Cubano residente en Madrid desde hace una década, Michael Olivera es, con sus composiciones y desde su batería, el líder natural de The Cuban Jazz Syndicate, una banda de estrellas del latin jazz que hoy jueves actuará en Muxikebarri, a las 19.00 horas, en el marco del 44 Getxo Jazz. "Rescatamos el legado del latin-jazz, de Paquito D´Rivera, Chucho Valdés y Tito Puente", explica a DEIA en esta entrevista. Además, la jornada incluye recitales de Alex Monfort Trío y de Baleen Lobak, este segundo gratuito.

Vive en Madrid, pero nació, creció y estudió música en Cuba ¿verdad?

—Sí, nací en Santa Clara, en el centro de Cuba, estudié en su escuela de música y luego en la Escuela Nacional de Música de La Habana. Allí comencé mi carrera profesional a los 20 años, tocando con gente de mi generación y formé el grupo Síntesis, de gran importancia porque fundía lo afrocubano con soul y jazz.

¿Siempre estuvo ligado a la percusión?

—Siempre a la música, lo que es una bendición. Le doy gracias a la vida por no verme obligado a hacer otra cosa. Lo de la batería fue una casualidad, ya que yo quería estudiar saxofón. No me dejaron en la escuela, ya que tenía un pequeño problema en un diente que podía afectar a la embocadura del saxo, y me dieron opción del trombón y la batería (risas). Al final, todo salió bien.

¿Hay alguien en Cuba que no cante, toque o baile bien?

—Bueno... seguro que alguno habrá, pero seguro que lo han desheredado (risas). Bailar y tener sabrosura y gozadera es casi una obligación en Cuba.

¿Esa ligazón con la música se puede deber a la tradición, la educación, el clima...?

—Creo que es el agua de los manantiales (risas). Sinceramente, es la mezcla de la música afrocubana y española. Se juntaron dos potencias rítmicas y melódicas africanas y europeas que enriquecieron y dieron una fuerza musical muy grande a la isla; y desde hace muchos años. Es increíble la importancia de un país chiquitito como el nuestro en la música, del jazz a lo popular o la música clásica.

Imagino que los viajes profesionales le hicieron recalar en Madrid.

—Empecé a viajar y pasé por España. Como me encantó, aunque regresé a mi país, decidí cruzar el charco y quedarme. Fue en 2011, hace casi una década, e hice muy bien. Cuba es, políticamente y para viajar, muy limitado. Y culturalmente, ya que se acaban las oportunidades de compartir con otras personas debido a los problemas que hay para salir fácilmente. En Madrid se me abrieron muchas oportunidades de conocer a músicos que me encantaron, así como de acceder al mundo en libertad.

Allí conoció a Borja Barrueta, que toca esta tarde con Baleen Lobak.

—Claro, y es una gran inspiración. Y diría que no solo en la batería, también en la vida. Y es de Getxo, lo sé. Es un músico increíble.

Ha trabajado mucho...

—Los primeros cinco años en Madrid como sideman (acompañante). Luego, pensé en mi propia carrera, en componer y tener mi propia banda. Era un sueño y me puse a ello. Antes de The Cuban Jazz Syndicate edité los discos Ashé y Oasis. Este es el tercer proyecto, con el que acabo de editar Y llegó la luz.

Con una propuesta entre el jazz y la música afrolatina.

—Eso es. Estudiando tuve mucha influencia del jazz, gracias a mis compañeros. Además, Cuba es un gran exportador de jazz latino y hemos aprendido de sus músicos. El repertorio, que añade mi visión propia desde mi edad y visión del mundo, rescata el legado de Paquito D´Rivera, Chucho Valdés y otros de estos músicos.

Como Tito Puente, a quien le homenajea en el disco.

—Así es, al maestro. Con ese tema abrimos los conciertos porque tiene tremenda fuerza y alegría. Así era él, tiene su onda y seguro que le habría gustado. Era un gran líder y director de su mítica banda, lo que me inspira a mí.

Aunque se note menos, a usted también le encanta el jazz de Estados Unidos.

—Sí, baterías como Max Roach, Art Blakey, Elvin Jones o Roy Haynes. Y otros que no lo eran, como Thelonius Monk, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane... Todos me han influenciado en mi forma de tocar, que es muy melódica. Tengo ritmo, pero busco la musicalidad de la melodía.

Y lo hace a través de boleros, cha cha cha, danzones...

—Hacemos una buena mezcla de colores y sabores. Era mi intención para el disco, tocar muchos palos del latin-jazz cubano y traerlos al presente.

¿El objetivo es hacer bailar y sudar?

—El objetivo es que la gente vaya a vernos, ya que cada concierto es un hecho único. Aunque lo repitas, nunca será igual. Queremos que la gente disfrute mucho; y solemos lograrlo. Lo damos todo y buscamos que la gente disfrute, pase un buen momento y baile...

Ahora, poco, recuerde que estará sentada.

—Cierto, pero se puede bailar sentado. Se disfruta igual, pero sí es una pena que haya estas limitaciones. Peor sería no poder tocar, de ahí que agradecemos el esfuerzo que hace el festival y la gente de la cultura para que el público disfrute. Y hablamos de mayores a niños.

Creo que se está atreviendo a cantar también.

—Claro que sí (risas). Cantamos, reímos, bailamos... es algo natural, nada forzado. Hay que sacarlo y compartirlo.

Muchos tildan a su grupo de superbanda, como un 'dream team' afrolatino.

—He tenido suerte con estas estrellas que llegan conmigo a Getxo, del maestro Pepe Rivero (piano) a la cantante Miryam Latrece (voz), Raynal Colón (trompeta) en sustitución de Carlitos Sarduy, Ariel Brínguez (saxo), Yarel Hernández (bajo)... Es un grupo de ensueño, somos como una familia y hacemos la música que nos gusta.

"Es un grupo de ensueño, somos como una familia y hacemos la música que nos gusta"

"Es increíble la importancia de un país chiquitito como el nuestro en la música, del jazz a lo popular"