bilbao - Entre vítores, palmas, cadenetas, versos compartidos y alguna lágrima. Así empezó a despedirse Oskorri de sus fans y una cultura euskaldun en la que ha escrito algunas de sus páginas más emotivas en las últimas cuatro décadas. Hauxe da despedidia!, la gira del agur, a la que restan siete etapas, se inició con éxito en la clausura de Getxo Folk, ante un público que había agotado las entradas y que coreó, cantó y bailó durante un recital largo, emotivo y trufado de clásicos como Aita semeak, Furra furra o Gaztelugatxe.

Oskorri empieza a ser pasado. Ayer dio su primer paso hacia la disolución, pero lo hizo en tono festivo y de celebración durante dos horas. No fue hasta las 22.05 cuando la nostalgia y la tristeza se adueñaron del público que había abarrotado la carpa. Habían sonado 25 canciones de todas sus épocas y proyectos, incluidos los infantiles y los de rescate de coplas centenarias.

Tras recibir un premio de manos del alcalde Imanol Landa, el grupo arrancó con la “martxa ederra” de Atzo goizean antes de volver a sus inicios con Guretzat, la primera de varias incursiones en la poesía de Gabriel Aresti, guiño a unos tiempos en los que llegaron “con un aire nuevo”. Su letra social -“el trabajo convertido en tema para cantar”- fue coreada en un karaoke masivo que facilitó una pantalla donde se proyectaron los versos más famosos.

A pesar del IVA y el pirateo, Oskorri apareció como octeto, en plan estelar, con “el trío de mosqueteros” al frente: Natxo de Felipe como ancla, locuaz y agradecido (alabó al festival y a bertsolaris, músicos y escritores colaboradores), con el apoyo de Anton Laxa y Bixente Martínez. Embelleciendo los arreglos de los temas estuvieron Jose Urrejola (flauta y saxo), Xabier Zeberio (violín), Iñigo Egia (percusión), Gorka Eskauriatza (bajo) e Iker Goenaga (triki).

Con un sonido limpio, bajaron el ritmo con Euskaldun berriaren balada, oda al esfuerzo del aprendizaje del euskera, para recuperar el ritmo con la emblemática Ezpatadantza, con guitarra eléctrica, ejemplo de la libertad que siempre ha presidido el grupo. Inmediatamente volvieron a las baladas con la eterna Gaztelugatxe, con Anton a la voz, paso previo a otro poema de Aresti, Emazurtz. Aunque menos conocidas, el público vibró también con el popurrí de coplas del herrialde, con Oskorri de viaje -Vizcayatik... Bizkaiara- antes de volver al túnel del tiempo con la delicada Aita gurea, con un Natxo de voz escalofriante.

Perfectamente medidos los tempos, la conjunción de baladas y temas vibrantes, la caricia y el sudor, el hedonismo y lo social, los clásicos con maravillas menos conocidas como Ez zaitez joan oraindik y un Topa dadigun en el que brindaron con champán, el grupo se paseó hasta 1980 con los inolvidables Violetaren martxa y Tirauki, esta última impulsada por los silbidos de arriba y debajo del escenario e interpretada tras esa gema llamada Ostatuko neskatxarenak. El canto y las palmas cobraron fuerza con Sautrela -“euskera da kanpora eta goazen denok dantzara!”- y se reforzó con Aita semeak, Euskal Herrian euskeraz y un Gora ta gora beti, con el calor del público -“gora ta gora beti, gora Lapurdi, euskera bizi gaita eta bizi bedi”- convertido en clamor y tranformado en cadenetas.

El largo bis no pudo iniciarse mejor que con San Petrike dantza, rítmica y con voces empastadas, al que siguió un popurrí de las canciones centenarias de The Pub Ibiltaria y otro de Katuen testamentua, con el respetable volviendo a la niñez. En Bizkiako aberatsak ofrecieron un arranque vocal precioso, y dijeron agur con Mode y Furra furra, con el público encendido y sabedor de que había asistido a un concierto inolvidable? de un grupo inmenso y, aunque diga agur, eterno.