Palacio Euskalduna. 19-IX-2013. Giuseppe Verdi, 'Rigoletto'. Leo Nucci, Elena Mosuc, Ismael Jordi, Felipe Bou, María José Montiel, José Antonio García, Ainhoa Zubillaga, Javier Galán, César San Martín, Eider Torrijos, Eduardo Ituarte, Susana Cerro. Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Director de escena: Emilio Sagi. Directora de escena de la reposición: Nuria Castejón. Producción de ABAO-OLBE y Teatro Nacional São Carlo de Lisboa.
Verdi tenía claro que Rigoletto tenía que ser una figura "deformada y ridícula en su apariencia externa, pero apasionada y llena de amor en su interior". En él creó a uno de los grandes personajes de la literatura operística de todos los tiempos, un bufón miserable, desaprensivo y aparentemente maligno que enseguida se descubre al público como un padre temeroso y amoroso. Hay que tener tablas, experiencia, talento y un extraordinario instinto dramático para dar luz a ese conflicto interior, para hacer veraz la ira que vierte sobre los cortesanos en su gran escena del segundo acto.
¿Quién le iba a decir a Leo Nucci cuando empezó su carrera, allá por los sesenta, que acabaría siendo el más importante Rigoletto de su generación? Nunca fue un cantante de gran clase y no lo es ahora, cuando su voz ha perdido buena parte del lustre que tuvo en sus orígenes, pero puede ser el tuerto en el país de los ciegos, pues la crisis de barítonos verdianos es cada vez más abismal, y podemos quitarnos el sombrero ante su interiorización del personaje, bien dotado de patetismo y de verdad.
El sábado, el día del estreno, fue perfectamente fiel a su estilo. Vamos a recordar esa emisión tan muscular, esos sonidos fibrosos, esa falta de morbidez, esa ausencia de matices, de claroscuros, de canto ligado, y también esa pasión desatada tan inhabitual en los escenarios actuales. Nucci representa a la vieja escuela en una época en la que la ópera no es lo que un día fue. Tiene su propia leyenda y el público le perdona su demagogia, sus trucos y sus vicios, pues pocos cantantes quedan con el aura de los grandes divos a su alrededor.
Apenas hubo fisuras en el resto del reparto, desde la Gilda dulce y angelical de Elena Mosuc, con un Caro Nome para el recuerdo, hasta el Duque de ecos belcantistas y perfiles muy líricos de Ismael Jordi. Ambos cantaron mucho mejor que Nucci, por supuesto, pero las tablas son las tablas. Felipe Bou sorprendió en Sparafucile no tanto por voz como por línea, por acento y por presencia.
Deslumbrante la Maddalena de María José Montiel. No diríamos que el foso les ayudó de veras, ya que Miguel Ángel Gómez Martínez abusó de tiempos lentos y privados de direccionalidad, pero hubo intentos sinceros de buscar matices y de clarificar los distintos planos.
La escena de Sagi, muy negra, compensó esa falta de aliento teatral situando a Rigoletto en el centro de la acción y dejando que sobre su sed de venganza girasen las bajas pasiones de los demás hombres que cobran vida en esta ópera oscura, profunda e inagotable.