bilbao - Tras el éxito en Francia y Hegoalde con Les voix basques, Anne Etchegoyen necesitaba “pensar en el futuro”. Por ello, se calzó las botas de peregrina para realizar el Camino de Santiago, desde Saint-Palais, en Iparralde, a Compostela. Fruto de ese viaje, en el que aprendió que “las cosas tienen el valor que quieras darle”, es Compostelle (Universal), un disco que presentará el 19 de mayo en el Teatro Gayarre de Iruñea y dos días después en el Arriaga de Bilbao, antes de viajar a Donostia en noviembre. El domingo recala en el Social Antzokia de Basauri.

¿Qué fue antes, el viaje o la idea del disco?

-La idea del viaje la tenía desde hacía años para vivir un periodo de introspección y encontrarme a mí misma. Quería cortar, andar sola y pensar tras el éxito de Les voix basques. Estaba cansada y había muerto mi abuela? Se juntó todo. Quería centrarme y pensar en lo hecho y en el porvenir. En mi casa, en Saint Palais, veo a los peregrinos pasar y me decidí.

¿Qué sacó en claro de la experiencia?

-No lo sé porque no sé qué buscaba (risas). Lo innegable es que existe un antes y un después del camino. Creo que era otra persona al acabar los 880 kilómetros porque la experiencia fue muy importante. Y tendrá consecuencias, seguro. Lo que aprendí es que las cosas tienen el valor que tú quieres que tengan.

Descubrió muchas ermitas e iglesias en el camino. ¿Es usted tan espiritual como su voz y su música?

-Me paré en todas. Siempre entro en ellas estando de vacaciones porque me encanta su serenidad y tranquilidad. Y en el camino recé mucho.

Fruto de esa pasión es ‘Agur Maria’.

-Sí, el Ave María. Me lo inspiró la capilla de Zabaldika y lo grabamos en la Colegiata de Zenarrutza, con voces masculinas y órgano. Fue maravilloso, con esa gran acústica.

El disco incluye temas en francés, castellano y, principalmente, euskera.

-Me resulta natural cantar en los tres idiomas, ya que, además del francés, aprendí castellano en el Lizeo y luego he ido recuperando el euskera en un barnategi. Hablo y vivo en los tres idiomas.

Pero se define como vasca, en primer lugar.

-En Iparralde se asume mejor que sea vasca-francesa porque no tenemos la misma historia. Nunca habría podido cantar el himno (francés en su caso) si hubiera nacido en Hegoalde o mis abuelos vivieran en Gernika durante la guerra. La historia en Francia es diferente.

Habla de esperanza para Euskal Herria aunque partiendo de la raíz, sin dejarse dominar por lo global.

-“No tenemos claro adónde vamos, pero sí sabemos de dónde venimos”, canto en este disco. Hay que tener claro nuestras raíces y nuestra riqueza particular, como pasa en Euskal Herria, Córcega o Bretaña. Soy una mujer vasca, con un sentimiento fuerte de pertenencia, y cuanto más me alejaba de él en el camino, más cercano lo sentía.

En ‘Zortziak bat’ le canta a la diáspora.

-Quería hacer esta canción porque es el octavo país, forman una comunidad real y viven Euskadi muy unidos y con un amor mayor que nosotros. Los valores de las cosas son más fuertes cuando estás lejos.

‘Compostelle’ es un disco no solo de folk euskaldun.

-Sí, hay txalapartas, coros, txistus? pero también flautas que suenan a jazz y alguna guitarra flamenca. Además de los sonidos vascos, los primeros que me inspiran, también lo hicieron otros que voy encontrando. Me gustan las culturas abiertas.

Ha vuelto a contar con el Biotz Alai de Getxo en dos canciones.

-Tienen unas voces agradables y son muy simpáticos. Cuentan con un director muy joven y motivado. Tiene ganas de hacer cosas y ha impulsado un coro infantil. Es vital pensar en el porvenir y en la transmisión, no solo en la experiencia y la historia.

Hablando de pequeños, ha contado con dos coros infantiles.

-Sí, el encuentro con el de la Ikastola Paz de Ziganda fue fantástico y, como soy madrina de una asociación en Madagascar, fui al país y allí grabamos a un coro malgatxe. Quería hacer una mezcla para constatar que podemos vivir juntos aunque las creencias sean diferentes.