Hasta hace tres décadas no se conocía la verdadera dimensión productiva de las ferrerías vascas en el renacimiento. “En una ocasión, me topé con un documento que recogía un encargo de 10.000 armaduras para Carlos V y me quedé estupefacto”, precisa Álvaro Soler del Campo, jefe de la Real Armería del Patrimonio Nacional. El documento, archivado en Simancas, pone de relieve lo prolíficos que eran estos centros de producción, unos centros que recogían encargos de todo tipo y que llegaron a elaborar objetos de armería de lujo para los reyes de la Casa de Austria. Cinco décadas después, el Museo de Bellas Artes exhibe una selección de piezas producidas en la Ferrería de Eugi (Nafarroa) que han sido cedidas de manera temporal por la Real Armería del Patrimonio Nacional. La colección puede visitarse desde este mismo miércoles, 13 de marzo, hasta el próximo 2 de junio.

La selección consta de tres piezas fechadas en la última década del siglo XVI y las primeras del XVII. Se tratan de una celada (yelmo), elaborada en 1596 para el rey Felipe III; la rodela del Juicio de Paris, una suerte de escudo, fechado en 1598, y un arcabuz fabricado en 1620 por encargo de un virrey navarro para obsequiar a Felipe IV cuando éste era aún príncipe. "Esta no es una colección de armas", aclara Soler del Campo, "sino una colección de obras de arte de primerísimo nivel con un fin cortesano, porque no dejan de ser la imagen del poder de un príncipe o de un monarca", concreta.

Todas ellas fueron producidas en la Ferrería de Eugi, que se situaba al norte de Iruñea, a los pies de los Pirineos. El especialista en historia militar cuenta que Felipe II contrató a doce armeros milaneses en 1596 –en esta época el ducado de Milán era un estado constituyente de la Monarquía Hispánica– y los destina a esta forja. Los italianos eran artesanos del más alto nivel, auténticos maestros del metal que trabajaron con soltura el oro y la plata para la decoración de las armaduras de la familia real.

"Hasta hace 30 años las ferrerías vascas eran muy desconocidas"

Álvaro Soler del Campo - Jefe de la Real Armería del Patrimonio Nacional

En ese sentido, el jefe de la Real Armería indica que los 12 armeros provenían de uno de los mayores focos de producción armamentística de la época: el norte de Italia. La industria también se concentró en la región de Flandes (Bélgica), y en el sur de Alemania. Concretamente, en El Tirol y Baviera. Durante la primera mitad del siglo XVI, estos centros fueron asimilados por la corona española porque se ubicaban en el Sacro Imperio gobernado, que en aquel momento era gobernado por Carlos V. También era rey de Castilla y Aragón y señor de Bizkaia.

En este contexto destacaron también las armerías vasco-navarras. De acuerdo con Soler del Campo, la industria armamentística vasca se concentraba en la cuenca del Deba. "La concentración de ferrerías en el siglo XVI era increíble. Trabajaban bien para consumo propio, bien para la corona", destaca.

A pesar de su relevancia hasta la Guerra de los Treinta Años – librada en Europa entre 1618 y 1648–, cuando estos enclaves comienzan su declive como consecuencia de los avances en las armas de fuego, las ferrerías vascas han sido poco conocidas. "Hasta hace 30 años eran muy desconocidas. Gracias al trabajo de algunos investigadores de la UPV/EHU como Ekaitz Etxeberria, está poniéndose de relieve su importancia", admite el historiador.

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Obras tan importantes como para ser fotografiadas

Las obras de la colección están acompañadas de una serie de fotografías. Entre 1863 y 1875 los fondos de la Real Armería fueron documentados por tres de los fotógrafos más destacados de la época: Charles Clifford, Jean Laurent y Ludwik Tarszeński, el conde de Lipa. Trabajaron, fundamentalmente, a las órdenes de la reina Isabel II y su sucesor, Alfonso XII. Para Álvaro Soler del Campo, estas instantáneas dejan claro que la producción de la ferrería navarra siempre ha tenido un relevante valor patrimonial.