En Los días se hacen solos, los protagonistas, siete mujeres y nueve hombres, se desplazan a Bilbao para asistir a un congreso en el Palacio Euskalduna. Pero la vida tiene otros planes para ellos. Garbiñe Salaberría es doctora en Sociología y Ciencias Políticas, especializada en investigación sobre el discurso narrativo y literario. Durante su trayectoria profesional ha alternado la vida docente con la literaria. Tras publicar varias obras de literatura infantil y juvenil, ahora se adentra en el género de la novela con unas inquietantes historias que sacuden el corazón de las lectoras y lectores.
¿Cómo surgió ‘Los días se hacen solos’?
—Empezó a partir de una de las protagonistas. La historia tenía fuerza y me pedía continuidad. Intuí que podía explorar más a fondo el tema porque quedaban cosas por contar. Me puse a escribir sin saber cómo iría la historia ni por dónde, dejándome llevar por el espacio emocional y vital que planteaba. Empecé un recorrido que fue ampliando el mundo de los días difíciles. La trama cogió cuerpo, echó a andar y la entrada del resto de los personajes añadió los capítulos que le dieron sentido. Quería que la novela fuera capaz de conmover a los lectores y de entretenerlos.
¿Por qué eligió este título?
—La mayoría de los días de nuestra vida salen más o menos como los tenemos previstos, pero hay otros que se hacen solos, que nos pasan por encima. Son esos días para borrar del calendario. Puede variar la intensidad de los acontecimientos, pero creo que todos conocemos alguno. En esas ocasiones, solemos decir, “¡no me lo puedo creer! ¡Si lo sé no me levanto de la cama! ¡Esto no hay quien lo aguante!”. Y otras sensaciones parecidas dependiendo de la dureza de lo que toque vivir. O también puede que hayan sido tan difíciles que no puedan contarse, como es el caso de los protagonistas de esta novela. De esto trata el libro, de los días que golpean y cambian el rumbo de la gente marcando un antes y un después.
La novela está ambientada fundamentalmente en Bilbao. ¿Tenía claro desde el principio que se iba a desarrollar en esta ciudad?
—No tuve dudas sobre cuál sería el lugar dónde sucedería todo. Seguro que también influyó que me gusta mucho vivir en Bilbao, aquí están mis raíces y es el lugar al que siempre quiero volver. Pero, en la elección tuve en cuenta otras razones. Por ejemplo, la ciudad tiene el alma que desean los personajes y transmite las sensaciones físicas y emocionales que necesitan para vivir su historia. Además, al igual que Bilbao, mis personajes han tenido que reinventarse.
Su novela tiene varios protagonistas, concretamente siete mujeres y nueve hombres, ¿Estamos ante una novela coral?
—Podríamos decir que sí, son unas cuantas voces en torno al mismo tema, pero diciendo cosas muy diferentes. Cada uno de ellos se encara con lo inesperado a su manera, con las limitaciones y los recursos de su personalidad, de su entorno y de su experiencia de vida. El resultado es un conjunto de respuestas ante las rupturas de la vida cotidiana que les obliga a replantearse el futuro, a revisar qué es lo que importa y lo que sobra. Tienen varias cosas en común, entre ellas que el pasado siempre vuelve cuando menos te lo esperas.
¿Cómo eligió a los personajes?
—Quería contar cómo nos manejamos con lo inesperado cuando nos rompen los esquemas y, también, qué hacemos con los pedazos. Lo que no sabía era quiénes pasarían por esto. A partir de lo que les tocaría vivir a cada uno de los personajes los fui perfilando, era importante que encajaran con las necesidades de la historia. Los primeros fueron los más complicados, luego su carácter y sus circunstancias me fueron dando pistas para presentar al resto de los personajes. Todos han aportado su dosis de vitalidad y de sorpresas hasta el final de la novela.
¿Se inspira en la realidad, en la observación de lo que le rodea?
—Creo que es una mezcla de lo que veo y de lo que imagino. En realidad, nunca sabes dónde saltará la chispa. Por ejemplo, la novela en la que estoy trabajando ahora se me ocurrió durante una gripe, igual fue un delirio de la fiebre. Mientras escribo, vivo la vida, disfruto, estoy atenta a lo que pasa a mi alrededor y en el planeta. Y un día ocurre la magia, encuentro un hilo del que tirar. Después, es cuestión de sentarse a trabajar y currárselo mucho para traer la historia al mundo.
En las historias, hay bastantes flash backs de la vida de los protagonistas, ¿qué aporta ese recurso a la narración?
—La novela empieza en el presente, los protagonistas tienen cuentas pendientes en el pasado que se activan con un encuentro casual. Todos van por la vida con el cerrojo puesto. El flash back es el “ábrete sésamo” de la cueva donde guardan los secretos que quisieron olvidar y que les pesan en la vida. Funciona como la llave que abre la puerta para ver quiénes son de verdad, qué es lo que esconden, qué les pasó y cómo les fue. Es la manera de llevar luz a las sombras que arrastran y de entender sus contradicciones.
En cada novela hay siempre algo de la escritora. ¿Cuánto de Garbiñe Salaberría hay en ‘Los días se hacen solos?
—Es ficción, para que funcione y consiga vivir por sí misma yo tengo que desaparecer y dejar espacio a la vida de otros. Pero siempre puedo incluir algo de mí, de manera que al pasarlo por las exigencias de la historia se transforme y no se pueda distinguir. De alguna manera, también estoy presente, creo que todo lo que vivo participa de mi visión del mundo y de mi manera de contar.
Ahora que ha dado el salto a la novela para adultos, ¿tiene más proyectos literarios para el futuro?
—Estoy trabajando en una novela de suspense que sucede en diferentes escenarios de Bizkaia, Barcelona y Buenos Aires. Confío en que sigan viniendo muchos más cuando la termine.