Algunas veces -como cuando desciende del cielo contra el que le empuja el manteo de sus compañeros del Rock&Racing tras ganar la Vuelta a Chihuahua- posa los pies sobre la tierra, recibe el calor del público en una tarde achicharrante en la que alguien le planta en las manos una revista en la que su figura es portada para que la firme y le dice "venga Sevillita, el próximo año a por el Tour". A Óscar Sevilla (Ossa de Montiel, 1976) le afloran los sentimientos desde las honduras del alma. Siente rabia, maldice la hipocresía del ciclismo, aborrece su existencia confinada en el limbo y le aflige la añoranza, el delicioso recuerdo de otra época -cuando fue el mejor joven del Tour 2001, su segundo puesto en la Vuelta de 2002?- separada de ésta, más cruda, menos complaciente, por el gran terremoto de la Operación Puerto. En otras ocasiones, las más, sin embargo, se considera dichoso por una razón tan poderosa como simple: "Sigo siendo ciclista. El ciclismo es mi vida. Vivo para esto y, a pesar del dolor, estoy disfrutando".
Del niño que iba de la mano de su padre hasta Tomelloso, donde le sacudía una poderosa onda de emoción al ver a los ciclistas de la época en el criterium que allí se organizaba -"recuerdo, sobre todo, a Peio Ruiz Cabestany", dice-, quedan: el rostro inalterablemente juvenil, la sonrisa de pillo y "la ilusión, la ambición". "No estoy quemado", recalca sentado en el borde de la cama de su habitación, la 412, del hotel Palacio del Sol de Chihuahua, donde recibe a DEIA recién salido de la ducha, el pelo alborotado, la toalla colgando de la cintura y el torso descubierto que deja a la vista la cicatriz de una fractura en la clavícula izquierda. La otra cicatriz, la profunda, emerge al poco de comenzar la conversación.
La humillación
David Vitoria, paisano, compañero de equipo y "pupilo", no alcanzaba a entender a Óscar. Se sorprendía, se maravillaba de su predisposición y entrega cuando destripado el ciclismo estatal por la Operación Puerto (mayo de 2006), seguía entrenando, aún sin equipo, sin idea alguna de lo qué le iba a deparar el futuro, con extraordinaria disciplina y pasión. "Yo nunca dejé de cuidarme y entrenar y David decía que me admiraba por ello. Sigo igual. No me martirizo ni me agobio, pero tampoco me relajo. Entreno más que muchos ciclistas a los que escucho quejarse, protestar por cuánto corren o lo cansados que están. Y yo, que estoy donde estoy, pienso: "ojalá yo pudiera tener otra vez la oportunidad de correr en Europa, de hacer el Tour o la Vuelta", sostiene el albaceteño, a quien la ambición, el motor del deportista, no le ha menguado. "Para nada. Sigo teniendo ilusión por volver a un equipo europeo y liderarlo o trabajar para alguien". Para ello se sometió voluntariamente al pasaporte biológico, está inmerso en el programa ADAMS de localización y ha escrito varias veces a Pat McQuaid, presidente de la UCI, para saber si tenía alguna causa pendiente. La respuesta siempre es la misma: no hay ningún problema, todo es correcto. "Pero yo, de momento, sigo sin poder correr donde creo que debería hacerlo. Estoy, como muchos otros, en un limbo inexplicable. Si tenían que sancionarnos, que lo hubiesen hecho, pero de esta forma? Todo ha sido tan doloroso y humillante. Corremos por convicción y cabezonería", proclama.
"La Operación Puerto nos ha fastidiado, hemos perdido mucho, pero creo que también el ciclismo lo ha hecho", reflexiona Sevilla, quien destapa la vertiente positiva de tan dolorosa experiencia. Dice que personalmente ha supuesto un verdadero descubrimiento el hecho de demostrarse a sí mismo una fortaleza mental que intuía pero de la que desconocía su límite. En una situación de desamparo total, dibuja, al ser humano sólo le quedan dos opciones: seguir por la vereda del abatimiento, la del hundimiento definitivo; o resistir. "Yo pude agarrarme a la segunda. Mi cabeza fue tan fuerte que asimilé bien el golpe. Seguí haciendo de ciclista como si nada hubiera pasado. Creo que esa resistencia, de algún modo, me ha hecho completarme como deportista. Mi rendimiento ahora, a los 33 años, es mejor que nunca. Me siento más poderoso, capaz, creo yo, de luchar en las grandes carreras con los mejores, o, al menos, de poder darles batalla".
Su percepción no es subjetiva. De su fortaleza física hablan los datos. Sevilla no es un ciclista metódico en extremo, de esos tipos inflexibles en la disciplina, pero conserva desde siempre pautas inalterables. Una de ellas es la de probar su condición en los puertos de la Sierra de Cazorla. Acumula datos de toda su trayectoria deportiva. Los que ha recogido esta temporada son los mejores de siempre.
El señor Sevilla
Tuerce el morro Sevilla y su rostro palidece cuando recuerda los tiempos "en los que España vibraba con el ciclismo". "La época de Perico e Indurain", enfatiza con pesar, pues lo enfrenta con su vivencia, los entrenamientos en los que algún chiquillo travieso, algún albañil desocupado en el andamio, sin niñas a las que piropear, le llamaba dopado o "me preguntaba dónde tenía las pastillitas". Sufre también recordando el dolor de su madre, expuesta a los comentarios, al murmullo, al ejercicio de acoso y derribo, el deporte rey. "Todo eso en lo que ha caído el ciclismo en España no existe en Colombia". A caballo entre Ossa de Montiel, Bogotá y California vive Sevilla desde que fichara en 2008 por el Rock&Racing del excéntrico millonario y diseñador Michael Ball y conociera, también el pasado año, a la que ahora es su mujer, Ivonne, un colombiana que se ha convertido en uno de los pilares del equilibrio mental de Sevilla. "Colombia me recuerda ahora a España cuando corrían Perico e Indurain. Allí te sientes sano, grande. No estoy corriendo el Tour, pero allí te enorgulleces de ser ciclista. Me siento querido y respetado. Como antes en España", dice el señor Sevilla, como le llaman en Colombia, el ciclista que, a pesar de lo sufrido, sigue disfrutando como en aquellas tardes de Tomelloso de la mano de su padre. Aunque a veces?