ARMSTRONG no vendrá para ser un figurante". La profecía correspondía a Christian Prudhomme, el hombre que gobierna los designios del Tour días antes de comenzar la prueba. Versaba el oráculo sobre el retorno del norteamericano al más hermoso de los escaparates, el de la leyenda del julio francés. No equivocó su pronóstico Prudhomme. Ciertamente, era difícil hacerlo. Se encargó Armstrong personalmente de alimentar la idea: día a día, kilómetro a kilómetro, pedalada a pedalada, twitter a twitter, (la mensajería electrónica de los 140 caracteres). Desde ahí prendió el ciclismo, una hoguera que alzó una enorme columna de humo que lo hizo visible para el pueblo, al que le atraen los márgenes, las cunetas, el perímetro donde se resguardan las palabras, los gestos, el morbo, la rabia, la risa, la impotencia, la felicidad, el drama, los jadeos, los focos y las cámaras. El ciclismo moderno: el milimetrado, el del túnel del viento, el del molinillo, el del Tour como única cumbre del curso. El territorio de Armstrong. Intentó ovillar a Alberto Contador, el mejor ciclista del mundo, bajo la canícula que abriga la Grande Boucle con el enredo de las palabras. Con un discurso que atacaba sin ser feroz, que hería sin ser agresivo, que mandaba sin gritar, que desquiciaba con un susurro. Porque Armstrong es sobre todo un personaje, alguien que ha devorado al ciclista. Es el estadounidense una marca y como tal manejó los hilos de su regreso.

Sucedió que se topó con Alberto Contador, otro sello, un ciclista genéticamente promovido para la historia. Cohabitaron de mala manera en la misma casa kazaja, el Astana, porque el de Pinto jamás se plegó al guión que había redactado el tejano, el ciclista insolente con el ocaso, con la vejez, la ley de la gravedad del deporte. Contador, exuberante más allá del Tour, (a sus dos triunfos en la ronda gala suma un Giro y una Vuelta) también venció en la Vuelta al País Vasco, personifica el ciclismo que fue, el antiguo, el de las piernas como único medio de comunicación, el de las victorias como altavoz y el del apetito de la victoria como estandarte. De la pugna de sus egos emergió una carrera burbujeante, espumosa, achampanada y de escalofriante repercusión: un Tour más allá de la competición. Se instaló el ciclismo en los taburetes de las tabernas, en los chascarrillos, en las teorías conspirativas a dos tintas, sin digestión. Dos trincheras. ¿Y tú de quién eres?

Adelgazado el tejido competitivo por el impacto mediático, la ronda gala fue una discusión porque Contador no se plantea mostrar su dorsal sin asomar sus afilados colmillos, no entiende la genuflexión. Soportó Alberto los embates de Armstrong y desparramó su extraordinario talento por la brea, su hábitat, donde se recoge risueño.

El triunfo del madrileño en la ronda gala, alentada por una rivalidad extrema entre dos personalidades de enorme calado, fue el quebranto definitivo de la relación de hilo que vinculaba a Armstrong y Contador, dos luminarias, tan brillantes que se repelen en la intensidad. "Creo que la rivalidad entre Alberto y yo es buena para el ciclismo, pero no estoy seguro de que nos beneficie a ninguno de los dos", enfatizó el tejano, que creará un equipo, el Radio Shack norteamericano, a su imagen y semejanza, una estructura que lo adore como figura única para no ser sombreado. Armstrong, el moderno, retorna al pretérito, al entramado con el que tejió el Motorola, US Postal y el Discovery Channel. Para que todos los focos se giren sobre su figura. Detrás de los fogonazos de sus frases y las luces de los flashes, del mito, de su vitrina tapizada en oropel, del año de su regreso, el del reto mayúsculo, queda su tercer puesto detrás de Andy Schleck y Contador en los Campos Elíseos de París, desde donde miró hacia arriba, a la atalaya que era suya, al trono hoy ocupado por Alberto Contador, el insurrecto. En el recorrido, en la escalada hacia la cumbre, su mirada azul, helada, evitó con unas gafas de sol refractarias a la sonrisa de Alberto, el contacto visual con los ojos encendidos del madrileño.

Días después comenzó Armstrong, metódico, su preparación para el curso próximo. Lo hizo desde la palabra. Retó a Contador, el hombre que celebra sus victorias simulando desde su batería de artillería, desde el twitter "Eh, pistolero, tienes mucho que aprender". Y como hizo Prudhomme antes de la carrera, realizó una profecía: "El próximo Tour será muy intenso desde el punto de vista mediático".

la nueva oleada En los aledaños de la hoguera, en las cenizas, del Tour en el ciclismo por el ciclismo, quedó al descubierto la progresión de Andy Schleck, el rival de Contador en un diálogo de pedales, sin amplificadores; la irrupción de Bradley Wiggins, el inglés transparente o del italiano Vincezo Nibali, otro hombre que trazará las líneas maestras del porvenir junto a Tony Martin. Mark Cavendish, el esprinter de la Isla de Man, la de las motos, que conquistó el corazón de la velocidad con su cascada de triunfos. No encontró oponente el velocista británico, más rápido que la pólvora, más explosivo que un percutor elevado a su enésima potencia. Al igual que Fabian Cancellara, el marmóreo suizo, capaz de discutirle el tiempo al reloj, de triturar las manecillas con sus columnas dóricas. Cancellara, el hombre del tiempo, otra vez campeón mundial contrarreloj.

El año también destapó a un Alejandro Valverde de tres semanas, sin su famoso día malo, vencedor final de la Vuelta tras varios intentos, y la constatación de Denis Menchov como maglia rosa en el Giro, tras comprobar que el amarillo del Tour le produce desasosiego. En la campaña del duelo al sol, Cadel Evans, el paciente australiano, el del doliente desarrollo, aniquilado en julio, se alistó finalmente al triunfo pintando sobre su piel el arcoiris de campeón del mundo de ruta en Mendrisio.

los otros regresos Además de la vuelta de Armstrong, 2009 acogió otros retornos menos publicitados por su carácter de proscritos, condenados por el dopaje en su pasado. Asomó Ivan Basso en el Giro tras el goteo de la Operación Puerto y completó una meritoria carrera. El varesino también se acodó sobre el manillar en la Vuelta en la que se movió con desenvoltura, cerca de los más competentes. Vinokourov, el kazajo atropellado por la trampa de las transfusiones en 2007, compareció con intensidad en la ronda estatal, pero su aparición tuvo un halo más reivindicativo que funcional. Proscrito en la vieja Europa, Michael Rasmussen, el danés al que le arrebataron una noche de julio el maillot june del Tour mientras dormía, resurgió en México. Le sucedió hace un par de años y desde entonces trata de ganarse un dorsal que le devuelva al ciclismo continental, a El Dorado, la tierra prometida donde descansan las cenizas del Tour.