Ni una entrada quedó en la segunda jornada del BBK Bilbao Music Legends Fest 2023, que se cerró con récord a pesar de la cancelación a última hora de los míticos Canned Heat. Alrededor de 5.000 personas disfrutaron del rock vintage, divertido y molón de Chris Isaak, y de la épica de los escoceses The Waterboys, que convirtieron el Bizkaia Arena en una fiesta nostálgica con himnos como Wicked Game y The Hole of the Moon, respectivamente.

La última jornada del festival resultó de récord, además de una de las más inolvidables que deja para la historia esta cita con leyendas de la música que arrancó en las instalaciones de La Ola, en Mungia, y que desde 2022 se desarrolla en el pabellón de Miribilla. El aforo rozó el lleno en su primer día, con The Cult como cabezas de cartel, y lo cumplió ayer con Isaak y The Waterboys como reclamos de un festival que cierra balance con “más de 8.000 asistentes” en esta edición 2023.

Seguramente los buenos resultados de asistencia se deban, en buena parte, a la presencia de Chris Isaak, que anoche saltó a escena a las 21.30 horas para encandilar a un pabellón a rebosar en el que fue su tercer concierto en Euskadi, primero en Bizkaia tras dos pases gloriosos por el Azkena Rock de Vitoria–Gasteiz, especialmente el primero, que ni la lluvia se quiso perder.

Aunque quedan lejos sus tiempos de reinado en las listas, en parte gracias al apadrinamiento cinematográfico de David Lynch, cada encuentro con el músico y también actor estadounidense y surfista asentado en California es jugar a ganador aunque, inexplicablemente, su figura está abonada en el siglo XXI a la participación en festivales ligados a sonidos vintage, lejos del brillo popular del siglo pasado, en parte debido a sus discos de orientación retro con versiones de oldies.

Caderas y corazones

Isaak es un sabio a la hora de agitar caderas y corazones. Lleva en ello casi cuatro décadas exprimiendo un repertorio propio y ajeno que puede pasar como una banda sonora extraída de los fondos discográficos de la Sun Records. En Bilbao apareció con 66 años magníficamente llevados y, al parecer, sin cirugía aparente, ya que mantiene su nariz rota de exboxeador y el mismo tupé incólume con el que se presentaba en su debut, Silvertone, en 1985. En cuanto apareció desplegó toda la imaginería estética, sónica y lírica de su obra, del rock al country y el blues, de los corazones rotos a los hoteles solitarios, mentiras y tristeza.

Se arrancó con American Boy, enfundado en un elegante traje negro con lentejuelas que confesó que le daba calor y que solo puede quedarle bien a él. Ayudado por un sonido convincente en claridad y potencia, publicitó a DaleCandela, la asociación que lucha contra la esclerosis múltiple, y demostró desde el minuto uno que es lo que sus compatriotas llaman un entertainment, un entretenedor, un mago de la comunicación, un encantador de escenarios y audiencias. A la bilbaina le brindó una noche inolvidable de ritmo y caricias, de baile y arrumacos, al son del rock pionero de los 50, baladas enternecedoras y sonidos country para corazones rotos o solitarios.

El público, que ayer agotó las entradas, se mostró entregado con Isaak y The Waterboys. Oskar González

Con una voz excelsa, especialmente en los falsetes, fue desgranando gemas como Somebody’s Crying o el tempranero Wicked Game, alternando las canciones propias y las versiones, los pasajes eléctricos y momentos sentados para los ritmos más templados, donde brillaron Forever Blue, Two Hearts y la prehistórica Dancing. Incluso se paseó entre el público chocando puños y estuvo siempre muy bien acompañado con su banda, llamada también Silvertone. El buen rollo entre ellos se respiró en cada nota, mirada y sonrisa compartida, la de cuatro tipos –el batería Kenny Dale, el bajista Rowland Salley y el lustroso guitarrista Hershel Yatovitz, especialmente– que son colegas, no solo compañeros de trabajo.

Tras casi 40 años juntos, nos divirtieron y se divirtieron como principiantes, con pasos de baile coordinados y un repertorio sin mácula que fue dando paso a clásicos propios como San Francisco Days o Blue Hotel, que intercaló con versiones de sus héroes, del par Roy Orbison –Pretty Woman y Only the Lonely– a la coreada Can’t Help Fallin’ in Love, popularizada por Elvis, o La tumba será el final, del fronterizo Flaco Jiménez.

Volvimos a verlo como una mezcla del Elvis juvenil y el postrero, el de las lentejuelas en un casino de Las Vegas. A él nos recordó con su traje, con el que podría oficiar como notario en una boda en la citada ciudad. Y en sus baladas más introspectivas y melodramáticas a Orbison, aquel tipo que, según Springsteen, “canta para los solitarios”.

Puede que algunos lo vean como un cliché por su forma de entender el rock, como los pioneros en tiempos de reggaetón y sonidos urbanos. Quizás por ello, el más joven de los asistentes a Miribilla hacía alguna década que dejó atrás la Gazte Txartela. Dio igual, quien al final del concierto se meció con Baby Did a Bad Bad Thing y besó a su pareja mientras cantó la tonada country The Way Things Really Are sabe realmente cómo son las cosas. Que lo de Isaak de ayer fue inolvidable.

Rock y soul escocés

También contribuyeron al éxito del día The Waterboys, el grupo del compositor, cantante y guitarrista Mike Scott. Es otra de las bandas que reinó en los 80 con su coctelera de épica rock y el muro de sonido del Born to Run de Springsteen, la pulsión soul y r&b de los clásicos –la Tamla Motown vía Van Morrison– y su amor el folk–rock enraizado en el universo celta.

Lastrado por su exitoso pasado, la banda, en 2023, es, más que nunca, Scott. Especialmente tras la huida del violinista Scott Wickam, cuyo virtuosismo echamos en falta. Amo y señor, Scott se presentó tocado por un sombrero, con un tributo a los ausentes Canned Heat al son de su aclamado Let’s Work Together, y arropado por un cuarteto con dos teclistas: uno de aspecto y actitud heavy, Paul Brown, que llegó a tocar una KeyTar (teclas con forma de gitarra), y el más comedido pero efectivo James Hallawell.

Mike Scott, líder de The Waterboys y con sombrero, en el concierto de ayer. Oskar González

Sonaron convincentes, picando de sus trabajos recientes en cortes como When the Action Is e In My Time on Earth aunque la comunicación arrebatada se produjo con los clásicos de los 80, aquella Big Music asentada en himnos como A Girl Called Jhonny, Fisherman Blues, Medicine Bow, un estremecedor This Is the Sea y el inevitable The Hole of the Moon. Son temas que valen por toda una carrera y que, en algún caso, fundió con Because the Night y With a Little Help From my Friends. Memorables en su despliegue rock y soul. La pega, que obviaron su lírica faceta folk.