Se cumple el cuadragésimo aniversario de su debut en el cine con La fuga de Segovia

—Tengo una fecha de referencia que es cuando en Bilbao se obligaba a las compañías de teatro, cantautores o recitales de música, todo lo que era peligroso, a registrarse en el Gobierno Civil. Yo registré al grupo Cómicos de la Legua en 1969. Era un veinteañero. Ahí empezábamos. Era mi primer grupo semiprofesional. A los tres o cuatro años ya empiezo a dedicarme exclusivamente al teatro en condiciones de altibajos, alrededor del teatro independiente de la época. En el País Vasco no había tradición teatral profesional. Cómicos de la Legua dura hasta 1980 y luego fundamos Karraka, que siguió hasta más allá de 1990. He hecho mucha vida de grupo y más teatro que cine. Empecé tarde en el cine, ya treintañero, y porque Imanol Uribe apareció en el grupo de teatro porque buscaba gente para La fuga de Segovia, que fue para mí, Alex Angulo y toda una generación de actores nuestra primera película.

Fueron una generación de actores y directores muy prolíficos. Había mucho cine vasco entonces, ¿más que ahora?

—No, yo creo que hay más ahora. Entonces se estaba inventando el cine vasco. Las primeras películas son de directores que ya estaban funcionando, pero que eran vascos, como Pedro Olea o Imanol Uribe, que venían de la Escuela de Cine de Madrid. Era como empezar lo que podía ser una industria cinematográfica vasca, con mucha timidez y que nadie se acababa de creer. La sorpresa ha sido cómo ha ido creciendo, lo que era rescatar unas cuantas historias y hacer un cine más experimental. Luego se decía: "Hay otro que es Julio Medem pero ya se acaba, hay otro que es Bajo Ulloa, pero ya se acaba, otro que es De la Iglesia..." y ya no ha parado. Ahora hay más gente sin duda. Al principio era menos y era como una declaración de principios. Era el deseo de crear una industria cinematográfica vasca.

¿Estaba más centrado en lo social?

—Sí, la primera es una fuga de presos de ETA, luego La conquista de Albania es una metáfora del pueblo vasco,. La tercera, La muerte de Mikel. Todo estaba muy alrededor de lo que era genuinamente vasco, la lucha armada, el terrorismo, la izquierda abertzale... Las primeras cosas de comedia eran como si fuese pecado, de pronto hacer bromas y comedia decían "eso no es cine vasco", "el cine vasco tiene que ser triste"... y además se parecían hasta los títulos La fuga de Segovia, La muerte de Mikel, La conquista de Albania... Ahora está más visibilizado. Había entonces un cierto pudor con el uso del euskera en las películas. Se rodaban en castellano y ETB hacía una versión en euskera. Ahora es un paso adelante que las películas se rueden en euskera, en lugar de castellano, y luego se doblen o se subtitulen. Es una forma de respetar el idioma para que no tenga esa neutralidad del doblaje. Eso es una apuesta que se tenía que haber tomado antes, pero se tenía miedo a que el mercado no asimilase eso. Aun así, Televisión Española pide doblarla y no meter subtítulos.

Cuando se tiene una trayectoria tan dilatada y se mira atrás, ¿hay pasos que preferiría no haber dado?

—He hecho muchas películas, pero siempre he combinado y nunca he dejado de hacer teatro. Me ha pasado con algunas cosas de televisión que he dejado por hacer teatro o porque estaba en ensayos o estrenos. Por ejemplo, en 7 vidas, el papel de Amparo Baró iba a ser un padre prejubilado. Me hicieron pruebas en Globomedia con Javier Cámara. Íbamos a firmar y me dijeron que eran cuarenta programas seguidos y me explicaron: "El lunes se lee el guion, el martes se hace un primer ensayo, el miércoles con cámaras, el jueves se graba...". ¡Uf! Era estar todos los días ocupado. Yo dije: "Eso me cambia la vida, no estoy preparado para estar cuarenta semanas". También me pasó con Policías. Pero no me he arrepentido de las cosas que he hecho de teatro, tampoco de cine, no tengo que pedir disculpas por nada, como a veces sucede. Dentro del escalafón en el que me he movido, he pasado de ser protagonista a ser el último mono, pero no me ha importado. He trabajado siempre sin representante, no he querido mantener un caché. He hecho cosas que me han interesado y no me han ofrecido cosas de las que me avergüence. Si me dicen ahora, ya no te va a llamar nadie por teléfono, me da exactamente igual, yo me lo invento.

Eso es ser libre.

—Claro. No depender. No tener que estar sometido a esto por una necesidad de supervivencia, que sería una justificación moral o ética... He dicho que no a cosas y de las que he hecho no me arrepiento. La combinación de cine y teatro es lo que me ha ayudado a vivir de la escena. Nunca he hecho de barman, carpintero... He podido vivir de mi oficio, dirigiendo o actuando.

Ha hecho grandes protagonistas como El negociador

—Sí y no me importa. Podría hacer una lista de películas en las que he sido protagonista o coprotagonista y ese ser mi currículum, pero no me ha importado hacer un protagonista y en la siguiente, un papel de dos sesiones, porque la peli me gustaba mucho. No tener representante que te lleva, te empuja, va con el caballo ganador... Eso me ha permitido hacerlo y también venir del teatro independiente, de descargar la furgoneta y hacer frontones. Todo lo que es de cine me parecía deslumbrante: que te vayan a buscar, que te atienda un auxiliar todo el rato. Yo pensaba qué bien te tratan en el cine, y luego entiendes que te van a buscar para que no llegues tarde. Para esa parte de querer ascender permanentemente tenía la vacuna del teatro. Cuando tengo la oportunidad de hacer protagonistas es maravilloso, pero piensas qué tensión, tener que estar todo el rato jugándotela y eligiendo bien la películas para no retroceder. Me parecía una carga terrible.

Ha ganado premios como el Nacional de Teatro o de actores vascos, pero parece negado en los Goya.

—En eso funcionan muchos factores subjetivos. Tampoco me importa demasiado el asunto. No soy antipremios, gusta que se fijen en ti. No he tenido oportunidad en los Goya.

Pero es consciente de que es muy apreciado por la profesión.

—Sí, eso lo notas con la edad, que las cosas tienen otro valor y eso es lo que más me satisface. Te sigue llamando gente y ahora que soy un señor mayor hago tres o cuatro películas al año. Ese es el lujo principal.

Dirigió cuatro películas y lo ha dejado porque, según dice "el mercado del cine solo admite a triunfadores".

—Sí, hay algo de eso. He entrado con modestia, con dos cortos, que fueron premiados, uno de ellos lo llevaron a Cannes y ningún periódico lo citó. Parecía que era un actor que había tenido la osadía de dirigir, pero, ¿quién explica que yo tenía escritos bastantes textos teatrales, que he sido guionista en ETB, que había dirigido a actores teatrales... No era un capricho. Los representantes van con caballo ganador. Nunca he tenido el teléfono de nadie.

En cine ha interpretado todos los conflictos, las guerras carlistas, la guerra civil, ETA... ¿Por qué se viven siempre esos temas con polémica?

—Creo que ahora se puede profundizar más porque la sociedad está más preparada para admitir esa mirada más profunda. Antes había más temor. Tratar la muerte de un homosexual abertzale fue un escándalo, cuando era una historia real. Los miedos de Julio Medem con La pelota vasca... Yo creo que ahora hay menos polémica con El negociador, Fe de etarras. Si se pusieran por orden se vería como ha ido bajando la polémica. El negociador pudo molestar a los dos extremos, qué dirá Jesús Eguiguren... pero los dos la recibieron sin la rabia de La pelota vasca u otras películas. Se pueden hacer muchas más sobre todo el tema de los años de ETA y la izquierda abertzale y se va a recibir de otra manera, se puede indagar más.

"No soy antipremios, gusta que se fijen en ti, pero tampoco me importa demasiado el asunto de no haber recibido un Goya"

"Si me dicen 'no te va a llamar nadie para trabajar', me da exactamente igual; yo me lo invento"