El recorrido organizado en forma de estructuras cúbicas es lo más parecido a una clase de Historia. O de Comunicación. O de Arte, porque las fotografías tomadas por David Quintas a lo largo y ancho del continente americano bien podrían coexistir en las paredes de galerías y museos gracias a la infinidad de colores, símbolos y palabras en euskera que lucen pueblos y espacios públicos, calles y avenidas, matrículas, letreros o establecimientos en recuerdo a esos miles de vascos que, en algún momento de sus vidas, cruzaron el Atlántico.

Países como México, Venezuela, Argentina, Cuba, Canadá o Estados Unidos, entre otros, no han olvidado la presencia de hombres y mujeres como Catalina de Erauso, cuyas vivencias en Perú fueron recogidas en las crónicas de la época. Pero la exposición que durante las dos próximas semanas (hasta el día 15, en concreto) podrá ser recorrida en la explanada del ItsasMuseum de Bilbao es algo más que un repaso de episodios conocidos. De hecho, los cubos de 1,5x2 metros cuentan la vida y milagros de otros vascos que también se hicieron célebres en sus países de acogida.

Y por motivos bien distintos. Uno muy curioso es el que hizo de José Laradogoitia Menchaca un espía admirado por el propio John Edgar Hoover (fundador del FBI) al conseguir infiltrarse en los servicios de inteligencia nazi, para quienes era el agente Gernika. Y eso que a finales de 1941 tuvo que huir de Estados Unidos acusado de estafador€ Le llamaban José Gezurrak... En el barco de vuelta a Bilbao, y para evitar males mayores, se hizo pasar por franquista. Entonces y solo entonces, arranca la vida de leyenda de este pastor natural de Urduliz.

Gracias a su capacidad para improvisar con mentiras y medias verdades logró entablar amistad con un capitán de la Legión Cóndor y jefe de la Inteligencia militar alemana destinado en Bizkaia, quien le recomendó para tejer una red de espías en Latinoamérica. Sin embargo, después de cruzar el Atlántico en 1942, Laradogoitia contactó con la organización del Lehendakari Jose Antonio Aguirre (Servicio Vasco de Inteligencia) y logró cambiar de bando sin que los nazis sospecharan de su traición. ¿Cómo acabó todo? Con un rancho en Montana y una fortuna por gracia y obra del Gobierno estadounidense para el agente Bromo o Little Joe, como aparece en los registros de Quantico.

Hasta una docena de pasajes históricos como ese -muchas veces desconocidos- configuran esos cubos culturales construidos con las fotografías descriptivas de David Quintas y los relatos didácticos de Martín Ibarrola. Basque Way es el nombre de esta exposición organizada por la Asociación Tejas Rojas (un guiño a la presencia vasca en Red Bay, Canadá) que ahora llega a la capital vizcaina tras su paso por Gasteiz, donde fue presentada como "un viaje de veinte mil kilómetros" y "una aventura en la que descubrir la huella discreta o legendaria de aquellos vascos que tantas veces cruzaron el Atlántico sin billete de vuelta".

¡No afloje, vasco!

Ese fue el caso de Guillermo Larregui, navarro de Errotxapea para más señas, que murió en una casita de colores construida con latas de conservas junto a las cataratas de Iguazú después de haber protagonizado epopeyas tan singulares como recorrer 3.000 kilómetros empujando una carretilla hasta Buenos Aires. ¡No afloje, vasco!, le animaban los locales, sabedores del desafío por la repercusión que tuvo en la prensa a mediados de los años treinta del siglo pasado. Tardó un año. Sin dinero de por medio. Solo empeñó su palabra para ganarse el respeto de los demás.

Pero hay otra historia de sangre y minas de plata asociada a otro vasco, Vicente Irizar, de Eibar, y al túnel de Ogarrio en México. Y otra ligada para siempre a la de los comanches de la mano del hernaniarra Juan Bautista Anza, quien tras una demostración de fuerza ante el jefe Cuerno Verde firmó un duradero tratado de paz con ese pueblo indio. Y por si eso fuera poco, también abrió la primera ruta desde Arizona hasta la costa de la Alta California, lo que vendría a ser San Francisco.

O la azarosa vida del zaguero ondarrutarra Guillermo Amuchastegui, un mito del jai-alai, el deporte más rápido del mundo como les gustaba decir en el frontón Biscayne de Miami; o la del alavés Julián Zulueta, el rey de los esclavistas; o la de Casimiro Ain, con raíces en Iparralde, y de quien cuenta la leyenda que fue la primera persona que llevó los ritmos criollos a los cabarets parisinos,...

Y así hasta una docena de pasajes históricos y decenas de fotografías tomadas entre 2003 y 2019 por David Quintas con las que logró inmortalizar lugares, nombres y arquitecturas que todavía hoy conservan la impronta de esos miles de vascos que cruzaron el Atlántico "a veces con intenciones poco honestas, otras con la esperanza de buscar una nueva oportunidad, pero siempre guiados por el espíritu inquieto y aventurero", resumía Martín Ibarrola en la presentación de esta exposición itinerante y al aire libre dispuesta por las tres diputaciones, la delegación del Gobierno español y Acción Cultural Española.