No le des la más mínima credibilidad a quien te diga que el rock de guitarras ha muerto en el siglo XXI. Los irlandeses Fontains D.C. –con sus canciones volcadas en los sueños, deseos y frustraciones de Dublín e Irlanda– y los ingleses Idles, desde Bristol y también con una clara herencia punk en su ADN, son buena prueba de su supervivencia. Los segundos han publicado su quinto disco este fin de semana bajo el título de Tangk (Partisan Records. PIAS), un álbum que consolida y depura la contención de su repertorio más reciente y que apuesta por el afterpunk, el amor y el baile como instrumento para cambiar el mundo; al menos en nuestro entorno más cercano.

Las catalogaciones son secundarias. Da igual si a Idles les tildas de postpunk o post harcore, ya que lo importante, el meollo, son sus canciones, su fisicidad sobre los escenarios –como hemos podido comprobar en Euskadi en varias ocasiones–, su negativa a estancarse y su mensaje, esos versos que su vocalista, Joe Talbot, un auténtico animal de escenario, escupe con saña. ¿Rabia? Sí, mucha, pero humanista, letrada, concienciada, reflexiva y arriesgada. Una rabia que propone el amor y la conciencia como armas para cambiar/mejorar este jodido mundo que se desangra entre el azote de guerras vergonzantes y sueldos míseros.

Idles pueden sentirse orgullosos de sus dos primeros zarpazos: Brutalism (2017) y Joy As An Act of Resistance (2018). Siguen sonando urgentes y arrolladores, y contenían pelotazos de punk actualizado como Heal/Meal, Faith in the City, Colossus, I’m Scum, Love Song, Danny Nedelko, Television, Never Fight… Andanadas contra el fascismo –“hasta tu peinado es violento”, clamaba Talbot–, el racismo –“mi hermano de sangre es un inmigrante, tiene sangre, huesos y amor”– y los medios de comunicación; y en favor de la defensa de la vulnerabilidad y de la alegría como un acto de resistencia.

“Mi madre trabaja 17 horas al día 7 días a la semana/la mejor manera de acojonar a un tory [miembro del Partido Conservador británico] es leer y hacerte rico…/la violencia sexual no empieza ni termina con la violación, se inicia en nuestros libros y detrás de las puertas de los colegios”, clamaba en Mother Talbot, quien lideró después una reconversión estilística en sus dos discos posteriores –Ultra Mono (2020) y Crawler (2021)– que se consolida en el actual Tangk, un trabajo ambicioso, más contenido, de ritmos profundos, abierto a guiños electrónicos, cadencias hip hop y mayor prestancia melódica, y en el que se depura su viaje a la contención estilística sin renunciar a su cabreo vital ni a la pista de baile.

En Madrid y Barcelona Idles, que presentarán sus nuevas canciones el 1 de marzo en el WiZink Center (Madrid) y al día siguiente en el Sant Jordi Club (Barcelona), se han rodeado de la producción de Nigel Godrich, considerado miembro oficioso de Radiohead, en estas nuevas canciones. Su mano, y la del grupo de Thom York, se deja notar en IDEA 01, el tema inicial y, como su propio nombre indica, el primero que surgió para crear Tangk.

“Fuego, fuego, fuego/estas son las cosas que perdiste en el fuego”, canta Talbot sobre una línea de piano minimalista para recordar a un colega fallecido antes de golpearnos con Gift Horse, de clara inspiración electrónica pero todo un vendaval afterpunk, con la base rítmica proporcionada por el batería Jon Beavies y el bajo de Adama Devonshier en plenitud. Es una de las cumbres del álbum, está dedicada a la hija del cantante, que canta “todo es amor y el amor lo es todo”.

Talbot va diciendo por ahí que el objetivo de esta canción era “hacer que la gente bailara, que no pensara”. Y vaya si lo consigue… aunque la letra esté lejos de sonar obvia. Y ese reclamo de la pista de baile pervive también en Dancer, un pfunk de estribillo poderoso, eufórico y efervescente destinado a agitar el pogo en la liturgia que se montan en cada concierto y que no desentonaría en la discografía de LCD SoundSystem. De hecho, James Murphy y Nancy Whang hacen coros mientras Talbot se desgañita cantando “me ofrezco a ti en la pista de baile, soy un bailarín, tú eres una bailarina, bailemos”.

El ritmo, de hip hop a lo Slaford Mods, pervive en Pop, Pop, Pop, y la caña se repite en Gratitude, otro latigazo de postpunk bailable donde el bajo se apodera de tu estómago y se oye “moriré antes de aburrirme”, en un Jungle de guitarras rugosas y en la que Talbot recuerda viejas adicciones ya dejadas atrás, y se desparrama en la punkarra Hall&Oates, con los guitarristas Mark Bown y Lee Kiernan recordando sus orígenes musicales. Este tema parece fuera de lugar ante una propuesta mayoritaria de mayor contención sónica que pivota sobre esa magnífica canción titulada Grace, con su ritmo –de raíz afrobeat– incesante, sus guitarras distorsionadas finales y un vídeo… digamos que sorprendente y que tiene que ver con Coldplay. No haremos spoilers, pero merece la pena.

“Dame gracia, hazme puro, sé la respuesta a mi llamada/Ni Dios ni rey, el amor es lo importante”, se oye en Grace, posible cumbre de un disco que engancha también con Roy, una canción sobre la culpa con un ritmo marcado y guitarras sinuosas; la balada A Gospel, pura melancolía en su piano y de inspiración clásica en sus cuerdas, y en Monolith, que nos ofrece un cierre cinemático y en clave introspectiva, con la participación al final del saxofonista del grupo de indie noise Sex Swing. “Me encontré a mí mismo, soy mi propio rey”, se jacta Talbot antes de cantar “¿quién necesita alas cuando te oigo cantar”. Nosotros tampoco. Pues eso, a volar con Idles.