bilbao - La bilbaina Ainhoa Vidaurreta se marchó hace quince años a Madrid para cantar jazz, y ahora regresa al botxo bajo el nombre artístico de Noa Lur para abrir hoy la Muestra BBK Jazz, en la que colabora DEIA, a las 20.00 horas, antes del recital del grupo del contrabajista Javier Colina. La vocalista, que pide más apoyo para los músicos de jazz vascos, presentará su segundo disco, Troublemaker (Warner). “El jazz es un campo abierto y libre en el que me imagino como una cabra pegando saltos”, explica.
¿Se tuvo que ir de Euskadi para hacer jazz de forma profesional?
-Aquí se proyecta la imagen de que hay mucha actividad debido a los festivales, e incluso te lo comenta la gente desde fuera. Aunque se contrata a las grandes estrellas, algo que está genial, pero también son fechas puntuales que no exhiben el tejido real de músicos vascos. Muchos estamos en Madrid o Barcelona. Por eso, esta cita está muy bien porque nos muestra a nosotros, que formamos parte de la escena real.
Lo del tópico, vamos.
-Nadie es profeta en tu tierra, sí. Aquí se cumple tal cual. Yo, de hecho, no he cantado en ninguno de los grandes festivales vascos pero sí lo he hecho en Catar, Marruecos, Estonia, Turquía... Y no he ido como artistas de segunda. Aquí, hay que hacer más méritos; y tener paciencia.
¿Cómo se enamoró del jazz?
-Fue en Bilbao, en el estudio de un amigo. Tenía 12 años y me enseñó una grabación de un cantante interpretando Summertime. ¡Me quedé fascinada, era la bomba! Y me dijo: esto es jazz.
¿Qué oía antes de esa revelación?
-En casa escuchábamos a George Benson, Manhattan Transfer y mucha música negra, a Whitney Houston, soul, hip hop... Y luego, de forma intuitiva, investigué en el jazz. Recuerdo ir el viernes a un centro comercial de Bilbao, al salir de ikastola, a oír discos con aquellos auriculares enormes. Y el sábado, también. De gratis. Y luego, con la paga del mes me compraba un disco. Ahora, los jóvenes lo tienen todo más fácil, al alcance de la mano.
¿Cuál fue el primer disco de jazz que compró?
-(Duda). Un directo de éxitos de Ella Fitzgerald muy barato. Tengo adoración por ella al ser la primera cantante a la que descubrí. Copiaba todo de ella, los solos, los comentarios... (risas). Y sigo investigando.
Debutó en 2015 con ‘Badakit’, un álbum arriesgado, solo de voz y piano, aunque con estándares.
-La idea era mostrarme porque era mi presentación. Y lo hice sin artificios, grabando en vivo en estudio la voz y el piano. Bueno, los pianos, ya que alterné los de Moisés Sánchez, Pepo Rivero y Luis Guerra. ¡A pelo total, como se hacían los discos antes! Como Tony Bennett o Sinatra y sus orquestas. Si hacía falta otra toma, se hacía, claro.
Se reveló con una garganta versátil, capaz hacer ‘scats’, de acariciar y también de volverse grave.
-Eso dicen (risas). Trato de hacer un ejercicio de sinceridad y, sobre todo, de jugar, explotando la parte lúdica de la voz, explorando recovecos y hacer soniditos y cosas sin sentido aparente. Eliminas filtros y salen cosas interesantes.
¿Juega cuando canta?
-Claro. El músico de jazz es como un niño grande. Todo son normas en la vida diaria, incluso en la música hay reglas sobre estructuras, repetición de estribillos... Y el jazz es un espacio y campo abierto y libre en el que yo me imagino como una cabra pegando saltos (risas). Dejando claro que hay que estudiar y prepararse mucho, por supuesto; y no olvidarse de la intuición y la espontaneidad. El jazz te deja ser tú mismo.
El disco actual, ‘Troublemaker’, es más carnal. Canta usted con un grupo e incorpora canciones propias.
-El repertorio es de creación propia, con colaboraciones de algunos amigos músicos. Y la banda es mucho más amplia; la formación menor que aparece es un cuarteto y en algún tema llegamos a ser una docena, con metales, batería... Si el primero era espontaneidad pura y dura, este tiene más planificación, composición y arreglos. No olvidamos el espacio para la improvisación a pesar del trabajo de producción previa. Es un berenjenal potente.
Y suena muy negro y no solo jazz, también groove, funk y soul. Más moderno y urbano, quizá.
-Es más vanguardia, un reflejo de mí y de la música que escucho. Incorporo unos musicazos que logran un sonido actual con la confluencia del jazz más puro con el groove, letras en euskera, un guiño flamenco en castellano... todo hace que el caldo sepa rico (risas).
Y en ambos discos se advierte su raíz vasca. En el debut, con las txalapartas de Oreka TX, y en este volviendo a usar puntualmente el euskera.
-Surge, no hay planteamiento alguno. Soy de Bilbao, vengo de ikastola y el euskera está dentro de mí, como el inglés por la música que escuchamos. Al final, es un reflejo de quién soy, y sale solo. Como en Errua, que alterno inglés y euskera.
Actúa también con big bands. ¿Su tercer disco irá por ahí?
-Bueno... lo hago desde el principio. He estado con varias y últimamente voy de gira con la de Leganés, cuyo director ha hecho arreglos de big band para mi último disco. Esa formación aporta otro sonido, otra manera de cantar y de aparecer. Hay que seleccionar mejor cuándo y cómo aparece la voz. Que no sea como cuando hay veinte personas en una sala y hablan todas a la vez.
En Bilbao serán un quinteto.
-Sí, me acompañarán David Sánchez (piano y teclados), Ander García (contrabajo, un investigador de la improvisación y de los bertsos), Alberto Brenes (batería) y Mauricio Gómez (saxo). Troublemaker es un disco flexible, por eso suena bien, independientemente del formato. Lo que decía antes, nos permite jugar y que pasen cosas continuamente, hoy durante unos 45 minutos.