Laredo. Consumido el ardor, puro horno emocional, por intenso y seductor, del estatal de ciclo-cross que elevó por segundo año consecutivo a Javier Ruiz de Larrinaga en la gélida mañana de Laredo; Marc Janssens, el preparador belga contratado por la Federación Vasca para lograr que la base del ciclo-cross vasco haga pie y no se ahogue en la mediocridad, se desprende en el interior de la caravana de la selección del barro de un fin de semana tan generoso en lo material -plata y bronce con Iñigo Gómez y Dani Ruiz en sub"23, oro y plata con Jon Ander Insausti y Peio Goikoetxea en junior y plata con Peio Olaberria en cadetes- como en lo esencial -el progreso de los chavales es palpable y esperanzador-. Cuando desciende por la escalinata, ya acicalado, domada la exaltación primera, la pura, la visceral, la incontrolable y espontánea, reflexiona pausado, frío como la mañana, sobre la carrera que vivió el entusiasta enfrentamiento entre el propio Larrinaga, Hermida y Murgoitio, los únicos que discutieron hasta el límite la superioridad del alavés. Disecciona el belga, ojo crítico, una competición cuyo valor bruto tasa como de "nivel B" en Bélgica, pero a la que otorga una intensidad e incertidumbre hechizantes, "que al fin y al cabo es lo que atrae al público a este deporte", dice después de alabar el trazado del circuito, largo y rápido, y antes de detenerse en una sensación a la que pone voz de incredulidad. "Murgoitio hace la carrera siempre delante, siempre en cabeza, siempre el primero. Es como si trabajara para Larrinaga", traza Janssens. Podría ser.
Podría ser, aunque jamás con esa intención, claro, que el fenómeno de Abadiño, un ciclista de caballaje tan descomunal que incluso él mismo parece ser incapaz de controlar, permitiera ayer que Larrinaga desplegase el ciclismo que le convierte en infalible. Una mezcla de clarividencia, talento y coraje deliciosa. Podría ser que convencido de que la única manera, o al menos la más efectiva, de rentabilizar sus enormes cualidades sea la de someter a sus rivales a un martirio de cambios de ritmo brutales e ininterrumpidos, al son de camina o revienta -la salida de cada curva era una agresión a los pulmones de sus rivales, unas manos que se apretaban en sus gargantas cerrándolas e impidiendo el paso del aire-, Murgoitio estuviese sentando las bases para que Larrinaga y Hermida volviesen a jugarse el título casi en el descuento de la prueba, como en aquella tarde de Valladolid del año pasado en la que el alavés derrumbó el mito del invencible biker.
"Podría ser que fuese así", razonaba Murgoitio tras cazar un bronce amargo, "pero es la manera que tengo de correr, la misma que, por ejemplo, me dio el Campeonato de Euskadi -el vizcaino, es cierto, sometió a todos sus rivales, incluido Larrinaga, desplegando la misma táctica en el circuito de Iraeta para ganar con más de dos minutos de ventaja-. Quizás sea verdad que en este tipo de circuitos tenga que aprender a ser más frío, más calculador, pero buscaba ahogar a mis rivales como he hecho otras veces".
También lo hizo en esta ocasión, aunque el resultado no fuese tan devastador. De los favoritos, asfixiado, derrengado, incapaz de asimilar la tunda a la que le sometió Murgoitio, quedó aniquilado, inservible, Tino Zaballa. Desprovisto de la fortaleza que describe su anatomía, poderoso torso, muslos y gemelos grotescos, el cántabro fue, con Unai Yus, el primero en desvanecerse. Antes, en cambio, se había descartado Isaac Suárez. Fue el que atizó al otro cántabro que aspiraba al título, sin embargo, un golpe de mala fortuna, un pinchazo antes de finalizar la segunda vuelta que destruyó sus opciones.
el adiós de seco Corrían en ese momento por la pradera helada de Laredo, cinco ciclistas eléctricos que reaccionaban a las descargas de Murgoitio. Herido marchaba Zaballa, renqueante; vigilante, Hermida; trabajando con sigilo Larrinaga, que la noche anterior había decidido combatir el violento caminar de su rival vizcaino impidiéndole recuperar después de cada arrancada, con lo que cada vez que éste levantaba el pie para tomar aire, el alavés tomaba el frente y soplaba para que el fuego no se apagase, para que el sufrimiento, en lugar de intermitente, fuese continuo, lineal; silencioso, finalmente, viajaba David Seco, el hexacampeón, el ciclista que en 2000 logró su primer título estatal y que en Laredo, una década después, buscaba algo tan inmaterial y preciado como la redención echando tierra a los ojos de los que creyéndole muerto le habían enterrado. Se sentía pleno el busturiarra en el que muy posiblemente haya sido su último campeonato estatal -"Si no llegan patrocinadores que me permitan correr dignamente no habrá otra temporada para mí. Ahora mismo esa posibilidad es mayor que la de seguir", reconoció después- hasta que un pinchazo en la rueda trasera durante la tercera vuelta desequilibró su concentración. Aún así, se rehizo el vizcaino, recuperó el paso, llegó pundonoroso hasta la estela del cuarteto que quedaba en cabeza -Murgoitio, Larrinaga y Hermida- y entonces sufrió el golpe de gracia: otro pinchazo, esta vez en la rueda delantera, le descabalgó definitivamente. Después de Seco, se rindió al sufrimiento Zaballa.
Era mitad de carrera cuando Larrinaga surgió arrebatador. Un acelerón, un despegue… Fue una prueba. Volvieron a su estela Hermida y Murgoitio. El alavés, pedaleaba, sufría, mientras planificaba. Había estado puliendo durante toda la carrera la estrategia que le haría retener el título de campeón estatal y que pasaba por entrar primero en una zona de arena muy lenta que le debía catapultar definitivamente. Así que cuando apenas quedaban dos vueltas para el final, tomó el mando con tanta violencia que Murgoitio, desgastado ya, no pudo digerirlo y cedió unos metros. Hermida, descolocado, tardó algo en reaccionar, unos segundos de nada, pero que le hicieron precipitarse, correr en el descontrol sobre la arena y provocar que un error le hiciese salirse en una curva. Ocurrió todo en un instante. Cuando Larrinaga se giró vio el hueco y se lanzó voraz hacia la meta. "Era mi oportunidad. Entonces he ido a muerte". A por algo más que un título. Porque en el de ayer iban dos. El que estaba en juego y el que el año pasado cazó el alavés después de que el cara a cara con Hermida lo dilucidara una avería mecánica del catalán. "Dijeron entonces que la casualidad me había dado la victoria". Ayer fue la causalidad, el principio por el que nada existe sin una razón suficiente.