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Screamin’ Jay Hawkins: alaridos, provocación, ataúdes y mala suerte

La editorial vasca ‘Liburuak’ edita ‘I Put a Spell on You’, una biografía sobre “la extraña vida” de uno de los pioneros del r&b y el rock’ n’ roll en los años 50

Screamin’ Jay Hawkins: alaridos, provocación, ataúdes y mala suerte

La singladura de Screamin´ Jay Hawkins da para una película o una serie, tanto en lo personal como en su vida artística, marcada por la provocación, un único éxito global en los años 50, el desdén de las discográficas y un carácter pionero en el uso de triquiñuelas escénicas y teatrales –el humo, los ataúdes, la imagen de hechicero vudú...– que influyó a múltiples músicos y bandas posteriores. Precisamente su único himno, I Put a Spell on You (Liburuak), es el título de la biografía escrita por Steve Bergsman sobre el músico y el hombre, un tipo tan simpático como fabulador, pendenciero y peligroso para el sexo femenino.

El subtítulo del libro traducido por Carmen Espina Flórez, La extraña vida de Screamin’ Jay Hawkins, se ajusta como un guante a la trayectoria personal y artística del músico de color estadounidense nacido el 18 de julio de 1912 en Cleveland (Ohio) y fallecido en 12 de febrero del 2000 en Neully–Sur–Seinen (Francia). El tipo, todo un pionero en la escena naciente del r&b y rock en la década de los 50, fue, quizás en competencia con Jerry Lee Lewis, el más escandaloso en el nacimiento de un estilo que dominó, musical y culturalmente, el siglo XX.

Steve Bergsman, escritor con más de veinticinco años de experiencia a sus espaldas escribiendo libros y artículos para revistas y periódicos como The New York Times, Wall Street Journal, intenta embridar la apasionante como indomable carrera de un artista salvaje y un pionero en el maridaje posterior de la música con los trucos escénicos y teatrales, casi siempre entre cierto caos sonoro.

El libro pasa revista a la turbulenta existencia de un artista que únicamente tuvo un éxito, el clásico I Put a Spell on You, convertido en himno desde que lo grabó, tras varios intentos baldíos previos, en el sello Okeh y a pesar de la censura que sufrió en sus primeros años, especialmente de su Constipation Blues (El Blues del Estreñimiento), que solo pudo editar en Japón. Su canción bandera ha sido versionada hasta el infinito, con cumbres como las registradas por Nina Simone y Creedence Clearwater Revival.

La génesis de I Put a Spell on You, según documenta Bergsman, es solo una de las muchas que rodean a un cantante apasionado, torbellino escénico y compositor prolífico cuya relación “con la verdad es, cuando menos, peculiar”, escribe. Al parecer y tras consultar distintas fuentes, el tema es “una historia de un corazón roto”, según su autor, que intentó grabarlo en origen como una balada convencional. “Una chica me ninguneó y se llevó hasta mis discos de casa, así que le lancé un hechizo para que regresara”, explica Hawkins. Al final, se decidió que la canción “tenía que dar miedo”, de ahí sus risas histéricas, rugidos y gemidos. “La grabamos todos borrachos, yo incluido tirado por el suelo”.

Un simpático peligroso

El libro explora los extravagantes relatos del músico, sus luchas personales y su tardío reconocimiento en la historia del rock and roll, especialmente en Europa, ya que en Estados Unidos, como en el caso de casi todos los pioneros del r&b y rock’ n’ roll de color, fue siempre ninguneado y robado directamente al grabar por cuatro dólares y sin poder disfrutar de los derechos de autor de su repertorio. Hawkins, que llegó a telonear a Little Richard, ha sido reivindicado posteriormente por Nick Cave, The Rolling Stones o el grupo de garaje The Fuzztones, con el que colaboró.

La biografía, que explica anécdotas curiosas como que Hawkins fue influenciado no solo por bluesmen como Elmore James y Lightin’ Hopkins sino también por Enrico Caruso y la ópera, indaga en la vida del hechicero entre exageraciones, medias verdades y anécdotas inverosímiles, la mayoría propagadas por él mismo. El volumen lo presenta como un tipo “simpático que hacía amistades enseguida”, pero que proyectaba “un mal karma” a su alrededor debido a que “se revolcaba en el alcohol y las drogas”. Resultón con el sexo femenino, protagonizó “episodios de maltrato” y sus mujeres ejercían no solo como parejas, también “de niñeras y alcahuetas”.

Pionero teatral

Bergsman, toda una influencia para músicos posteriores como Alice Cooper, Marylin Manson, New York Dolls, Kiss, Rob Zombie o Glen Danzig, alaba el carácter pionero del músico en la concepción teatral de su imagen y conciertos, de los que se recuerda, con múltiples declaraciones ajenas y datos, su puesta en escena impactante y su voz estridente, que relata –a saber si con más de ficción que realidad– que remitían a los azotes que recibía en su niñez con una correa de cuero.

Hawkins, que coqueteó en numerosas ocasiones con el cine, incluidas películas de culto como Mystery Train, de Jim Jarmusch, y Perdita Durango, de Álex de la Iglesia, estará siempre asociado a su imagen bizarra de caníbal y sacerdote vudú, ataviado con un bastón y portando una calavera después de presentarse en el escenario desde un ataúd que, en más de una ocasión, estuvo a punto de acogerlo definitivamente porque no se abrió en su debido momento, como recoge un libro más poblado de anécdotas que de análisis riguroso. De sus peleas, ya que fue boxeador en su juventud, a quemaduras cuando estallaba la máquina de humo, la controversia con un anuncio y Tom Waits por medio o un episodio estrambótico con su gata en celo que prefiero dejar en el aire.