El Goya más cortés expondrá en el Bellas Artes de Bilbao
La pinacoteca acoge en febrero una muestra que recoge los años de éxito del pintor con la más alta aristocracia
a los 29 años Goya cumplió su sueño: convertirse en pintor de la corte española. No era para menos este nombramiento, ya que el aragonés fue un artista que, a fuerza de mirar a su alrededor, llegó a ser un visionario. Desde que diera sus primeras pinceladas, el de Fuendetodos tenía claro que ansiaba las mieles de un éxito que solo era posible alcanzar con una brillante carrera cortesana. Finalmente logró su meta en 1775, año en el que conquistó a reyes y aristócratas y que supuso el comienzo de su consagración. Sin embargo, nunca olvidó sus raíces, las calles de Zaragoza ni a los familiares y amigos que dejó en aquella ciudad, algo que demuestra la correspondencia con su gran compañero de la infancia, Martín Zapater. Esa doble faceta del pintor, pública e íntima a la vez, es la protagonista de la muestra Goya y la Corte Ilustrada, que actualmente se encuentra en el CaixaForum de Zaragoza y que llegará al Museo de Bellas Artes de Bilbao a mediados de febrero.
La pinacoteca bilbaina, la Fundación la Caixa y el Museo del Prado han querido rendir homenaje al genio aragonés organizando una exposición que alberga 84 obras que confrontan al Goya de la corte -tan alejado de Los Caprichos y sus últimos Disparates-, con otros autores del siglo XVIII, como Battista Tiepolo o José del Castillo, realizando un juego de contrastes que explica la vida del autor en la corte y describe el llamado Siglo de las Luces.
Manuela B. Mena, jefa de Conservación del Área de Pintura del siglo XVIII y Goya del Museo Nacional del Prado, y Gudrun Maurer, conservadora del mismo equipo, son las comisarias de esta colección inédita en torno a la figura y obra de este autor, que abarca pinturas al óleo, cartones, numerosa correspondencia, miniaturas y estampas, e incluso algunos ejemplos de arte decorativo. En palabras de Mena, a pesar de que “sobre Goya está todo dicho, bien y mal”, esta muestra “tiene una particularidad especial, y es que todas las obras del Prado que componen esta exhibición son parte la exposición permanente de la sala madrileña: son piezas de primera categoría”. Esa enorme valía queda reflejada en títulos memorables como La Gallina Ciega o El pelele. Aunque en su mayoría las imágenes proceden del Prado, también se han sumado a este proyecto varias colecciones privadas, además del Museo de Arte de Ponce en Puerto Rico, el Museo de Zaragoza, la Fundación Colección Ibercaja, la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País y el Museo de Bellas Artes de Bilbao. A este respecto, la jefa de conservación apuntó que “después de que Zugaza dejase el Prado, ambos se han fusionado con nuevos proyectos”, puesto que el de Durango “no es solo un director gestor, sino todo un historiador”.
Punto de partida La muestra da comienzo con la relación que el artista mantuvo con Martín Zapater a través del intercambio de misivas. “No es una correspondencia convencional, Goya habla de una forma especial, hay frases suyas, profundas, que quedan reflejadas en la serie Los Caprichos, por ejemplo”, explicó Mena, quien aseguró que el zaragozano tenía “un nivel intelectual impresionante, que se refleja en la literatura de sus cartas”. A partir de esa amistad, que duró 43 años, la muestra recorre la figura y obra del pintor durante sus años como brillante creador de la corte para los reyes Carlos III y Carlos IV. Allí llegó en 1775 para colaborar en el encargo de cartones para tapices de temas de caza para El Escorial, pero su reconocimiento llegó más de una década después, cuando en 1786 fue nombrado pintor del rey y en 1799 pintor de cámara.
En las obras de este periodo puede verse, según Mena, “su calidad técnica, directa y elegante”, algo que no consiguieron el resto de artistas -ni siquiera Giovanni Battista Tiepolo que trabajó para Carlos III decorando al fresco varios techos del Palacio Real-. Paralelamente a esta sobresaliente trayectoria, Goya no dejaba de recordar sus orígenes, algo que continuó hasta su periodo de exilio en Burdeos, entre 1824 y 1828, año de su muerte.
“La obsesión de Goya eran las personas, su idea era preguntarse quiénes somos y cómo es posible que el ser humano pueda tener a veces una crueldad inaudita y en otras ocasiones mostrar una ternura suprema”, relató la comisaria Mena. Pero entre todas esas inquietudes que ocuparon la cabeza del pintor durante toda su vida, queda un hilo conductor artístico y biográfico, que no es otro que “un canto a la amistad por encima de todas las ideologías”.
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