Eliades Ochoa (Santiago de Cuba, 1946) es uno de los nombres claves de la música popular cubana al frente del inmortal Cuarteto Patria. Toda una leyenda en la isla y el mundo, que el domingo 22 de este mes actuará en la Sala BBK de Bilbao, en el marco del ciclo Music Legends, con entradas a 25 euros. Presentará su último disco, Guajiro, en el que recuerda sus raíces rurales y nos deleita con sones y boleros, ayudado por estrellas como Rubén Blades y Charlie Musselwhite. “El premio más grande es que la gente me pida más canciones al terminar. Ese se guarda para toda la vida y no coge polvo”, indica el sonero en esta entrevista.

Nació en Loma de la Avispa, un enclave rural de Santiago de Cuba, y llega a Bilbao con ‘Guajiro’. ¿Siente el orgullo de ser de pueblo?

—Claro que sí, tiene que ver mucho, mucho con el nombre del disco, ya que soy guajiro, nacido en la intrincada montaña de ese pueblo. Nací allí y vi a mi padre trabajando la tierra, incluso le ayudé siendo un niño en esas tareas con seis o siete años. Trabajé con la yuca y abrí la tierra para sembrar el maíz. El lugar natal se ve como algo muy propio, de uno.

¿El aguijón del son le picó ya allí, a corta edad?

—Mi padre lo oía todas las tardes y noches. Es lo único que se podía hacer allí, cantar y tocar sentado al lado del secadero tras acabar las labores del día en el campo.

Luego ha recorrido el mundo y visitado miles de ciudades, pero creo que vuelve a su pueblo siempre que tiene ocasión. ¿Qué le une a él?

—Sí, me gusta, me siento muy feliz caminando por aquel lugar. Allí quedan personas que eran niños cuando yo nací, y que aún me recuerdan y salen del centro de la montaña para verme y saludarme. Es muy bonito. Como la unión de los campesinos para recordar mi casa natal. Han llamado al proyecto Estoy como nunca, como la canción, y hay comidas algunos días y el fin de semana hay música centrada en los sones del campo. Se ofrecen muchas fiestas. Ese es el canto más puro, cuando no hay dinero de por medio.

Su penúltimo disco se tituló ‘Vamos a bailar un son’. ¿Ese es el objetivo principal, hacer mover los cuerpos al personal que lo escucha?

—Buscaba cómo agitar los cuerpos y, además, enseñar a la juventud cómo se baila un son, ya que hoy tienen otro tipo de influencias y les cuesta trabajo llevar el pie al lugar adecuado.

Hoy prefieren el reggetón.

—Bueno… toda la música tiene su público y su gente. Ese estilo tiene su público y yo, el mío. Es algo normal. Y hay jóvenes a quienes, según veo desde hace unos años en mis conciertos, les puede gustar el reggetón pero mi música, también. Y conocen mis canciones, es algo de lo que realmente disfruto.

Agitar los corazones también será importante con la música, ¿no cree?

—Claro que sí. La música siempre lleva un mensaje de amor, de felicidad y amistad. Cada canción lo lleva.

Y ofrecer alegría también. “Está bueno ya de tristeza”, canta en una canción reciente.

—Vamos a alegrar el mundo, que tiene mucha tristeza. El mundo necesita alegría. ¡Qué se le va hacer!

Es curioso, usted suele vestir de negro, como Johnny Cash.

—Es algo que me gusta. Y mi sombrero viene de la época del campo. Ahora, sencillamente tengo una imagen propia. Cuando me esperan quieren ver a alguien vestido de negro, con sombrero y guitarra en la mano. Es un clásico.

Ha tocado todos los estilos de la canción tradicional cubana. ¿Es el son su favorito?

—Sí, es cierto. El son es muy fuerte y me gusta mucho, pero también me encantan otros estilos como el bolero. En mi último disco los canto. De hecho, hice un trabajo completo de ellos titulado Un bolero para ti, al que la Academia de los Grammy Latino premió con cuatro estatuillas.

¿Le da importancia a los premios?

—Sí, son buenos, como una forma de reconocer tu trabajo, pero el premio gigante es ver un teatro de pie aplaudiendo y pidiendo mis canciones. Y que griten al acabar y pidan más. Ese es el premio que se guarda para toda la vida. Esos no cambian de color, no hay que pasar un paño para quitarle el polvo (risas).

Tampoco le hace ascos a estilos diferentes como el blues ni a la música africana.

—Es por la mezcla, la fusión. En toda la música cubana puede aparecer la influencia africana. El disco que grabé con Manu Dibango, CubaAfrica, fue maravilloso. Y el de Toumani Diabate, igual. Fue una escuela para ambos, para los africanos y los cubanos, ya que tenemos una síncopa de la música distinta. Eso sí, en todos los instrumentos están las mismas notas: do, re, mi, fa, sol y sí. En ellos está toda la música aunque luego cada uno tiene su forma de hacerla. La música es universal y no hay que tener prejuicios; ni en la música ni en la vida, que está muy bien (risas).

Le gusta de rodearse de colaboradores famosos, incluso de culturas y estilos musicales diferentes. ¿Qué le aportan?

—Nos enriquece a ambos, y ofrece familiaridad entre artistas. En Guajiro están Charlie Musselwhite, Joan As A Police Woman y Rubén Blades.

Blades es un grande de la música popular del último medio siglo.

—No hay otro como él en el último siglo. Nació para ser Rubén Blades, eso lo dice todo, que solo hay uno.

Comparten ‘Pajarito voló’. Es una canción de gran actualidad, diría que incluso suena feminista y centrada en la libertad.

—Tienes razón, habla de una mujer que quiere ser libre y que no desea estar en una jaula y ser como quiere su hombre, que es una persona celosa. Ella busca la libertad y divertirse con sus amigas, ir al cine y a tomar un café. Los tiempos avanzan, claro que sí.

¿En qué momento ve a la música tradicional cubana? Vivió épocas gloriosas de exposición mundial con el grupo Buena Vista Social Club y el apoyo de Ry Cooder el siglo pasado. Y, aquí cerca en el Estado español, el de Juan Perro / Santiago Auserón.

—En aquellos tiempos estaba más fuerte la música tradicional en el mundo, no solo la cubana. No se puede negar que, gracias al proyecto Buena Vista Social Club, se abrió la puerta a nuestra música tradicional a todo el mundo. Jamás ha pasado, ni pasará que una agrupación venda en Cuba entre doce y quince millones de discos, como sucedió. Y eso que hemos tenido artistas de gran fama y nivel. Es difícil que suceda de nuevo. Eso sí, la historia ha echado raíces.

¿Quedó algo de todo aquello o resultó una moda pasajera?

—Hay muchas agrupaciones de pequeño formato que gracias a mi trabajo con Buena Vista Social Club tocan sus clásicos en cualquier esquina de la isla de Cuba. Todos saben cantar El Carretero o Chan Chan. Eso lo saqué yo del cajón del olvido, y gracias a ese proyecto dieron la vuelta al mundo. No me gusta decir yo hice, pero es la verdad. Hubo momentos que me sentí embajador de la música tradicional en el mundo.

Lograron competir en ventas con las estrellas del pop y el rock

—Y muy fuerte; hubo momentos que incluso llegamos a estar por encima de ellos. Pero bueno… p’alante (risas).

En Bilbao actuará en el ciclo ‘Music Legends’. ¿Se siente una leyenda?

—Bueno, bueno, bueno… solo soy un alumno aventajado de la Casa de la Trova de Santiago de Cuba, de cuando empecé a visitarla en 1963, siendo un niño. Recuerdo a Manolo Castillo, Niño Saquito, Rafael Cueto del Trío Matamoros, Carlos Puebla, Miguel Ángel Justiz... ¿Deuda con ellos? Sí la tengo, la estoy pagando muy bien.

¿Tendremos que preparar los pies para bailar, como canta en otra canción?

—En Bilbao estoy seguro que la gente se va a mover. A mí me gusta ver a la gente divertirse, gozar y moverse. Es mejor que no haya butacas.

¿Con qué formación se acercará a Bilbao? En el disco incluye coros femeninos, sección metales…

—La misma con la que he grabado Guajiro. Habrá coros y metales, de todo. Seremos unos seis músicos en el escenario.

Adapta ‘Los ejes de mi carreta’, el clásico de Atahualpa Yupanqui. Un verso habla de lo largo que se hace el camino… ¿El sonero, como los ‘bluesmen’, no se jubilan nunca?

—No, no, jamás en la vida. Conozco la palabra jubilación, he oído hablar de ella porque soy graduado en la Universidad de la calle, pero no está en mi vocabulario (risas). Hay que oír para aprender, siempre hay algo que desconoces. Nadie lo sabe todo, miente quien lo diga.