Está claro que Izaro (Mallabia, 1993) tras Limones de invierno es otra, capaz de tocar seis veces en cuatro días en el Kursaal y enfrentarse ahora a todo un emblemático Velódromo, donde estará el 7 de mayo con sus 5.700 entradas a punto de agotarse. Ayer mismo, hizo lo propio en la sala Bataclán de París. Su nuevo álbum, Limones de oro, verá la luz en abril repleto de colaboraciones -Zahara, Rozalén, Amaral, Cris de Belako, Álex Ferreira, Eñaut Elorrieta,...- y encara una potente gira que el covid se llevó por delante.

A pesar de su historia, será la primera mujer euskaldun en tocar en solitario en el Velódromo. ¿Vértigo?

—Me cuesta creer que soy yo, lo que hace que a veces sea complicado ubicarme.

Buena parte de los invitados del nuevo disco se acercarán ¿no?

—Todos los que puedan vendrán. Hay mucha gente confirmada y va a ser especial porque es muy difícil coincidir cada uno con sus giras. En el resto del tour intentaremos que alguien siempre lo haga, pero el del Velódromo va a ser superespecial y es un sueño para mí.

¿Es ‘Limones de oro’ una excusa para hacer la gira que no pudo hacer con ‘Limones de invierno’?

—Es dar una segunda vida a los limones. Durante la pandemia llegó un punto en el que pensaba que se acababa mi carrera musical y me di cuenta de que había dejado sin hacer un montón de cosas, como un disco de colaboraciones, algo que mi cerebro asocia a un artista con una trayectoria muy larga. Por aquel entonces no se podía tocar pero sí grabar, así que empecé a escribir a gente para ver si estarían dispuestas a colaborar. Todo ello me ha servido para ver qué existe cuando todo se está desmoronando y aprovecharlo para dárselo al público, que ha sido mi bálsamo.

La pandemia ha sido un muro en el camino. Ha habido que decidir si saltarlo y continuar o rodearlo y olvidarse de la música. ¿Lo ha vivido así?

-Sí, y en el momento más bajo que tuve de ánimos me llegué a preguntar que si no me dedicase a esto qué haría. Es verdad que llevo relativamente poco en esto, pero ahora mismo no me imagino haciendo otra cosa. Al estar pensando en un plan b comprobé el verdadero vértigo real y me di cuenta de que necesito seguir viviendo de esto.

Lleva poco tiempo, pero ‘Limones de oro’ también puede verse como un gran éxito.

—Sí (risas). Al final son canciones a las que me hace ilusión darles una segunda vida. Ha pasado tanto tiempo en tan poco que cuando oigo mi primer disco y me oigo cantar digo buah. Las canciones me encantan y les tengo mucho cariño, pero quería poder escucharlas y sentirme más cerca de ellas. Creo que es un buen momento para darle las gracias a aquella Izaro que se animó a hacer todo eso. Con la pandemia no podría haberlo hecho, pero en el caso de que hubiera sido posible, si ahora tuviera que plantearme todo lo que hice para llegar hasta aquí no sé si sería capaz de repetir el trabajo y el sacrificio que tuve que hacer. Creo que no.

En cada nuevo trabajo se ha visto un paso más en su madurez.

—Sí, por eso este disco es para mí entre un puente y un descanso que puedo recorrer acompañada. Ser solista tiene cosas buenas pero contar con una red de apoyo es un pequeño descanso.

Esa red la ha tejido con amigos y referentes musicales. ¿Tenía claro quiénes le iban a acompañar?

—Algunos sí, pero otros pensaba que eran imposibles. Por ejemplo, a Amaral lo tenía apuntado y tachado porque creía que no iba a suceder. Pero un día que tocaron en el Kursaal me escribieron para decirme que me dejaban dos invitaciones. Cuando vi que eran ellos los que habían abierto un canal de comunicación volví a incluirlos en la lista de posibles. Había varias personas que pensaba serían imposibles como Zahara o Álex Ferreira. El ser humano se acostumbra a todo y yo me he acostumbrado a este disco que llevo dos años haciendo, pero cuando escucho Delirios y canta Zahara, con todo lo que ella significa para mí, me tengo que sentar y llorar. Tengo que volver al teléfono móvil para ver la fotos juntas y darme cuenta de que es real (risas).

¿Ve estas colaboraciones como una oportunidad para abrir fronteras y llegar a otra gente?

—Cada artista que ha colaborado conmigo me ha abierto su pequeño mundo. Algunos son cuantitativamente más grandes, pero da igual, todos lo han hecho. Dejarme entrar en él es un acto muy generoso y estoy superagradecida por ello.

Incluso ha conseguido que Amaral, que ya había cantado en gallego, lo haga ahora en euskera.

—Eva y Juan son una maravilla y son muy empáticos. Él ha nacido en Donostia por lo que tiene un gusanillo que le ata aquí y quería intentar hacer algo en euskera. Eva dijo que se animaba, así que cuando les vi tan dispuestos les propuse la idea que tenía yo, que era Argia. Su último disco va sobre la luz y el color, y Eva está muy unida a la naturaleza por lo que era el tema perfecto. Les envié un audio sobre cómo se pronuncian las palabras y lo hizo superbien. Esta canción ha sido un regalazo.

¿Tenía claro el artista para cada tema?

—Es un disco raro, muy ecléctico, porque las canciones son muy diferentes. El diseñador de las portadas de los singles me preguntaba: Izaro, ¿cual es la coherencia? (risas). Estéticamente no la hay porque para mí son microclimas distintos unidos por un árbol que tiene limones de oro. Yo quería Delirios con Zahara, Argia con Amaral, París con Eñaut Elorrieta... eran minisueños que casi todos se han cumplido. Luego, con algunos como con Álex Ferreira, he llegado a más e incluso hemos compuesto desde la distancia.

Ha citado a Eñaut Elorrieta. También se ha rodeado de numerosos artistas vascos.

—La voz de Eñaut Elorrieta será la que más he escuchado en mi adolescencia. El grupo al que más conciertos habré ido será Ken Zazpi. Cantar con él es algo muy especial que viene de dentro. Luego están amigos muy cercanos como Gartxot o Eñaut Gaztañaga, que son para mí otros nodos más que construyen Izaro.

Otro nodo más es Latinoamérica, que está muy presente en el disco.

—Sí. Además, la gira de Limones en invierno se canceló y quedó todo colgado. Quería hacer lo posible para que no se escapase. Siento mucha conexión con los artistas latinoamericanos, con sus rítmicas, melodías,...

¿Han cambiado mucho las canciones con respecto a las originales?

—Algunas más que otras. La gente que ha participado tiene un carácter marcado y eso ha llegado a las canciones. La que más lo ha hecho es La felicidad con un arreglo a la rumba habanera grabada con gente de Cuba. Esa sí que es un antes y un después, y estoy muy contenta porque tenía algo con ella que no terminaba de conectar conmigo. Ahora es un reto porque tenemos que tocarla y está siendo muy difícil, pero lo vamos a conseguir (risas).

¿Tenía ganas de experimentar?

—Y de aprender. A cada uno de los artistas les preguntaba si preferían venir a grabar al estudio de Zestoa o que yo bajase a Madrid, y casi todos quisieron venir. Para mí ha sido muy bonito ver entrar a Zahara, por ejemplo, y ponerse a cantar sobre una melodía que yo tengo muy clara en la cabeza que ella llevaba a las suyas. O a Cris de Belako cantar Libre y darme cuenta de que sonaba a Belako. Me maravilla ver cómo cada cerebro tiene sus melodías.

Ha incluido además dos temas inéditos en el álbum.

—Sí, y tenía dudas. Ventanas cerradas lo habíamos creado en el confinamiento y tenía claro que iba a entrar con Pedro Pastor porque le escuchaba a él en ella. A Álex Ferreira le propuse estar en el disco y él me propuso componer una canción nueva a distancia. Acepté y ha sido muy bonito.

Con la publicación del disco llegará una gira a lo grande.

—Sí. Para nosotros es un regalo total. Queremos hacer la gira que no pudimos hacer y esperamos que esta vez sí se pueda.

¿Va a cambiar la formación?

—Mis fieles se mantienen, aunque algunos conciertos en Latinoamérica serán en acústico. Pero en otros, como en el Velódromo, vendrán cuatro músicos cubanos a ayudarnos porque tocar La felicidad va a ser un máster para todos nosotros (risas).

Tras dos años complicados, irradia, precisamente, felicidad ante el futuro.

-Sí, estoy muy contenta. No ha sido fácil porque un disco de colaboraciones es mucha gente, pero cuando lo veo acabado me doy cuenta de que todo ha merecido la pena.

“Saber que voy a ser la primera solista euskaldun en tocar en el Velódromo es algo que no termino de encajar. Me cuesta creérmelo”

“Con la pandemia llegó un punto en el que pensé que se acababa mi carrera y me di cuenta de que había dejado sin hacer muchas cosas”