La Habana - Cuba despidió ayer a la legendaria bailarina Alicia Alonso, una de las más grandes divas del ballet clásico, que eternizó el personaje de Giselle con una marca universal. Alicia Alonso, fallecida a los 98 años en La Habana, tuvo una de las más largas carreras que se recuerdan en la danza, en la que combinó magistralmente a golpe de talento y perseverancia la más exquisita y rigurosa interpretación, el magisterio, la coreografía, y la dirección del Ballet Nacional de Cuba (BNC). Pese a su avanzada edad y a la ceguera casi total que sufrió durante largos años, incluso en su época de bailarina en activo, Alonso se mantuvo pendiente de los escenarios hasta el último momento a la cabeza de la compañía, con gran prioridad en la supervisión del trabajo de los jóvenes bailarines, a quienes trasmitió su legado.

De hecho, la autodenominada “prima ballerina assoluta” del BNC seguía dirigiendo formalmente la compañía, aunque desde enero pasado con el apoyo, como subdirectora, de la bailarina Viengsay Valdés, que es quien tomaba ya las decisiones artísticas, pero “siempre fiel” al legado de Alonso.

Alicia Ernestina de la Caridad Martínez del Hoyo, su nombre original, nació el 21 de diciembre de 1920 en La Habana hija de padres españoles. Dio sus primeros pasos en la danza a los 9 años de edad. Su actividad profesional en Estados Unidos comenzó en 1938, bailando en comedias musicales como Great lady (Gran fama) y Stars in your eyes (Estrellas en sus ojos) junto a renombradas figuras de la época, antes de integrar el American Ballet Theatre de Nueva York en 1940. El 28 de octubre de 1948 fue una fecha clave en su trayectoria: fundó en La Habana, en colaboración con los hermanos Fernando y Alberto Alonso, el Ballet Alicia Alonso, primero de su tipo creado en la isla.

Desde su juventud, Alonso padecía un defecto de visión en un ojo, y en pleno apogeo de su carrera en los años 70 sufrió desprendimiento de retina, una dolencia que la dejó casi ciega para el resto de su vida. En tres ocasiones pasó por el quirófano para intentar superar sus problemas de visión, y la última de ellas le planteó la difícil prueba de mantenerse alejada de los escenarios por dos años, un obligado reposo que “fue duro, pero aprendí a bailar con el cerebro”, según contó. “Me ubicaba en Giselle e iba paso por paso en la coreografía, desde que se abría el telón hasta el final. Me entrené a ver los ballets en mi mente como si fuera el público”, reveló. - R. Martorí