Los vizcainos McEnroe se han asentado como uno de los grupos de pop alternativo más interesantes y emotivos en el circuito estatal en las dos últimas décadas. Su líder, compositor, guitarrista y cantante, Ricardo Lezón, vive estos días el éxito de la segunda edición de su biografía, Lento y salvaje (Penguin Libros), unas páginas que evidencian el papel que ha tenido en el getxotarra la música como refugio y salvación ante los vaivenes personales de una vida marcada por la melancolía, la poesía, el desamor y las crisis de ansiedad. “Para mi el éxito fue terminar el libro, y estoy muy contento de haberlo hecho como lo sentía”, asegura el músico a DEIA sobre un texto sincero, arrojado y valiente.

McEnroe es sinónimo de melancolía y de poesía –“llevo 20 años escribiendo canciones y poemas de amor”, escribe– en tono melancólico y contenido en lo musical aunque salvajemente pasional en sus letras. Canciones centradas en el amor en mayúsculas, el de la pareja, pero también el de la amistad, la familia y la naturaleza. Y ese tono, aunque aún más crudo y kamikaze en ocasiones, se traslada a las páginas de su autobiografía, que recorre su periplo personal y artístico con información desconocida, especialmente de la juventud del grupo, y confesiones desnudas.

Con una evocadora banda sonora protagonizada por el grupo y músicos y bandas como él, atribulados, románticos y vulnerables como The Smiths, Jesus & Mary Chain, Silver Jerks, Low, Tindersticks, Palace Brothers, Tom Waits, Chet Baker, Damien Jurado o Will Johnson, Lezón se muestra orgulloso de su obra, que fue precedida por algunos libros de poemas. “No quería escribir un libro estrictamente musical con datos, fechas y fotos, sino tratar de contar de dónde salen las canciones, cómo se han integrado en mi vida y cómo me han ayudado a construirla. Me importaba mucho la repercusión más íntima, la de quienes aparecen en el libro, y ha sido muy positiva”, indica.

“Ilusionado y orgulloso” tras las críticas cosechadas, que le están llevando a “un viaje muy intenso y luminoso”, Lezón recuerda “el respeto” y duro trabajo de la redacción de Lento y salvaje. “Ha merecido la pena porque me siento identificado con lo que he escrito”, indica sobre estas 245 páginas, que no siguen un relato cronológico pero que superpone el inicio de McEnroe –en inglés y, como evidencia el propio nombre, debido a la pasión de su entorno cercano por el tenis, practicado en Jolaseta– con la escritura de su paisaje familiar. “Nunca fue un hogar” y, en ocasiones, llegó a convertirse en “un infierno” que provocó su primera crisis de ansiedad con 15 años, escribe.

Vaivén de emociones

Lezón, en inicio bajista y seguidor de cantantes melódicos como Julio Iglesias más que del rock –“solo me gustaba cuando se frenaba”–, reconoce “el aspecto sanador” que le supuso la música cuando era un adolescente caracterizado por su fragilidad e inseguridades. Lezón dice no ser escritor, pero en su libro hay más poesía y emociones que en buena parte de las propuestas paridas por novelistas y poetas asentados. Y verdad y emoción. Sin filtros, a tirones y sin reglas temporales, salta del presente al pasado, y de las aventuras personales a las musicales.

Lezón siente a McEnroe como “una necesidad para ser feliz y respirar”, como “algo nuestro”, indica, como “el lugar en el que encuentro la armonía del mundo y el paisaje al que pertenezco”. Siempre con ayuda de sus amigos músicos, especialmente de Edu, Txomin y Gonzalo, ya que el libro es también un canto a la amistad… y al amor, como evidencia en las diferentes relaciones sentimentales que evoca en sus páginas –las paterno filiales también, con su hijo e hija– mientras van creciendo el número de discos, problemas personales y reconstrucciones.

El fan de McEnroe disfrutará especialmente de Lento y salvaje –en el que se cuelan influencias literarias como Murakami, Cioran, Kundera o James Salter–, porque muestra las claves que conforman la música y el repertorio del grupo vizcaino. Entre luces y sombras, cambios de destino físicos y emocionales, pasiones y la hiel de las separaciones, Lezón sigue sin bajarse del tren que es su vida, “dando tumbos campo a través” y, a veces, “haya descarrilado”.

El libro, que concluye con el último concierto de la gira del vigésimo aniversario del grupo, entre abrazos, sonrisas y sudores, mostrará al fan que de ciertas relaciones y rupturas surgieron algunas de sus canciones favoritas, como Mundaka; su relación “complicada” con Euskadi, de la que no puede huir aunque a veces “me he sentido como un extranjero”; su pasión por el Kafe Antzokia; el alcohol y los fármacos… Y la música, siempre la música. Con “el único objetivo de hacer canciones”, al ritmo que ellas marquen y para “vencer el miedo”. Porque “la música siempre me ha ayudado a vivir, pero nunca hemos vivido de ella”, escribe; y, en su caso, como canta en Coney Island, “la tristeza tiene su parte de belleza”. Un libro sanador.