EL dolor, las turbulencias, las crisis y las tensiones han alumbrado infinitas obras de arte que buscan un cierto sentido de redención. Ese es el sustrato de Memento Mori (Columbia Records), el 15º disco de Depeche Mode, que se ha publicado este fin de semana. Álbum fruto de la pandemia y primero tras la muerte de Andy Fletcher, uno de los integrantes fundadores del grupo, es consecuencia del deseo de los supervivientes, el teclista y guitarrista Martin Gore y el cantante Dave Gahan, de mirar alrededor, comprender la inevitabilidad de la muerte y, a ritmo de pop y sonidos electrónicos, buscar la esperanza en pasajes que alternan luces y sombras.  

Cada disco de Depeche Mode es tan especial como esperado. Son ya más de 40 años de actividad en los que han retratado el mundo y al ser humano a través de un pop tecnológico que baila mientras se cuestiona temas como el amor, el deseo, la muerte, la fe, la tristeza, la pasión y el drama a través de álbumes inolvidables -de Violator a Music for the Masses o Songs of Faith and Devotion- avalados tanto por la crítica como por el público, como demuestran sus más de 120 millones de copias vendidas. Convertidos en el grupo de música electrónica más comercial y reconocido, el duelo marca su regreso. 

El grupo comenzó a trabajar en este proyecto discográfico a principios de la pandemia y sus temas están inspirados en ese tiempo

Tras su aún reciente Spirit, un disco entre la pista de baile y la turbidez industrial, de carácter político y que buscaba una reacción ante el poder político, económico y religioso, el ahora dúo acaba de entregar Memento Mori, un trabajo sobre el que planea el duelo por la muerte, hace menos de un año y a causa de una disección aórtica, de Andrew Fletcher, la tercera pata de Depeche Mode después de que se quedaran por el camino Vince Clarke -demasiado pronto- y Alan Wilder, ambos por decisión profesional propia. 

Memento Mori, disco en el que repite a la producción James Ford junto a Marta Salogni (Björk) y en el que colabora en la composición de cuatro canciones Richard Butler, líder de los injustamente olvidados The Psychedelic Furs, sonaría igual que si Fletcher viviera, ya que su papel artístico en el grupo se limitaba a tocar los teclados. Pero el tiempo compartido, su amistad y su función como argamasa entre el ingenio creativo entre Gahan y Gore se entrevén en la docena de temas del disco, claramente inspirado en su fallecimiento.

El disco, cuyo título nos recuerda que todos vamos a morir, se empezó a grabar mes y medio después del óbito de Fletcher. No hubo cambios de planes aunque él fallara de manera imprevista. “Se suponía que debía estar allí, por lo que decidimos que sería mentalmente mejor seguir el calendario y centrarnos en hacer el disco y en la música, para poder superar el duelo”, recuerda el dúo superviviente. “Hasta cierto punto, eso funcionó. Nunca vamos a olvidar a Andy, por supuesto, y hay muchos recuerdos de él todos los días, pero creo que nos ayudó a seguir con el proceso”, apostillan.

Oscuridad y luz

El álbum, disponible en curiosos formatos como cassete rojo y vinilos de colores, ofrece “el equilibro perfecto entre melancolía y alegría”, explica Gahan. La definición sirve para catalogar tanto la música como las letras del disco, que alterna pasajes rudos e industriales con otros más luminosos, siempre desde la óptica del pop electrónico. Su escucha nos deja una sensación de optimismo y luz entre el drama, y la fotografía de que el mundo está jodido y la muerte se acerca al superar los 60 años, pero que siempre podremos tener a alguien a nuestro lado. Y mientras tanto, permanezcamos en pie, engañémonos, amemos y bailemos.

Son 40 años en los que han retratado el mundo y al ser humano a través de un pop tecnológico que baila a la vez que se cuestiona el mundo

El sonido más turbio, gélido y siniestro del disco está en su apertura, My Cosmos is Mine, que suena industrial y pesado en su recuerdo a la guerra en Ucrania en el verso que habla de “muertes sin sentido”. Es que la muerte planea sobre todo el álbum, especialmente en canciones como Ghosts Again, donde se reconoce su inevitabilidad -“el tiempo es fugaz, mira lo que trae: saludos, despedidas, mil medianoches perdidas en nanas insomnes… sabemos que volveremos a ser fantasmas… todo el mundo dice adiós”- aunque, en este caso, a ritmo de electro pop coreable y bailable, como en la irónica People are Good -“la gente es buena, sigo engañándome”-, donde planea el fantasma de Kraftwerk. 

Waggin Tongue es un guiño nostálgico a los sintetizadores de su adolescencia creativa. Y no es el único, ya que Never Let Me Go evoca en su título a uno de sus himnos con el ritmo acelerado y la aparición de guitarras, presentes también en My Favourite Stranger, lo más parecido al rock de un álbum que deja espacio al inevitable tema cantado por Gore, Soul with Me, balada atmosférica y algo convencional. Mejor es su compañera Don´t Say You Love me, con Gahan, magnífico de voz, en plan crooner, a lo Scott Walker. “Estoy listo para las páginas finales… voy hacia donde no existen las preocupaciones”, se oye. Y también “desvanecerse es mejor que fallar”. Pero también “relájate y disfruta del viaje… otro sol está saliendo, llega otro día”. Sombra y luz… la vida, en definitiva.