Oskar Kokoschka vivió años muy turbulentos. Sobrevivió a dos guerras mundiales, y una guerra civil austriaca. Fue tachado como artista degenerado por los nazis y después de la época de guerras, se consagró como europeo influyente y un artista internacional de primera fila. Hasta su muerte, siguió defendiendo firmemente el potencial subversivo de la pintura como herramienta para la emancipación y la adquisición de conocimiento.

El Guggenheim Bilbao ha inaugurado hoy una gran retrospectiva sobre este artista polifacético “una de la figuras claves del arte europeo del siglo XX. La exposición cubre casi la totalidad de la trayectoria de este escritor, ensayista, dramaturgo y fundamentalmente pintor, que no dejó de reiventarse a lo largo de toda su vida creando un corpus artístico revolucionario como activista político, adalid del arte figurativo y pintor del alma”, ha asegurado el director general del Guggenheim Juan Ignacio Vidarte. Porque Kokoscha no se queda en la primera capa de sus retratos, el artista atravesaba la apariencia exterior; su mirada, como decía el prestigioso arquitecto y mecenas Adolf Loos parecía “tener rayos X”.

Vidarte ha estado acompañado en la presentación de Silvia Churruca, directora de Comunicación y Relaciones Institucionales de la Fundación BBVA, entidad que patrocina la exposición; y de los comisarios Karina Hofbauer y Dieter Buchhart. Oskar Kokoschka. Un rebelde en Viena está organizada con el Musée d’Art Moderne de París y se podrá ver en Bilbao hasta el 3 de septiembre.

Recorrido

En su primera etapa artística, la que abarca desde 1908 hasta principios de los años 30, su obra estuvo marcada por los retratos figurativos de miembros de la burguesía vienesa de la época con un estilo alejado de los cánones pictóricos de la época en Viena, más próximos al Art Nouveau decorativo. Su radicalmente novedoso estilo pictórico, distinguido por el uso de intensos colores, líneas angulosas y abundantes capas de pintura que le confieren a las figuras una fuerza extraordinaria, le valió la etiqueta de “enfant terrible” del arte en Viena, pese a lo cual, logró numerosos encargos que le consiguió su primer mecenas el arquitecto Adolf Loos, e influyó en otros jóvenes artistas austríacos como Egon Schiele.

Frustrado por las malas críticas recibidas durante su estancia en Viena, el artista decidió mudarse a la capital alemana en 1910, con la ayuda de Herwarth Walden. En su nueva ciudad se dedicó fundamentalmente a retratar a los personajes que estaban vinculados a la intelectualidad alemana y austríaca de la época hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Sus relaciones amorosas también tuvieron un papel fundamental en muchas de sus obras, sobre todo su intensa relación con Alma Mahler, compositora austríaca y viuda del conocido compositor musical Gustav Mahler, a la que conoció en 1912 y que fue pareja del artista durante dos años.

Durante este periodo su pintura se inundó de colores brillantes, como demuestran dos de sus paisajes de Marsella, que se pueden ver en la exposición. Pero cuando la relación se oscureció, Kokoschka pasó a una nueva etapa artística. Como revancha, el autor se enroló en la caballería austriaca durante la Primera Guerra Mundial, donde resultó herido de gravedad. Mientras se recuperaba de sus heridas, se enteró de que Mahler se había casado y estaba embarazada, lo cual desató una tormenta de emociones en el pintor, que encargó una muñeca que recordaba a su ex amante y que acabó quemando de manera ritual tras llevarla consigo a algunos eventos públicos.

Pintura contra la resistencia

En la década de 1930, Kokoschka convirtió su arte en una herramienta para la resistencia, con una férrea defensa de la libertad moral, social y artística en combate contra el nazismo en auge. Tras el ascenso de los nazis al poder en 1933, Kokoschka, tildado de artista degenerado, tuvo que huir de Austria tras ver cómo el régimen confiscaba más de 400 de sus obras y se estableció en Praga y Londres, desde donde su compromiso político y social se intensificó.

Los autorretratos que se hizo el artista a lo largo de su carrera, especialmente tras combatir en la Primera Gran Guerra europea y, durante su estancia en la ciudad alemana de Dresde, es otra de las facetas que distinguen al creador austríaco. Según ha explicado el comisario de la muestra, Dieter Buchhart, tras combatir en la conflagración mundial, donde se alistó voluntario y fue herido de gravedad dos veces, lo que estuvo a punto de costarle la vida, Kokoschka comenzó a “reflexionar sobre su propia persona”.

“Se cuestionaba a sí mismo por el trauma que le produjo la guerra y gracias a este constante cuestionamiento de su persona, han surgido algunos de los autorretratos más importantes de la segunda mitad del siglo XX”.

Dentro de esta faceta firmemente antibelicista de Kokoschka se encuadran los dos carteles que pintó el artista austríaco de denuncia del bombardeo de Gernika por la aviación nazi aliada de Franco en la Guerra Civil española, que son propiedad el Museo de Bellas Artes de Bilbao y que se han incluido en esta exposición. “Los pintó horrorizado por lo que había sucedido en la población vasca. Su intención era denunciar las atrocidades y ayudar a los vascos”, explica el comisario.

De esta época de denuncia del régimen nazi y del belicismo que recorría Europa, so Anschluss-Alicia en el País de las Maravillas (1942) y  Autorretrato de un artista degenerado, en el que Kokoschka mira a los espectadores, o tal vez a sí mismo, con un gesto en el que inclina la cabeza levemente, para preguntarnos “¿quién soy?, ¿qué hago?”. Y lo hace como persona, no como un pintor, ya que se retrata sin pinceles en las manos o ningún elemento que represente su oficio.