Las nuevas medidas de ahorro energético que han entrado en vigor obligan a la mayoría de espacios de uso público a regular sus termostatos elevando las temperaturas con el fin de limitar el consumo de energía. No es así para los museos. El texto modifica la temperatura máxima de refrigeración hasta los 27 grados, una temperatura incompatible con la conservación de las obras de arte. Además, depende del tipo de museo y las obras que albergue, porque no requiere las mismas condiciones un lienzo que una escultura de hierro o una obra gráfica. 

¿Qué es lo peor que le puede pasar a una obra de arte, además de que se robe o se queme? Pues, que se deteriore lentamente. Por eso, los museos trabajan en la prevención para la conservación de los patrimonios artísticos, que requiere de niveles controlados de temperatura y humedad relativa. Mª José Ruiz-Ozaíta es la responsable de Restauración y Conservación del Bellas Artes de Bilbao. Su departamento es el que vela para que las obras de la colección y las expuestas en el museo bilbaino no se deterioren debido a unas condiciones climáticas incorrectas, uno de los problemas más frecuente en las colecciones de algunos museos. “Hay que tener en cuenta dos parámetros fundamentales: la temperatura y la humedad relativa, que están interrelacionados. Ahora se habla de la temperatura, de los 27 grados, por supuesto es muy importante porque un aumento tiene unas consecuencias nefastas, pero es necesario saber cómo afecta la humedad relativa, que es la cantidad de agua que contiene el ambiente, en el que nos movemos las personas, los objetos y las obras de arte. Tiene que haber un equilibrio. Si hay demasiada humedad, excesiva cantidad de agua, al igual que una persona empieza a sudar, una obra de papel que es muy higroscópica, absorberá esa humedad excesiva que hay en el ambiente y se deformará, se dilatará. Y si desciende, se producirá el efecto inverso, de contracción y dilatación en los materiales, lo que puede generar gravísimos deterioros ”.

Mª José Ruiz-Ozaíta comprueba en sala las mediciones. Jose Mari Martinez Bubu

Esta experta en conservación y restauración explica que cada material tiene unas exigencias determinadas, en función de su higroscopicidad (la capacidad de absorber agua). “Por ejemplo, los materiales orgánicos el papel y el textil son los más higroscópicos. Cuando se cae un cubo de agua, mucha gente coge papel y lo pone encima para que lo absorba. Las obras de papel siempre llevan montajes de conservación que son barreras ante el ambiente, pero si hay una incidencia y aumenta mucho la humedad relativa, una silla, por ejemplo, no va a absorber ese exceso de agua, irá antes al papel”, explica la responsable de este departamento del museo.

El Bellas Artes cuenta con una de las colecciones de papel más importantes del Estado, conformada por 13.000 piezas. Pero, el problema de las malas condiciones climáticas afecta a todos los materiales, incluidos el óleo y los metales. “Cuando se trata, por ejemplo, de esculturas de hierro o de acero, si hay humedad relativa elevada se aceleran los procesos de corrosión, la generación de sales...”.

"No solo importa la temperatura, también hay que tener en cuenta la humedad relativa, están interrelacionadas"

Entre 19 y 23 grados

“Para elaborar los programas de conservación preventiva, lo esencial esc conocer muy bien la colección, el edificio y la actividad que se realiza en el museo”, apunta Ruiz-Ozaíta. “Además, tenemos que tener en cuenta todo, las obras, pero también si hay muchos visitantes en la sala porque los cuerpos humanos se componen de una gran cantidad de agua y también llevan una temperatura de 36 grados. Si hay muchas personas en un espacio pequeño, están aumentando la temperatura y la humedad relativa. Por eso, se ponen a veces los aforos de público”.

En el Bellas Artes, las salas y el almacén donde se depositan las obras tienen que estar en un rango entre el 45 y el 60% de humedad relativa, que incluye la variedad de materiales que tenemos en la colección. Y la temperatura ambiente debe oscilar entre 19 y 23 grados. “Hay que tomar también medidas que sean sostenibles, hasta el año pasado hemos trabajado entre 19 y 22 grados; hemos subido un grado porque no afecta a las obras y porque de esta manera hacemos más sostenible el gasto energético”, dice esta experta. 

Pero ¿cómo se consigue llegar a este equilibro? “En la actualidad, existe una tecnología muy avanzada que nos permite conseguir el clima indicado. Hay climatizadores por sectores en el museo, se programa la temperatura y la humedad relativa que necesitan las obras de arte y se controla a través de una aplicación, que proporciona una información constante de las mediciones. En cada sala hay sondas que funcionan vía wifi y te envían al móvil o al ordenador los datos, que están siempre disponibles, aunque estés de vacaciones. Estos aparatos nuevos tienen una aplicación estupenda que te avisa cuando hay una disfunción; en cuanto se pasan esas líneas es territorio rojo y recibes una alarma, aunque en el Bellas Artes nunca nos ha pasado”, afirma. 

Mª José Ruiz-Ozaíta insiste siempre en que el programa de conservación preventiva es lo más importante “porque de esta manera conseguiremos no hacer tantas intervenciones en las obras de arte. Hay que trabajar en los almacenes, en las salas, hacer controles de clima, de luz, que también es uno de los problemas importantes que afectan a las obras de arte. Hacemos observaciones presenciales, limpiamos los cuadros porque el polvo es también un agente muy dañino... Todo esto nos lleva a tener en muy buenas condiciones el museo y nuestra colección”.