Lo difícil no es robar, es mantener la cabeza alta y no perder el sueño. Sin sacar ninguna conclusión y sin dar por cierto el delito –es fácil abanicarse con la presunción de inocencia del prójimo cuando azota la calima mediática que arrastra el polvo de las actuaciones judiciales–, sorprende la capacidad de chapotear en el lodo de algunos políticos. En este caso, de Santos Cerdán. Insisto, sin ningún tipo de juicio, es todo un misterio el motivo por el que cualquier persona de juicio puede tener relación con el tal Koldo, el prototipo con el que no se comparte un décimo de lotería y se ve de lejos que solo arrastra problemas. Culpables o no, los implicados en este enredo bastante chusquero han actuado con el tono que correspondía. Conversaciones grabadas, mensajes explícitos que suenan a arribismo y en el fondo la sospecha de un interés desmedido por el dinero. Por parte además de gente llegada a la política con una mano delante y otra detrás y que, supuestamente, no ha sabido conformarse con las migajas de un sueldo público que está muy por encima del común de los mortales. Pedro Sánchez ha pedido perdón a los ciudadanos por lo de Cerdán echando dos paladas de tierra sobre su ataúd y dando por cierto su enriquecimiento ilícito. Pero lo que más llama la atención es la capacidad de un político de dormir cada noche con la cola que arrastra, por acción, omisión o por amistades peligrosas.
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