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AL término del partido, Jose Mourinho cruzó el Camp Nou como si le fuera la vida en el empeño. El entrenador portugués, ladino donde los haya, perseguía un doble objetivo: celebrar con los hinchas interistas la clasificación de su equipo para la final de la Liga de Campeones y, por encima de todo, provocar al Camp Nou, el coliseo azulgrana que acababa de ver como sus opciones de levantar La Orejuda en el Santiago Bernabéu se habían esfumado ante la alquimia del técnico lusitano.
Mourinho, The Special One, cruzó los setenta metros que separan las bandas del recinto azulgrana de- safiante. Se sabía protagonista. No le importó que los aspersores de riego comenzaran a vomitar agua mientras celebraba su gesta. No había ganado el Inter. La victoria no se debió a la actuación estelar de ninguno de los jugadores neroazzurri. El Inter volverá a una final de la máxima competición continental por clubes gracias al fenomenal planteamiento del portugués. En San Siro se encargó de voltear el tanto inicial de Pedro con la aportación, en forma de goles, de Sneijder, Maicon y Milito. Ayer cerró todos los caminos que conducían a Julio César y desactivó a Messi, que continúa sin ver puerta cuando se enfrenta a los equipos del luso. Y ya son siete ocasiones. Sólo Xavi, que habilitó a un Piqué espectacular en un área que se supone no es la suya, encontró la manera de vislumbrar una rendija de luz en aquella maraña de piernas, cuerpos y cabezas interistas. Pero ya era demasiado tarde. La épica no llama dos veces a la puerta. Además, Iniesta no estaba sobre el césped para reeditar el golazo de Stamford Bridge. Mourinho guió así al Inter a revivir su viejo sueño. Ése que no consiguen conciliar desde los tiempos de Sandro Mazzola y Luis Suárez.
El próximo 22 de mayo toda la familia interista tendrá la oportunidad de vivir en el Santiago Bernabéu una final en color. Mourinho no tiene que retrotraerse a aquella época ya olvidada. Él ya levantó una Liga de Campeones con el Oporto cuando iniciaba su andadura en los banquillso. Ante el Bayern Múnich de Louis Van Gaal, un equipo y un entrenador que también han ganado el trofeo, buscará su gloria personal en la final que nadie quería y ante el técnico que le dio la oportunidad de dejar de ser traductor para convertirse en entrenador, cuando el holandés tomó el relevo a Bobby Robson en el banquillo del Barcelona.
Mourinho sabe que ese atípico sábado del mes de mayo será el centro de millones de miradas. Aunque él sólo estará preocupado por una. La que cierna sobre cada uno de sus planteamientos un Florentino Pérez al que sólo le falta un hombre que consiga embridar su vestuario de megaestrellas para completar su proyecto megalómano.
Porque ése es su verdadero objetivo. Ha ganado la Liga en Portugal con el Oporto; en Inglaterra, con el Chelsea, y en Italia, con el Inter. Ha levantado una Copa de Europa y una UEFA con el equipo de su país. Copas, Copas de la Liga y Supercopas adornan su palmarés. Lo tiene todo. Sólo le queda entrenar al Real Madrid. Ahí puede cerrar su círculo y sublimar su arrogancia hasta el infinito. Qué se puede esperar de un tipo que un día dijo "tampoco Jesucristo era simpático para todos, así que imagínate yo".