Los más de 600 guiones escritos por Santiago Díaz (Madrid, 1971) no le han quitado el gusto por la escritura. Es más, con más de dos décadas de trayectoria como guionista, su salto a la novela –ya consolidado– ha resultado más que fructífero. A día de hoy suma siete libros publicados y sigue creciendo el número de fieles lectores. Ahora llega con Jotadé, su nueva obra literaria, donde relata las vivencias de un policía gitano que navega entre la lealtad y la justicia.

¿Cómo comenzó su trayectoria en la escritura?

—Todo ha sido por casualidad. Yo era jugador de baloncesto y profesor de Educación Física. Un verano se me ocurrió escribir un guion, lo compraron, y ahí empezó todo. Después de 25 años como guionista, probé con una novela, Talión, que funcionó muy bien, y ya llevo siete. No era el camino que tenía en mente, pero he podido ganarme la vida con esto.

Jotadé es un personaje complejo. ¿Cómo lo definiría?

—Es irreverente, malhablado y muy leal. Esa lealtad es complicada porque si es leal a los suyos, es desleal a la policía, y viceversa. Está entre dos mundos: es demasiado gitano para los payos y demasiado payo para los gitanos. No encuentra su sitio, y eso lo hace atractivo para el lector.

¿Se documentó mucho para construir a Jotadé sin caer en clichés?

—Sí, pero es difícil. Vivimos juntos payos y gitanos, pero no nos mezclamos. He procurado alejarme de tópicos y construir un personaje con respeto. Muchos gitanos me han escrito diciendo que Jotadé les gusta tanto a ellos como a los payos, y eso es porque es auténtico.

¿Se identifica con ‘Jotadé’?¿Por qué engancha tanto?

—Mis amigos dicen que Jotadé soy yo. Evidentemente, yo no hago lo que él hace, pero me siento muy cómodo en su piel. Tiene esa mezcla de calle, humor y autenticidad que me gusta. Engancha porque es real, imperfecto, humano.

Hablando de justicia, ¿cree que la novela negra permite hablar de temas sociales con más libertad?

—Totalmente. Mi intención es que el lector se lo pase bien, pero también que vea la realidad. La novela negra tiene ese poder de entretener y denunciar al mismo tiempo.

Sus novelas se leen muy rápido. ¿Tiene que ver con su pasado como guionista?

—Sin duda. He aprendido mucho escribiendo guiones: capítulos cortos, diálogos ágiles, finales en alto, muchos giros... Todo eso lo aplico en las novelas. Me gusta que atrapen desde el principio, que el lector no pueda parar.

¿Qué es lo más difícil de estructurar en una historia como esta?

—Mantener el equilibrio entre todas las tramas. A veces hay cinco a la vez y todas deben sostener el interés. También hay que dar respiros. Jotadé es muy duro, así que necesito otras líneas más luminosas como la de Iván Moreno y sus hijos para no saturar al lector.

¿Y el amor? ¿Qué papel tiene en su obra?

—Tiene su espacio. En esta novela hay una historia bonita: Jotadé y su exmujer, Lola, que siguen enamorados pero no pueden estar juntos porque ella no quiere vivir con el miedo constante de que a su chico le pase algo. Es un amor imposible, pero muy real.

¿Cree que para escribir sobre amor hay que haberlo vivido?

—Sí. Puedes basarte en lo que te cuentan, pero solo si lo has vivido puedes contarlo con tu propia voz. Lo mismo pasa con el desamor, el sexo, la muerte… Hay algo único en cada experiencia que solo puedes transmitir si la has sentido tú.

En un mundo tan globalizado, ¿por qué cree que siguen existiendo tantos guetos?

—Porque, aunque convivimos, no nos mezclamos. Pasa entre gitanos y payos, pero también entre barrios, entre clases sociales. Las influencias familiares, la educación... todo nos separa. Vivimos rodeados de información, pero el lugar donde naces sigue marcándote mucho.

Y eso también se refleja en cómo una misma característica puede derivar en función del contexto social...

—Exacto. Hay un 2% de psicópatas en la sociedad. Si naces en un entorno que te enseña lo que está bien y mal, puedes ser un jefe déspota y ya. Pero si no, puedes acabar cometiendo crímenes. El contexto lo es todo.

Finalmente, ¿qué esperas que se lleven los lectores de su obra?

—En primer lugar, que se diviertan. Pero, por otra parte, también que vean que hay realidades complejas ahí fuera. Que no todo es lo que parece. Y que, incluso en los personajes más duros, puede haber humanidad. Jotadé es un espejo incómodo, pero necesario.