iruñea - Los astros se aliaron para que Lorenzo naciera en Portugalete, 1964. Estudió imagen y guión en la Universidad Complutense y dirección escénica en la RESAD de la capital del reino. El jarrillero siempre tuvo claro que ante problemas reales, sólo sirven las soluciones imaginarias, así que en ese año constelación que fue 1992 creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como Bru. Ahora con su cuarta publicación ha escrito su novela más rabiosamente política, lírica y hermosa. En su obra, que está siendo distinguida no solo por los lectores/as y la crítica, sino también con numerosos galardones, “nos descubre el lado más canalla y divertido de un Robinson Crusoe moderno en la España rural”, explican desde la Asociación Diego de Haro en referencia al protagonista. Manuel es un tipo que huye de un suceso repentino y da con sus huesos en Zarzahuriel, nombre con el que bautiza a un pueblo abandonado donde durante meses sobrevive de libros Austral, vegetales de los alrededores y una pequeña compra en el Lidl que le envía su tío. Y se da cuenta de que cuanto menos tiene, menos necesita. Sucintidad, retro-normal, amorinado, libeluzación o mochufa son algunas de las palabras con las que el autor, que vive en una aldea segoviana, jalona un texto desternillante a ratos que, sin embargo, nos habla a las claras de la sociedad del exceso y la tontería en la que vivimos.

Su novela ha sido premiada por los libreros de Navarra, ¿saben distintos los reconocimientos que llegan de un sector que sabe de qué habla?

-Creo que tenía 8 años la última vez que opté a un premio (ríe). En Blackie Books, editorial en la que publico y que empezó hace diez años, desde el principio cuidaron muchísimo el tema de los libreros. Entonces quizá estaba menos implantado Amazon y dentro de los libreros estuvieron siempre muy pendientes de los libreros vocacionales, es decir, de esos que a lo mejor no son los de El Corte Inglés.

De los libreros, en definitiva.

-Exactamente. De aquellos libreros que habían montado sus librerías como ellos habían montado su editorial. Así que eso de que sean libreros los que nos premien así por la cara, porque se les ha ocurrido, es como de algún modo cerrar un circulito.

Cuando termine la novela me dio por pensar en Manuel, y me lo imagino retozando libre, a su aire... No voy a usar la palabra disfrutar, no se preocupe...

-(Ríe) Es que la usa tanta gente. Hay quien se me acerca a decirme que ha leído mi novela y la ha disfrutado y entonces le digo que está claro que no la ha leído (ríe).

Le decía que Manuel me da un poco de envidia.

-¿Sí? Me alegra mucho que te dé envidia por un doble motivo. Primero porque Manuel es hijo mío y segundo porque estás envidiando a un personaje de ficción y lo chungo es envidiar a un personaje real.

También reconozco que me pasa un poco como al narrador, el tío de Manuel, que no creo que fuera capaz de vivir así y seguramente tampoco quiero. Somos pura contradicción los seres humanos.

-Todos los personajes sobre lo que he leído si no tenían una contradicción, no me interesaban. Ese tío, en efecto, quisiera hacer una cosa, pero no se atreve a hacerla nunca y eso le emparenta con todos nosotros.

¿Qué entiende por asquerosos?

-Esta es mi versión de los asquerosos, lo que yo considero por asquerosidad. Resumiendo mucho, para mí la asquerosidad tiene que ver con andar pegando gritos, con lo gorronería, con el que quiere colarse en las colas, con el que intenta timar a los demás... La voluntad de mangar a los semejantes me parece bastante asqueroso, igual que la horterez en el sentido Telecinco de la palabra, hablando pronto y mal. Aunque en realidad no es hablar mal, porque eso es una puta mierda. Supongo que para mucha gente hortera serán Monet o Picasso, para mí es Telecinco. Y cualquiera que considere a Monet y Picasso horteras es un pobre diablo, así que (ríe)...

¿Todos pasamos por un cierto nivel de asquerosidad en nuestras vidas?

-Por supuesto. Estoy aquí disertando sobre lo que considero que son los asquerosos y si me pongo a pensar, me puedo encontrar con actitud deplorables que he tenido y que se denuncian en la novela. Lo importante es ser consciente, porque un verdadero asqueroso es esa persona que no entiende, ni siquiera imagina, que puede serlo.

¿Por qué en esta cuarta novela ha querido hacer una declaración de amor a la austeridad, a la ‘desnecesidad’ que dice Manuel?

-Esa austeridad que es elegida motu proprio, y no impuesta, siempre me ha seducido mucho; me ha parecido una forma muy entretenida de estar en el mundo. Y además conecta con lo que históricamente hemos sido la mayor parte de las personas siempre en España. La austeridad está bien, pero si encima está contrapuesta a la ostentación me parece mejor todavía.

Más que nada porque vivimos en un mundo de exceso de todo, de ruido, de comida, de ropa, de cosas...

-Pues sí, en efecto. Yo no me entero de mucho porque vivo en un pueblico y no tengo tele, en todo caso la veo en el ordenador y me salto los anuncios, pero cuando voy a poblado veo que se anuncian una bobadas que me da por pensar que no se están anunciando tanto los productos, sino la pronta muerte de mucho tonto que necesita tonterías para vivir. No sé poner ningún ejemplo, porque se anuncia cada gilipollez... Se anuncia cada cosa que el que las compre la va a palmar pronto por bobo del culo.

También se aprecia en la narración un cierto enfado con esta situación, como si con la novela quisiera tomarnos por las solapas y sacudirnos el exceso de tontería de encima. ¿Es ese el motor de la novela?

-Es verdad, hay una cierta ira. Me encuentro actitudes que me provocan bastante asco y las vierto en una novela. Porque se escribe desde lo que se siente, y, además, mientras escribes estás desahogándote y neutralizando la situación por medios pacíficos, que es más saludable que desahogarse por medios no pacíficos.

En ese sentido, queda claro que estamos ante una novela política.

-La verdad es que la palabra política viene de polis, que significa ciudad, y esta es una novela de un tío que vive absolutamente solo (ríe). Esa paradoja está bien. Yo supongo que político es cualquier cosa que se escribe. Pero la política y la ecología son para practicarlas. La forma de hacer política es votando y la forma de hacer ecología es no ensuciando. Por otro lado, si te interesa el mundo, y a mí me interesa mucho, cualquier cosa que escribas te saldrá política.

Entiendo que, aunque vive en un pueblo de quince habitantes, no llega a los extremos de Manuel en materia de alimentación y de aseo...

-No, no, no, ¡por dios! (ríe). De hecho, justo cuando he contestado tu llamada me estaba comiendo una pasta, y esto a él le parecería muy pijo (sonríe).

Al margen de eso, ¿este personaje se parece más a Santiago Lorenzo que los de sus anteriores novelas?

-Vamos a ver... Cuando escribes un personaje te pasa un poco como cuando oyes tu voz grabada, que dices “esa no es mi voz”. Estoy pensando ahora en personajes de otras novelas y no sé cuál se parece a mí o no. No sé qué decir, lo mejor es tomar al personaje tal cual, prescindiendo del pobre diablo que lo haya creado. A Manuel le sobro yo absolutamente.

¿Se retiró a un pueblo pequeño porque estaba harto de la ‘mochufa’?

-No. Me retiré y aun no sé por qué lo hice. Creo que es porque me gusta mucho cambiar de medio. He vivido en cuatro sitios muy distintos entre sí. Y los cuatro me han fascinado. Supongo que de aquí a un tiempo me iré a otro lugar que será totalmente distinto a Portugalete, a Valladolid, a Madrid y a este pueblo en el que vivo. Creo que es por voluntad de pegar cambiazos. En vez de viajar un poco cada fin de semana, lo que hago es cambiar de vida cada diez años.

Hemos citado a la ‘mochufa’, que es una palabra que ya había usado en una novela anterior y forma parte de estos términos que se va inventando parece que gozosamente.

-A mí me parece muy divertido. Yo me lo paso bien en general, pero sobre todo cuando doy con una palabra. Es maravilloso, una gozada. Me encanta hacerlo. Lo de las palabricas es como ver crecer las lechugas desde la semilla.

Se nota también por la velocidad de muchos párrafos que se lo pasa en grande escribiendo.

-La verdad es que me lo paso de puta madre escribiendo. Por eso no escribo una novela cada seis meses, prefiero prolongar el período de escritura y darles muchas vueltas a las cosas. Me gusta mucho darle vueltas a todo en general, pero si encima vas a sacar una novela que Blackie Books va a tratar con toda su ilusión y que la gente va a salir de casa para comprar, gastando su dinero, pues hay que darle más vueltas aun. Y como esto más que un trabajo es un descanso, pues más descanso aún, y así ad infinitum.

Manuel cree que su súperpoder, o más bien su naturaleza, es la invisibilidad, porque nadie le ve, ¿cuál elegiría Santiago Lorenzo?

-Pues como dice él también, me gustaría no tener que dormir. Lo elegía ahora mismo. Sería fantástico. Lo de tirar telas de araña no lo quiero para nada, de hecho, viendo algunas esquinas de mi casa me doy cuenta de que ya hay alguna spiderman fabricándolas (ríe). El otro día me acordaba de Phantom, que era el cómic que publicaba el periódico cuando era pequeño, que te daba una hostia y te dejaba una calavera marcada en la cara. ¿Para qué quiero yo eso? No dormir, sin duda, sería mi deseo.

Cuando se habla de esta novela y de otras el tema de la España vacía sale inevitablemente. Recientemente leía un reportaje titulado ‘La España menguante’ que afirmaba que cada hora cinco personas abandonan el medio rural y que esta situación se puede revertir. ¿Lo haría, revertiría esta circunstancia?

-A mí me da igual. Lo que no soporto es que se destruya el medio biológico, pero que haya gente en un sitio o en otro no me preocupa. De todos modos, este movimiento de que se estén despoblando ciertas zonas y poblando otras es muy grande y su origen está donde lo quieras poner, en Blanca de Navarra o en Favila, el de espabila Favila. No te puedes pronunciar muy a las claras, porque siempre que pasa algún proceso tengo la sensación de que algún jeta está sacando provecho de él. Yo estoy seguro de que esto se revierte solo. Un día tuve ocasión de hablar con Sergio del Molino y le di la enhorabuena, aunque también le dije que preferí no leer La España vacía porque Los asquerosos no iba sobre eso. Pero le felicité por tener la idea de escribir sobre este fenómeno tan gigantesco y porque la vida comercial de Los asquerosos no hubiera sido posible sin la vanguardia que él supuso.

Pero, como dice, ‘Los asquerosos’ no va de esa España vacía.

-No, para nada. De hecho, en materia de geografía aparece Chernóbil, diciendo como que tampoco es mal sitio porque no hay mucha gente (ríe). De todas formas, y aparte de esto, sí diré que lo que no puedo entender es que la fabricación de productos importantes como el trigo y las patatas se lo hayamos encomendados a los asiáticos y a los africanos y estén los agricultores de aquí muertos de asco. Es que cuando tengamos toda la casa llena de ordenadores y no tengamos zanahorias, entonces lo vamos a pasar muy mal. Esto puede sonar muy progre, pero es que es la requeteputísima verdad. De sentido común.