Donostia

reSulta realmente fuerte y contundente que una mujer, una artista, Emilia Enriquez (Ourense, 1972), realice una propuesta escultórica tan brava y expresiva en torno a la figura tradicional de las geishas japonesas y a sus múltiples facetas y contradicciones.

Con técnicas mixtas que van desde el papel, la madera, las cuerdas, hasta los polímeros y la pintura, la creadora construye unas mujeres de sintaxis expresionista grotesca, en cuyos rostros, posturas y actitudes se compendia gran parte de sus éxitos y de sus fracasos vitales. ¿Visión excesivamente dura, cruel, y esperpéntica?, se preguntarán algunos. ¿Visión parcial occidental de un mundo y una cosmovisión oriental, difícil de comprender y aceptar?, afirmarán otros. Con todo, cada artista, y desde su propia galaxia tiene perfecto derecho a realizar sus propias propuestas, como las aquí realizadas.

En el caso que nos ocupa, la artista presenta "una instalación escultórica en torno a la figura de la geisha, en un escenario teatral en el que, silenciosas y singulares, nos irán contando y escondiendo historias humanas, mostrando su naturaleza, el complejo y total sacrificio que conllevan.". Sus geishas, deformes y demacradas, cuerpos antibelleza clásica, presentan puntos de contacto y referencia con autores de las vanguardias históricas, como Picasso, Schielle, Basquiat, y de la iconografía teatral popular y feista, que se ven envueltas y atrapadas en sus propias redes, a las que la artista aporta un mayor patetismo a través de su personal expresionismo grotesco. Lo deforme, lo monstruoso, lo feo, desde Goya hasta las actuales postvanguardias y sincretismos, siempre ha estado presente en la historia del arte, y aunque parece contradecir a la propia naturaleza del arte, sin embargo siempre aparece por algún lado, como en las entretelas y en los repliegues de la cultura clásica, más afín a la belleza ideal greco-latina.

Las geishas de Emilia Enriquez poseen garra, contundencia, no dejan impasible al espectador, hacen reflexionar a una cultura y a una sociedad en la que las formas y las apariencias son más importantes que el contenido. Sus esculturas, mitad marionetas, mitad empaquetamiento a lo Christo, se instalan en el teatro de la vida, y desde sus esperpénticas posturas y rostros nos interrogan, nos cuestionan y preguntan sobre nuestros propios modos de vida y cánones de belleza. Desconocemos cómo sentará esta propuesta a los japoneses actuales.

Otra cosa son sus estilizadas y refinadas Horquillas de geishas, con sus incrustaciones y policromías brillantes, con sus acertadas contorsiones que recuerdan a los sauces y a las propias geishas. Verdaderamente refinada y de gran carga lírica resulta la vitrina de horquillas, sumamente sugerentes y bellas.