expediciones lo que existe es el sandwich-sherpa: un sherpa delante abriendo huella y otro detrás del alpinista que lleva el material", indica Hernando.
Y fueron pasando los días de duro trabajo, entre los piques de la convivencia: "Que si esta manzana es mía, que si no me cojas los crampones...", dice Rosen entre risas. Y llegó la hora de atacar la cumbre. "El primer intento lo hicimos Garaioa, Ricardo y yo. Alcanzamos la cima sur, pero desistimos de seguir por el mal tiempo", señala Rosen. Después, Erro y varios sherpas llegaron hasta el collado sur pero el vendaval les impide seguir. El 11 de mayo comenzó el asalto definitivo: "En sí, la subida al Everest por su collado sur no tiene gran dificultad, salvo la propia de la altura, las condiciones de la montaña y la climatología. Aquellos días, nevaba mucho por las tardes, y aquellas condiciones no nos ayudaron nada. Pasang Temba y yo tuvimos que abrir todo el camino, y fue muy costoso por toda la cantidad de nieve que había. Cuando llegamos a la cima sur, estábamos muy cansados y Pasang tenía pocas ganas de alcanzar la cumbre. Yo veía la arista y toda la travesía de la cornisa más adelante, el Escalón de Hillary... Para mí, era el momento más bonito de la ascensión", ilustra Zabaleta. "Iba con Martín en la cordada final, pasamos la noche en el collado sur y a la mañana yo no me encontraba bien y encima a Martín se le acabó el oxígeno. Así que le cambié el aparato y le dije que subiera él que tenía fuerzas", evoca Juan Ignacio. Y a las 15.30 horas llegó la primera cima vasca en el Everest. A las 16.15 horas, el hernaniarra y Pasang Temba iniciaban el descenso.
duros momentos en el descenso Durante la bajada se vivió el momento más duro de toda la expedición. A las 20.00 horas, Martín y Temba tuvieron que frenarse y vivaquear a 8.600 metros de altura en una grieta hasta la jornada siguiente. Antes ya tuvieron algún susto: "Pasang se había caído por un desplome y estaba colgado de una cuerda de 7 milímetros desde una cornisa a 8.800 metros. Por suerte, tuve alguna fuerza para subirlo", narra Zabaleta. El sherpa "no quería moverse de ahí"; "fue más un lastre que una ayuda".
La noche cayó y las grandes estrellas aparecieron junto a una gran nevada. "No veíamos nada. Pasang no podía más y quería dormir ahí mismo, en plena arista. Tiramos hacia la cima sur, y recordé una grieta que había visto al subir para pasar al noche algo más protegido. Serían las siete y media, y avisé por radio de que íbamos a vivaquear. Noté que temían por nosotros". Sentados sobre sus mochilas, "a más de menos 30 grados bajo cero, la noche se hizo larga: no teníamos ni agua, ni oxígeno, ni comida, ni saco. No quería dormirme, y de vez en cuando me levantaba para motivar la circulación en las piernas", rebobina el hernaniarra.
"Al día siguiente, Martín inició el descenso pero ya subían hacía arriba con té y dos botellas de oxígeno. Es que hicimos los ataques de tal manera que en el campamento anterior hubiera gente", describe Emilio. "Hizo una noche excepcionalmente buena, menos mal. Martín bajó muy tocado y otros sacrificaron su intento de hacer cumbre por ayudarle, si no hubiera salido", desvela Rosen. En el collado sur, aguardaba impaciente, preocupado, nervioso el jefe de la expedición. "El sherpa bajaba balanceándose en la cuerda y no venía a nadie detrás. Resulta que Martín se había soltado. ¡Qué susto! Cuando le vi le di un abrazo impresionante que se me ha quedado grabado para siempre", resalta Lorente. Y es que ante todo, esta expedición pionera estaba compuesta por un grupo de amigos. Con los sherpas también se creó un vínculo especial. De hecho, Emilio ha tenido en su hotel de Etxebarria a la hija de Temba y a su marido los tres últimos veranos: "Son guías de montaña y querían estudiar castellano y Pasang nos dijo a ver si podían venir para aquí. Nos quedamos de piedra. Y entonces nos lo pensamos y los trajimos. Van a clases de castellano y nos ayudan en el hotel. Son todos negros, dijeron el primer día de clase. Y es que, claro, aquí hay mucho senegalés y son ellos los que van a aprender. Les llevamos a la playa, y se pegaron un baño... No habían visto nunca el mar". Es otra parte de la montaña. Son otras de las vivencias. Las de esos chalados que se fueron a la aventura e hicieron historia con la primera huella vasca en el Everest y que "treinta años después seguimos siendo amigos".