BILBAO - Dijo que la iba a liar parda? y cumplió. Fito y su grupo dejaron anoche pequeño el Bizkaia Arena del BEC, que reventó de pasión y entrega ante los clásicos del músico vizcaino y las nuevas canciones incluidas en su reciente disco, Huyendo conmigo de mí (Warner). Los más de 17.000 fitipaldis que habían colgado con semanas de antelación el cartel de “no hay entradas” en el recinto barakaldarra, asistieron extasiados a más de dos horas de canciones aderezadas con un buen sonido, magníficos instrumentistas, la calidez y humildad del rockero vasco y un recital espectacular en lo visual y luminotécnico.
Se veía venir. Y Fito volvió a cumplir, como en todos los conciertos que ha ofrecido en las últimas semanas -restan otros cuatro antes de fin de año para concluir su gira 2014-, en los que ha agotado las entradas y logrado un éxito descomunal y de entrega por parte de su público. En casa no iba a ser menos. Por ello, el rockero reventó el BEC y volvió a lograr una respuesta incontestable con un repertorio que no sabe de generaciones, gustos ni edades -esa es la clave de los artistas realmente populares- , que firma un tipo humilde, en el que decenas de miles de fans siguen viendo al colega del barrio, el que aprendió más en los billares, los bares (a ambos lados de la barra), en los voltios por Cantalojas y Cortes, y en la carretera que en la escuela. “Si es por el maestro, nunca aprendo”, cantó ayer en el BEC.
una pantalla de 80 metros No hubo tregua desde el inicio, a las 22.15 horas, tras un breve recital de calentamiento con el rock simple, enérgico y comercial del grupo Los Zigarros, teloneros de la gira. Antes de reconocer el clásico Viene y va, entrante de un repertorio de 21 canciones, coreadas de principio a fin, las bocas ya estaban abiertas ante la espectacularidad del escenario, con su boca de 18 metros, una gran pantalla led de 80 metros cuadrados situada en su parte trasera y otro par laterales. Allí, desde la pantalla trasera se lograron los primeros “ooh” cuando se repasaban las diferentes giras del grupo, hasta llegar a la actual, en el marco de un cementerio, cuando de un féretro surgió una caricatura de Fito, dibujo animado con forma de esqueleto y con su inseparable gorra.
Se oyó más de un “¡qué guapo!” ya cuando la banda entró en acción y las guitarras rascaron el aire mientras Fito “iba y venía” del micro al escenario, animando al público y gritando “¡Bilbao!”. Territorio conocido y ya compartido, sin riesgos en el arranque, que prosiguió con Por la boca vive el pez -con otra bonita retro-proyección de cómic, con Fito, reconvertido en pez, en un coche- y Me equivocaría otra vez, este último con un tempo más calmo, para que respiraran arriba y debajo del escenario. Y allí, antes del cuarto tema, primero de su nuevo disco, ya se había advertido que los 100.000 vatios de sonido funcionaban y que cada instrumento -y la banda en su conjunto- se escuchaba con nitidez.
Tras varios duelos entre el saxo del fiti más veterano, Javier Alzola, y las guitarras del máquina Carlos Raya, y anunciar que “va a ser una buena noche, vamos a dejarnos la puta voz”, Fito probó fortuna con Lo que sobra de mí. Sin problemas. Otro rock´n´roll fácil, de esos adhesivos y que se pegan a la primera escucha. Encontró buena respuesta, no en vano más de 40.000 personas tienen ya su último disco, cuyo título sacó Fito de este tema. “Ahora sé que el cielo no está lejos, nosotros sí”, le acompañó el público antes de entregarse con pasión -por vez primera sin reservas, con las palmas de las manos calientes- ante el boogie rock Como pollo sin cabeza, con slide hiriente.
cercano Fito tardó poco en soltarse y todo funcionaba. De las imágenes (naturales o animadas) en las pantallas, que alternaban a la banda tocando en directo a proyecciones -especialmente bonitas las de Entre la espada y la pared, enmarcadas por el verde de Urdaibai, y la del cuervo de Pájaros disecados- , un derroche de luminotecnia impulsado por tres soportes en forma de cruz que subían y bajaban para ofrecer diferentes ambientes y colores, y unos Fitipaldis engrasados y en forma, que funcionaron como un metrónomo en su sección rítmica mientras el resto aportaba detalles y argamasa al prístino sonido general.
Fito, participativo, amigable y cercano a su público y su banda, alternó con sapiencia viejos éxitos -de Cerca de las vías, de aire country, solos calcados a su venerado JJ Cale, a su versión de Quiero beber hasta perder el control o un Corazón oxidado, a lo Springsteen, con un solo tan brutal como los de Nugent y con Griffin inconmensurable a la batería, con las nuevas, ya conocidas y coreadas, caso de la crítica Nada de nada, en la que el público se solidarizó contra la corrupción y coreó “tiempo de ladrones? de lo que me digas, nada de nada”.
Con Tarde o temprano, Fito grabó con la participación del público un vídeo de saludo para la próxima parada de la gira, Valencia, antes de provocar a los cimientos del BEC con su mítica Soldadito marinero y dar paso al bis tras ofrecer Antes de que cuente diez, con otro duelo brutal de saxo y guitarra. Cuando se cerraba esta edición, el público solicitaba su regreso para interpretar Después del naufragio, Acabo de llegar, la nostálgica Alucinante (de Platero y Tú, con él cantando en solitario y sentado al borde del escenario) y una versión de Nos ocupamos del mar, de Krahe, en la despedida.