Donostia - La iglesia de Zorroaga acogió el lunes una emotiva despedida civil a Nestor Basterretxea (1924-2014). En ella destacó el discurso de una joven desconocida para el gran público pero que en los últimos cinco años ha jugado un importante papel en la vida del artista. Su nombre es Katrin Alberdi y lleva un lustro ocupándose de restaurar, conservar y catalogar la obra del creador vasco.
Restauración y Conservación Alberdi (Irun, 1980) es licenciada en Bellas Artes por la UPV y se especializó en conservación y restauración. Enlazó becas en instituciones como Arteleku y el Guggenheim de Bilbao, y en los últimos tiempos ha compatibilizado su trabajo en el museo bilbaino con la tarea desarrollada en el caserío Idurmendieta, el domicilio de Basterretxea en Hondarribia. Les presentó Juan Pablo Zabala, médico pediatra con fuertes conexiones en el mundo del arte, y desde el principio se entendieron a la perfección.
La joven llegó a Idurmendieta para ordenar y preservar cientos de obras desperdigadas por el lugar y que, en varios casos, corrían el peligro de desaparecer. Es difícil calcular una producción tan vasta, pero en el caserío podría haber unas 3.000 piezas de obra gráfica y pintura, y un centenar largo de esculturas, la mayor parte de tamaño mediano o pequeño.
Lo más urgente, explica, fue eliminar el riesgo que sufrían las obras almacenadas en la ampliación del garaje, que sufría ocasionales fugas de agua y no reunía las condiciones adecuadas de temperatura y humedad. Por eso, Alberdi propuso convertir en “un gran almacén de arte” el espacio expositivo que el artista tenía en la planta baja, y en la actualidad, dos grandes habitaciones cúbicas de madera albergan buena parte de la obra de Basterretxea. “Queda mucho trabajo por hacer y muchas piezas por restaurar, pero se ha detenido el proceso de deterioro, que era lo urgente. Lo que está degradado, ya no se va a degradar más, y se recuperará cuando se pueda”, explica.
La conservadora ha reparado y limpiado, sobre todo, pinturas y dibujos estropeados por el agua y la humedad, así como algunas esculturas, principalmente de madera, ya que las de bronce, hierro o plástico presentan menos problemas de conservación. Entre las piezas rescatadas destacan, por ejemplo, la maqueta de una gran pieza escultórica que ideó para el aeropuerto de Gasteiz y jamás llegó a realizarse, o el prototipo de una silla-rueda que creó en sus tiempos de diseñador industrial y del que solo existe una pieza elevada ahora a la categoría de arte.
Los lienzos, en general, están en “buen estado” porque ya fueron intervenidos antes de la exposición del pasado año en el Bellas Artes de Bilbao. Así, entre las tareas más urgentes, Alberdi destaca la recuperación de “una pintura muy especial” de los años 70 que formaba serie con otras dos que no han sido localizadas. “Tiene unas medidas atípicas para lo que él solía hacer, de 1 x 1,20 metros, y es una especie de retrato cubista de un príncipe. Es urgente restaurarla porque ha estado mucho tiempo en el exterior y está muy deteriorada”, advierte la restauradora, que también cree que habría que “intervenir” en varios dibujos, collages y en las fotografías experimentales que Basterretxea realizó en los años 70 y 80, que están en “malas condiciones”.
catalogación Otra parte esencial del trabajo de Katrin Alberdi ha sido la catalogación de la obra del creador vizcaino. A diferencia de lo que ocurre con artistas como Jorge Oteiza o Eduardo Chillida, que cuentan con fundaciones que gestionan cuidadosamente su legado, hasta ahora nadie había intentado clasificar la ingente creación de Basterretxea. La irundarra ha invertido cientos de horas en guardar y catalogar en carpetas toda su producción, compuesta en buena parte por cientos de dibujos realizados entre los años 40 y la actualidad.
Para Alberdi, tener acceso a esos trabajos equivale a asomarse a la vida de Basterretxea “por una mirilla”. Impresos en cientos de papeles, cartulinas y cuadernos, pueden rastrearse sus pasos en el exilio o sus múltiples viajes por todo el mundo: Aix en Provence, Carnac, Bariloche, Mozambique, Túnez... Además, esa obra gráfica revela a un dibujante mayúsculo, de trazo versátil y muy figurativo, especialmente en sus primeros años. Porque como recuerda la especialista en conservación, “él se consideraba a sí mismo más dibujante que escultor”, y a pesar de lo que cree mucha gente, jamás esculpió. “Creaba formas, líneas, curvas? y cuando le funcionaban podía convertirse en un logotipo, un collage, un cartel o esculturas de diferente tamaño que un tallista se encargaba de fabricar”, desvela.
Entre los múltiples “tesoros” a los que la restauradora ha tenido acceso destacan, por ejemplo, unas 300 caricaturas que el artista realizó en los años 80 y 90. “Eran bocetos de personajes de la historia que él consideraba importantes: filósofos, reyes, músicos? Solo se han visto una vez, en la librería que uno de los hijos de Nestor tiene en Gasteiz”, asegura. Quizá esas u otras joyas “olvidadas” puedan contemplarse en la exposición que el Koldo Mitxelena elabora para noviembre. La restauradora, que trabaja sin descanso para tener listas varias piezas, no puede concretar el contenido de una muestra cuyo comisario será Xabier Sáenz de Gorbea, aunque adelanta que incluirá “obra desconocida” para el gran público.
Trabajo y generosidad En algunos casos, decir que un genio murió con las botas puestas sirve para otorgar cierta épica a su figura, pero en el caso de Basterretxea “es literal”. “Lo dije en la iglesia y no es una exageración: para cuando yo catalogaba una obra, él había creado otras diez. Era incombustible, nunca he visto trabajar tanto a una persona”, dice la joven, que en sus cinco años de relación con el artista solo le pilló dos veces viendo la tele. “Siempre estaba dibujando, o si no, leyendo libros con su lupa, catálogos de arte o el periódico”, afirma. De hecho, al empeorar su salud en los últimos tres años, su intensa vida social disminuyó y pasar más tiempo en casa hizo que se “disparara” exponencialmente su obra gráfica.
Según subraya la restauradora, “estaba en evolución constante” y muchas veces, cuando le mostraba alguna obra de los años 60 que él no recordaba, Basterretxea “empezaba a renegar” y mostraba su intención de modificarla. “Y teníamos que esconderle la obra para que no la alterara porque tiene un valor histórico. No es lo mismo cambiar un trabajo reciente que uno de hace 50 años”, justifica.
“Trabajar le daba vida”, advierte Alberdi antes de recordar que cuando el pasado mayo falleció su esposa María Isabel Irurzun, con la que compartió 63 años de amor, Nestor dejó de dibujar: “Todos sabíamos, y él también, que cuando dejara los lápices y la pintura, moriría”. Y así fue. Noventa años después de ver la luz en Bermeo, el artista fallecía en su casa de Hondarribia rodeado de los suyos y tras una vida plena de generosidad. Éste era uno de los rasgos del creador destacado unánimemente. “Atendía a todo el que acudía a pedirle alguna obra con fines sociales o solidarios. A cualquiera que venía a casa le regalaba algo, y le decíamos: ¡Nestor, cuida tu obra!. A mí intentaba regalarme cosas continuamente. Yo estoy aquí para cuidar tu obra, no para llevármela, le insistía. Era muy desprendido, también a la hora de vender: bajaba los precios porque le daba apuro que fueran caros. Igual ha dejado de ganar mucho dinero, pero esa era su forma de ser”, explica la joven, que quisiera seguir vinculada a la obra de Basterretxea: “Restaurar y catalogar su trabajo -también las esculturas públicas- es una labor de años y que tal vez requiera de más gente, pero todo depende del interés y de los medios que haya”.