NO soy un ser político. Sin embargo, desde mi infancia he vivido el hecho nacional vasco”. Nestor Basterretxea (Bermeo, 1924-Hondarribia, 2014) concurrió como tercer suplente de la lista de Bildu en la circunscripción de Bidasoa-Oiar-tzun en las última elecciones forales, pero él mismo asegura que nunca ha sido un militante al uso: “No soy un hombre ejemplar. Tengo el defecto de que me horrorizan la multitudes, quizá, por el hecho de que la creación artística es un acto íntimo que se desarrolla en soledad. Todo lo contrario que los actos que exigen la acción política”. “De todos modos, sí estoy cuando se me llama, pero por un sentido de compromiso que he adquirido más que por ese entusiasmo natural que veo que anima a tanta gente”, aseguraba Basterretxea, afiliado a Eusko Alkartasuna, en la edición de mayo de 2002 de la revista de la formación, Alkartasuna.

Hijo de un diputado del PNV en las Cortes Generales, la vinculación de Basterretxea con la política, no obstante, llega, sobre todo, de la mano de sus esculturas. Por ejemplo, es el autor de la contundente pieza que preside el salón de plenos del Parlamento Vasco (1983). Además, las Juntas Generales de Gipuzkoa acogen de manera permanente las maquetas que le sirvieron para la Serie cosmogónica vasca (1973) y en Donostia también se puede encontrar la simbólica obra Pakearen usoa (1988), que durante un tiempo sirvió de lugar de encuentro para mucha gente que protestaba por los atentados de ETA.

Con forma de árbol, la propuesta de Izaro -“el tronco y las siete ramas”- se impuso a otras 20 ideas en la votación de un jurado en el que el socialista José Antonio Maturana fue el único que se abstuvo -Julio Caro Baroja y Jorge Oteiza no acudieron a la reunión definitiva- porque cabía “la posibilidad” de que se prestara “a interpretaciones políticas poco oportunas”.

En reconocimiento a ese compromiso social y político, la pasada legislatura la Cámara vasca tributó un homenaje a Basterretxea; en el mismo, el escultor confesó que a comienzos de los ochenta buscó con Izaro “una idea sencilla de fácil aspecto y lectura por su carácter figurativo”, recordó también conversaciones que mantuvo su progenitor con personalidades de aquella época: “A veces me asustaba al oír gritar a (José Antonio) Aguirre y a mi padre, que era diputado del PNV, porque les rechazaban propuestas de contenidos autonomistas”.

Asesor de Lakua

Basterretxea también fue asesor cultural del Gobierno vasco. Una época que rememoraba siempre con cierta amargura: “No encontré en las personas de la Consejería (de Cultura) una buena disposición hacia la creación artística, y menos hacia el arte moderno. Eran buenos profesionales, pero sentí pronto que tenía poco que hacer en un ambiente tan obtuso”.

Tras tres años en Lakua, se dirigió al lehendakari Carlos Garaikoetxea para “explicarle lo que había sucedido”. La posterior destitución de Garaikoetxea, “de una violencia injustificada”, llevó también a Basterretxea a dejar la órbita del PNV y a afiliarse a EA: “Por humanidad; sentí la necesidad de afiliarme a EA, sobre todo, por mi adhesión personal a Garaikoetxea”.

Más allá de su escultura en el Parlamento Vasco o su trabajo como asesor cultural del Gobierno, el artista ha tenido otros flirteos con la política. Uno de ellos tuvo lugar a finales de la década de los ochenta, en Donostia. En diciembre de 1988, Basterretxea inauguró en el Paseo de la Zurriola -donde hoy se alzan lo cubos de Rafael Moneo- Pakearen usoa (La paloma de la paz), la escultura de siete metros que de manera provisional fue trasladada en 1993 a las inmediaciones del Estadio de Anoeta, donde continúa hoy. Cinco años antes del traslado y tras la colocación de Pakearen usoa frente al mar, Basterretxea reflexionó: “Somos cuatro gatos y vivimos divididos y crispados. Yo, que no soy valiente, tampoco escapo a esa situación. Ha habido personas que, incluso en tono afectuoso, me han advertido que no me conviene meterme en este tipo de asuntos”.En su trayectoria creativa, también alumbró obras en memoria de los fusilados durante la Guerra Civil -en el Parque de la Memoria de Sartaguda- o Matxitxakoko guda, levantada en la antigua carretera entre Bakio y Bermeo, en memoria de los soldados muertos en una de las batallas destacadas del conflicto del 36.

‘Cosmogónica’

Las maquetas de una de las principales obras del bermeotarra, la Serie cosmogónica vasca, también se encuentran hoy en una institución política. Repartidas en el edificio de la Hacienda foral guipuzcoana, seis de ellas tuvieron que ser reparadas tras el incendio de 2005, que arrasó parte de la sede. Con las piezas originales de la serie donadas en 2008 al Museo de Bellas Artes de Bilbao -donde se expusieron por primera vez en 1973-, las maquetas inspiradas en los estudios del antropólogo Joxemiel Barandiaran (“una mitología desconcertante, no es optimista, hay mucho dolor en ella”, en palabras de Basterretxea) pasaron a formar parte de las Juntas guipuzcoanas.

Repartidas en el hall y en el salón de plenos, Aker Beltz-Macho Cabrío, Argizaiola Zuta-Luz de difuntos vertical, Bost Aizeak-Cinco Vientos, Idittu-Genio nocturno, Majue-Genio subterráneo, entre otras, están expuestas desde finales de 2012 en la sede de la Cámara guipuzcoana como un nuevo ejemplo de la vinculación entre Basterretxea y el pueblo vasco.

De la Serie cosmogónica vasca, una de las obras más reconocidas de Basterretxea, el escultor dijo que “era una forma de abrazar nuestra realidad más arcaica, como es la mitología, entendida formalmente desde una estética actual”.

Con esa magnífica serie quiso seguir “fiel a todo lo que me enseña y me sugiere nuestra historia de vascos, y no solo en mí vive un artista que se comporta así, se nota, se percibe una fortaleza estructural que nos sube desde las raíces”. Por esa razón, zanjó, “la frivolidad no cabe en la aventura del pensamiento, una reciedumbre hierática, solemne, es más bien el territorio en el que nos encontramos más a nosotros mismos”. Basterretxea, siempre libre, puso su talento al servicio de un pueblo.