Rozalén es una de las artistas que más activamente se ha involucrado en los últimos días para ayudar a solventar los estragos de la dana en su localidad, Letur (Albacete). La cantante se ha tomado esta pausa necesaria en plena presentación de El abrazo (Sony Music), su sexto disco, con el que recalará el 28 de diciembre en el Bilbao Arena en un concierto para el que todavía quedan entradas a la venta. Antes, pasará por Donostia, donde actuará dos veladas en el Kursaal, el 30 de noviembre y el 1 de diciembre.
La albaceteña, autora de himnos como La puerta violeta o Comiéndote a besos, habla de la vida, los duelos y la muerte en esta entrevista, así como de la necesidad sanadora de los abrazos, del amor y el baile. “El disco y los conciertos te zarandean, te llevan arriba y abajo, pero luego te sacan a bailar”, explica.
Vuelve con canciones propias tras un silencio de cuatro años. El disco refleja su vida personal en este tiempo, imagino.
—Sí, son cuatro años aunque en medio saqué Matriz, el disco ligado al folclore, que tenía menos composición y grabamos durante la gira. El actual tiene canciones escritas desde hace casi cinco años y en él canto mi vida. Cuando sea viejecita escucharé mis discos y será como ver pasar mi vida. Necesitaba aferrarme a lo de siempre y hablar más que nunca de emociones, del amor y la muerte.
Los grandes temas del arte.
—Así es, eso me ha pasado, incluido despedirme de seres muy cercanos y ver que se me ha apagado un poco la infancia. He madurado de golpe y ahora valoro más la vida, me aferro a lo sencillo y a lo importante. Me he puesto amorosa y nostálgica, aunque el disco es también muy divertido. Es que soy una tía muy divertida (risas). Te zarandeo, te llevo arriba y abajo, te saco a bailar. Eso está pasando en los conciertos, con la gente que llora, baila, suda… Como en la vida misma. Quería ofrecer la muestra de cariño por excelencia: el abrazo.
Vamos, que se ha ahorrado el psicoanalista y, si fuera creyente, el confesionario.
—(Risas). Además, soy psicóloga. En algunas canciones hago terapia de choque, como la dedicada a mi padre. Me encerré tres días en casa para componerla, vestida con su ropa y rodeada de sus fotografías y de velas.
¿No le cuesta cantar ‘Todo lo que amaste’?
—Mucho, pero me alivia también; y cada vez, más. El proceso de duelo va cambiando. Al principio se me caían las lágrimas; ahora también, pero con una sonrisa en la cara. Y en directo expongo al público a que pase por lo mismo, le ha pasado a casi todo el mundo. Y al que no, coge y llama después a sus seres queridos, así que de puta madre. Eso es lo que buscaba.
El disco arranca con ‘Lo tengo claro’. Es una loa al amor, ¿no?
—Sí (risas). No es algo habitual en mí hacer canciones de amor, me cuesta horrores. Me apetecía que fuera el primer single esta canción en la que le digo a mi zagal que lo tengo claro, que siento que he llegado a casa y que es mi hogar. Aunque me pongo digna y canto que “sin ti no muero”.
¿Qué más tiene claro? Se refiere también a la verdad, la honestidad y a la fe en este álbum.
—El tema para mi sobrino, La cara amable del mundo, es como una retahíla de muchos de los valores que defiendo y en los que creo: regar las raíces, cuidar la memoria, no competir… Ahí hablo de mis ideales.
El álbum se titula ‘El abrazo’. Estamos necesitados de ellos ¿verdad?
—Sobre todo en estos tiempos tan pacíficos (risas).
‘Para que no nos hieran’, canta. A veces cuesta no perder la fe en la humanidad.
—No son tiempos fáciles para los optimistas y los utópicos. Nos prohibieron los abrazos hace cuatro años, sabemos qué pasa si nos falta el cariño. Y yendo a la psicología, el abrazo provoca científicamente elevados grados de serotonina y dopamina. Es importante tocarse y decir más veces gracias, te quiero y lo siento.
‘Sácame la pena’, se titula otro tema. Ese es el efecto que provoca su obra.
—En esa suena una gaita venezolana y es como una chacarera arrastrada. Puede resumir todo el disco en la frase: sácame la pena y llévame a bailar. La tristeza forma parte del camino, pero quiero beberme la vida y sonreír, celebrar las alegrías.
Apuesta por el baile también. ¿Es de soltarse mucho?
—Me encanta bailar aunque algunas cosas las hago regular; otras muy guay (risas). El ser humano canta y baila desde que tenemos conciencia de su existencia.
Ya lo defendía el gran Jorge Drexler.
—Claro, en Bailar en la cueva. Y es algo que vamos perdiendo en las sociedades del primer mundo, no en los lugares más pobres. Vengo de dos familias humildes y siempre se ha cantado y bailado mucho en casa, pero el progreso nos vuelve más individualistas. Es una enfermedad porque cantar y bailar es sanador; sobre todo hacerlo con gente.
Musicalmente, es su disco más de raíz, de piel.
—Venía de Matriz, un disco de folclore puro y ya metí la bandurria en Girasoles, pero sí, en este último disco he abierto más la ventana. Sacaré más capítulos de Matriz, porque la riqueza de nuestro folclore es brutal y con él se honra a nuestros ancestros. Se pone de moda hasta en grupos underground, de Vetusta Morla a Rodrigo Cuevas, Baiuca, El Nido, Tanxugueiras, en Euskadi con las trikis y txalapartas…
Hay rumbas y varios guiños a la canción latinoamericana.
—Por ejemplo, Tres días en Cartagena, en la que colabora Carlos Vives, es una jota castellana en una canción tropical. Es una marcianada (risas). Esos guiños vienen para quedarse.
‘Llévame’ suena muy pop-rock, va al otro extremo.
—Es que me encanta el rock y poner la voz aguda y en falsete. Esa es de mis canciones favoritas y explota en los conciertos. Tengo corazón rockero, forma parte de mi historia musical y se aprecia también en La canción de entonces. En el programa Tu cara me suena imité a Bonnie Tyler y todos se quedaron locos. Es que lo clavé (risas).
Volver a la infancia no estaría mal, a ese ‘entonces’ al que canta.
—Me gustaría, me bajaría el estrés. La nostalgia no es mala, significa que fuiste feliz. La que se ancla en la tristeza es la melancolía.
Esa alusión al vuelo de pájaros de barro… ¿es sobre Manolo García?
—Totalmente, eres el primero que se ha dado cuenta. Férez, que está al lado del pueblo de la Sierra del Segura donde crecí, es el de la familia de Manolo. Muchas de las metáforas de la naturaleza que usa provienen de allí, por lo que para mí es religión, como El Último de la Fila. Pájaros de barro se canta en mi casa todo el rato. Me miro mucho en él, ojalá sea la mitad que Manolo algún día.
Creo que ha ido muy bien la reciente gira al otro lado del Atlántico.
—En algunos sitios, como en Puerto Rico, he ido a picar piedra, yo sola con la guitarra, como al principio, pero le ha sentado bien a mi ego. En esos países noto que cada vez recojo más siembra y que la gente es muy fanaticada, como dicen, que te quieren.
“Riega siempre tus raíces”, canta. Eso gustará mucho en Euskadi.
—La gente nota que me gusta cuidar a los pueblos y a su gente, pero llevo Albacete por bandera. Al escribir sobre ella y mis antepasados parece que la cosa trasciende. Con Matriz una chica me dijo que si quería ser universal tenía que hablar de mi pueblo. Era una obsesión de mi padre, que me dio una foto de los suyos, a quienes no llegué a conocer. Era una pareja muy pobre y me decía que mi éxito era para no olvidar que ellos eran mis abuelos, gente humilde.
¿Qué cambió en su relación con Euskadi tras Ura Bere Bidean?
—Si cada vez que salía al escenario me aplaudían sin abrir la boca. Pensé que se estaban pasando (risas). ¡Joder…! Se ha valorado mucho que una de Albacete se ponga a cantar en euskera, pero la que más he ganado he sido yo. En Pamplona me aplaudían la semana pasada… y me paran por la calle. Me enamoré de una canción increíble, Salbadorren heriotzean, y doy gracias a las compañeras que me pusieron a cantar en vuestro idioma.
El rastro sigue en ‘Todo lo que amaste’, con los arreglos orquestales de Fernando Velázquez.
—Ojalá pueda seguir trabajando con él porque es oro puro. Tengo demasiada suerte, y está en la canción dedicada a mi padre.
‘Mis infiernos’ es la canción más rabiosa y crítica, la que mira más hacia afuera que dentro.
—No todo van a ser flores y besitos. Después de las que me suelen caer necesitaba disparar un poco porque me niego a acostumbrarme a ciertos comentarios y al odio y nivel de violencia al que se está expuesto en redes.
Colabora en ella el rapero Kase O. Prejuicios cero, ¿verdad?
—Claro, además es de mis artistas favoritos desde Violadores del Verso, junto a Soziedad Alkoholika, Reincidentes… Es la música de mi primer concierto en Viñarock.