bilbao - La Gaviota, de Antón Chéjov, es una de esas obras cumbre de la literatura que todo director tiene en mente, pero que pocas veces se atreve a plantear como proyecto. Su historia sobre el teatro y las pasiones no correspondidas hacen de ella una obra compleja y de posibilidades inagotables.

Así que cuando Gustavo Tambascio (Buenos Aires, 1948) recibió la llamada de Emilio Sagi ofreciéndole el regalo de la dirección de La Gaviota para el teatro Arriaga de Bilbao, no dudó en aceptar el reto. Este director de escena con muchísima experiencia en la dirección de óperas y teatro musical se halla en estos momentos en pleno periodo de ensayos para preparar la nueva adaptación de uno de los grandes clásicos de Antón Chéjov, que el Teatro Arriaga produce y va a llevar a escena entre este jueves y el domingo. Tambascio ha contado con un espléndido reparto de actores y actrices vascos como Gurutze Beitia, Mikel Losada y Lander Otaola, entre otros muchos.

Dicen los mismos actores que cuando se levante el telón el público se va a sorprender con esta producción.

-Dentro de mis planes no entra nunca jugar una triquiñuela al público; he pretendido en todo momento ser fiel al espíritu del texto original, pero es cierto que en esta nueva producción se llevan las pasiones al extremo, los personajes muestran sus sentimientos de una manera muy desnuda sobre el escenario. No hay pausas, vamos a saco, sin tregua, desde la visceralidad, desde lo más doloroso y lo más revulsivo que tienen los personajes en su interior: sus amores, sus odios, sus cegueras, su incomprensión... Todos están desgarrados interiormente y están expuestos frente al público. Y para esto nos servimos de una escenografía muy escueta, basada en el escenario, las luces y telones que cambian. Prescindimos absolutamente de todo lo que pueda distraer.

¿Qué le ha parecido el elenco de actores y actrices vascos?

-Es fantástico, son profesionales totalmente entregados. A los veteranos les conozco de mis viejos tiempos porque yo fundé una compañía en Bilbao en el año 1991, pero el hecho de trabajar mucho tiempo en Madrid hizo que no pudiera subsistir. De todos modos, me he sentido siempre muy ligado a esta ciudad; aquí pasé una parte de mi vida importante, no tanto en cantidad de tiempo, sino en intensidad. Ahora, he descubierto además a otra generación de actores jóvenes, he encontrado en ellos verdad, inteligencia, una mentalidad muy abierta... Estos chicos darán mucho que hablar.

Chéjov alguna vez bromeó refiriéndose a ‘La Gaviota’ como una obra con “poca acción y ochenta kilogramos de amor”.

-En la obra se entretejen distintas líneas y tramas argumentales, el teatro, la escritura están muy valorados por los protagonistas. Pero, versa también sobre el amor, y sobre el amor no correspondido. Los americanos, que son gente muy esquemática, definen La Gaviota como una obra donde cada uno ama a la persona equivocada.

Cien años después, sigue tan vigente como nunca...

-Es lo que pasa con los clásicos, la Gaviota no envejecerá nunca. Como ocurre con Hamlet, de Shakespeare, nos sigue conmoviendo porque Chéjov nos habla de lo que nos toca a todos. Es imposible no reconocerse en alguno de sus personajes. Todos tenemos algo del que cree que su obra no es suficientemente buena, del que tiene la inquietud de que no pasará a la posterioridad, del que tiene el temor de que no será comprendido, del que cree que no ha hecho lo suficiente o no ha sabido corresponder un amor, del que cree que la vida se le ha escapado o que vive en la permanente desesperanza... Hay un caleidoscopio monstruoso de personajes con historias que nos tocan, con las que nos identificamos.

¿Y a usted? ¿Le ‘tocan’ estos personajes?

-Esta obra me toca muy en particular. Yo no he tenido una madre actriz, como ocurre en La Gaviota, pero he tenido una hermana catorce años mayor que yo que me inició en el teatro y con la que debuté en su compañía cuando tenía cinco o seis años en mi Buenos Aires natal. Encuentro muchos puntos de la protagonista de la obra, la actriz Irina Arkadia, en mi hermana; hay muchos puntos de otro de los personajes, Trigorin, en mi cuñado que era escritor, hijo de un anarquista español del exilio... Crecí en una casa pequeña burguesa donde se valoraba enormemente el tema de escribir, el de crear, para desesperación de mi padre que no le gustaba nada. En ese sentido, evoco mucho mi propia vida en La Gaviota, es como una película que pasa infinitamente de fondo detrás de mi cabeza... Como sus personajes, viví cerca el teatro, y al igual que ellos, les he inculcado, a pesar mío, a mis hijos el amor por el arte, porque tengo un hijo que es músico y una hija que se dedica al cine.

¿Hay muchos claroscuros en la carrera de un director de escena?

-Esta profesión tiene su grandeza, pero también su miseria, porque finalmente nosotros, los teatreros, vivimos en un mundo ficticio. La cumbre y el abismo están exagerados de un manera terrible y nos movemos en una continua montaña rusa. Nos mostramos tal como somos al público y ser juzgado por la crítica, a veces, está bien y otras te hunde. Normalmente, un proceso de ensayo es también muy doloroso, un camino sembrado de dudas... Te preguntas constantemente si lo estarás haciendo bien. Y, de pronto, puede salir alguien que, por los motivos que sean, te pulveriza en cuatro líneas. Y tú te precipitas en el abismo y luego vuelves a resurgir.

¿Siempre tuvo claro que quería dedicar su vida a esta profesión?

-En realidad, yo me resistía y me resistía terriblemente. De joven escribía en un periódico que se llamaba Opinión y era militante de izquierdas, de lo que es ahora el Partido Obrero; yo fui casi fui fundador de esta partido, que ahora tiene en Argentina 1.300.000 votos, lo cual es una brutalidad para un partido marxista y ortodoxo. Me fui de mi país cuando llegó la dictadura militar y creí que seguiría escribiendo, no pensaba que los derroteros me iban a llevar otra vez al teatro.

¿Y cómo le recuperó el teatro?

-Entré a trabajar en la Ópera Metropolitana de Caracas, pero un escenógrafo amigo mío me insistía una y otra vez... Y un día pensé que todo me empujaba a la dirección escénica.

Le pasa un poco como a los personajes de ‘La Gaviota’, todos quieren estar en el lugar del otro.

-Yo había pensado tener una vida más segura, más tranquila, qué sé yo... Pero pisas un escenario con cinco o seis años y ya forma parte siempre de tu vida. Hay un momento muy especial cuando entro en un teatro y pienso que se parece a todos en los que he estado: el silencio, los técnicos poniendo luces... Es emocionante.

Producciones operísticas, musicales, teatro, cabaret... Ha abordado todas las disciplinas artísticas.

-Creo que todo lo que es espectáculo tiene que ver mucho conmigo, es una forma de mostrarme sin ser visto. El director es como un prestidigitador, se esconde y se muestra a través de los actores. Y creo que no hay genero chico. Yo encaro una zarzuela con la misma seriedad que una obra de Shakespeare y un cabaret que una ópera del Barroco o del Clasicismo. Esto también me ha permitido sobrevivir en el terreno práctico.

También se ha atrevido con la ópera contemporánea...

-He estrenado obras de Luis de Pablo, de Tomás Marco, de Mauricio Sotelo, de Leonardo Balada... La creación contemporánea me resulta muy interesante y te da un margen de libertad muy grande. Hace dos años tuve una experiencia muy amarga en Argentina. No pude estrenar una versión que hice de la Traviata porque hubo una huelga salvaje en el Teatro Argentino de La Plata y porque despertó la inquina del sector más conservador. La ópera era transgresora y empezaba con con un rock, y se levantaron voces quejándose de que eso no se le podía hacer a Verdi. No he oído ninguna crítica que ataque a un director musical de una ópera contemporánea; no hay antecedentes con los que comparar.

¿Proyectos?

-Acabo de hacer El loco de los balcones, una tragicomedia de Mario Vargas Llosa, en el Teatro Español, y ahora se ha producido una serie de encadenamientos que me llevan a hacer mucho Barroco, zarzuelas... El año que viene estrenará en el Teatro Real una ópera muy peculiar, que se llama El emperador de la Atlántida, que Viktor Ullmann compuso durante su estancia en el campo de concentración de Auschwitz.

Verdi es otra de sus pasiones...

-Sí, he creado y dirigido también un espectáculo, Viva Verdi, un homenaje en su bicentenario, que revisaba la obra de este compositor, con algunas intervenciones textuales y apuntes biográficos e históricos. Tengo un gran deseo de dirigir un Verdi para la ABAO, pero no han pensado en mí. He visto pasar ese aniversario, incluso he venido invitado por la ABAO y la Universidad de Deusto para dar una conferencia sobre el compositor italiano, pero nunca he logrado que me inviten a dirigir una ópera. Pero ¡quién sabe! Llevaba mucho tiempo sin volver a la Zarzuela, sin ir al Real, y me han llamado. Nunca digas nunca jamás.