Bilbao - Fue como el Día de la Marmota? pero en heavy. Alrededor de 15.000 fans disfrutaron, bebieron, saltaron, cantaron y gritaron -los estribillos de las canciones y lemas como up the irons- al ritmo de los legendarios Iron Maiden, que ayer casi dejaron pequeño el pabellón Bizkaia Arena del BEC, en Barakaldo, con un concierto casi idéntico en escenografía, luminotecnia, trucos escénicos y repertorio al del año pasado. A pesar del inevitable déjà vu, el sexteto, que tuvo a unos brutales Anthrax como teloneros, mostró músculo con sus éxitos y convenció a pesar de interpretar solo tres canciones diferentes a 2013.

El actor Bill Murray no asistió ayer al concierto del BEC, pero al finalizar el mismo, casi dos horas después, flotaba en el pabellón la sensación de haber vivido una especie de déjà vu, como el que el estadounidense sentía en la película Atrapado en el tiempo cuando, al despertarse cada mañana, volvía a revivir el día anterior. Algo así sintieron buena parte de los casi 15.000 seguidores del grupo británico -Bizkaia Arena rozó el lleno, como en las grandes ocasiones- tras asistir al show de Iron Maiden, casi idéntico al vivido en 2013 en una nave contigua del BEC.

Ha pasado un año y los Maiden no tienen disco nuevo. Al contrario, están en el tramo final de la gira Maiden England, la misma del año pasado, la que revive fielmente el legendario Seventh Tour of a Seventh Tour (1988), por lo que se preveían escasos cambios a pesar de que el cantante de la dama de hierro, Bruce Dickinson, hubiera asegurado que llegarían a Euskadi con "un repertorio cambiado". No fue así, tampoco en el apartado escenográfico ni luminotécnico, aunque eso importó poco a la fiel parroquia heavy -sin distingos entre veteranos alopécicos y jóvenes que apenas habían nacido cuando el grupo despuntó en los 80, la mayoría varones y muchos vestidos con camisetas de los Maiden-, bien engrasada con katxis de cerveza tanto antes como durante el recital. Imaginamos que no sería Trooper, la que ha comercializado el propio grupo.

Calentó el ambiente Anthrax con un corto pero demoledor set que incluyó gemas trash como I am the law y Antisocial, además de un guiño al T.N.T de AC/CD, dedicado al enfermo Malcom Young, "mi guitarrista rítmico favorito", clamó el guitarrista Scott Ian. Iron Maiden tomó posesión a las 20,35 horas del amplio escenario, desnudo en su mayor parte, para permitir evolucionar a los músicos, y con dos alturas. Volvía a sonar Doctor Doctor, de UFO, como introducción, cuando, a oscuras y tras ver en las pantallas laterales de vídeo imágenes de un apocalíptico deshielo polar, el grupo inició "el viaje" con Moonchild, con el añadido de la primera explosión pirotécnica de la velada. Con un sonido disperso y enmarañado en el arranque, Dickinson, elegante con su levita, saludó desde el nivel superior del escenario antes de ofrecer otro clásico, Can I play with madness, encarándose ya a los fans de las primeras filas, que probaron sus gargantas con el fantástico estribillo del tema.

Dickinson, cuya voz fue calentándose y mejorando aunque sin llegar a los agudos de antaño, no es Mick Jagger, pero... casi. Incansable, volvió a demostrar que sigue en forma a pesar de sus casi 56 años. Tras un Prisioner con dedicatoria a Bilbao, los Maiden "atacaron" un 2 minutes to midnight con el que recordaron Donostia y el País Vasco, y que fue bastante coreado cuando la pareja Dave Murray y Adrian Smith se lució en su duelo guitarrístico. Inmediatamente después llegó la primera "sorpresa" de la noche, la recuperación de Revelations, el primer tema nuevo incorporado para este tramo de la gira, una lírica balada de su disco Piece of mind, de 1991, en la que las delicadas y melódicas guitarras sonaron mucho más potentes que en disco.

Locura A partir de ese momento, la euforia se disparó en el BEC, con puños al cielo, cuernos, explosiones, juegos luminotécnicos, diversos cambios en los telones traseros del escenario y apariciones en imágenes y hasta físicas de Eddie, la mascota zombie e imagen de los Maiden, que cual enorme soldado y ataviado con un sable, se manifestó cuando sonaba el legendario Run to the hills, con su riff inolvidable de guitarras dobladas y un Harris incansable ametrallándonos con su bajo. Antes, la locura se había desatado con el trío de himnos formado por The trooper, con Dickinson con casaca roja y ondeando la Unión Jack; The number of the beast, entre llamaradas infernales y con el 666 de su estribillo escupido por las gargantas del público, atónito ante una gran estatua intimidante de Belcebú que apareció tras el grupo; y la cabalgada de Phantom of the opera.

Cuando sonó Wasted years parecía imposible volver a lograr tal comunicación entre el sexteto y los fans, pero cerca se anduvo con la grandilocuencia instrumental, el órgano adicional y el humo que se apoderó del escenario cuando sonó Seventh son of a seventh son, clásico que precedió al segundo estreno, Wrathchchild, perfectamente recibido y buen aperitivo ante la avalancha sónica que llegó con otro himno grandioso, Fear of the dark, que rescató los "ooooh" del público - botó como si fuera una única persona-, y la recuperación de Iron Maiden con otra aparición de Eddie incluida. El bis fue otra comunión perfecta entre grupo y fans con trallazos como Aces high, introducido con imágenes bélicas desde las pantallas, y The evil that men do. Ambos precedieron al tercer estreno, Sanctuary, que dejó frío el agur definitivo, en el que se echó de menos el habitual Running free.