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Antibióticos Mitos y realidades

La popularidad que han adquirido los antibióticos hace que se conviertan en tema de dominio público sobre el que todo el mundo se atreve a opinar. Sin embargo, su uso y abuso esta rodeado de mitos y realidades, por lo que conviene contrastar la información que les rodea.

LOS antibióticos son uno de los pilares de la medicina. Su descubrimiento marcó un antes y un después en la historia del tratamiento de las infecciones. Es tal su popularidad, que estos fármacos se han convertido en tema de dominio público sobre el que muchas personas se permiten opinar. Sin embargo, su uso y abuso está rodeado de mitos y realidades. He aquí las verdades y mentiras que se esconden detrás de estas creencias populares.

"Los antibióticos son el mejor remedio para la fiebre". Falso. Los antibióticos no son útiles para el tratamiento de cualquier infección. Muchos de los pequeños trastornos que se padecen, sobre todo los niños, están causados por virus, que son resistentes al efecto de estos medicamentos y que suelen mejorar con antitérmicos, algún jarabe para la tos y un poco de paciencia. Es cierto que, en algunos casos, los resfriados pueden complicarse con infecciones: es entonces cuando el antibiótico puede tener su papel. Siempre bajo supervisión del médico.

"Producen cansancio y pérdida de apetito". Falso. Cuando se toman antibióticos se pierde un poco el apetito y se está cansado, pero la culpa no la tienen los medicamentos, sino los gérmenes que causan la infección. Por otra parte, también se cree que el consumo de antibióticos puede ocasionar un aumento de peso y algunos datos sugieren que pueden interferir en determinadas hormonas que intervienen en el proceso del apetito, aumentándolo. Nada más lejos de la realidad

"Pierden eficacia con el uso continuado". Verdadero. Esta aseveración es completamente cierta: el uso continuado de antibióticos provoca una selección natural de gérmenes que de forma progresiva se hacen más resistentes. Las personas que toman antibióticos con frecuencia cada vez necesitan fármacos de mayor potencia para combatir las infecciones. El problema es que no afecta solo al sujeto en particular, sino a toda la población, ya que estas cepas que se hacen resistentes son las que acaban por predominar. En caso de que se necesite tratamiento antibiótico con frecuencia, es conveniente no utilizar siempre el mismo y cambiar de vez en cuando; por supuesto, bajo control facultativo.

"Los inyectados son más eficaces". Falso. En el momento actual se dispone de una batería de potentes medicamentos para dar por vía oral. Tanto es así que puede tratarse perfectamente hasta una pulmonía sin necesidad de sufrir los temibles pinchazos y el dolor sucesivo. Los inyectables se reservan para casos especiales o para aquellas personas que toleran mal la medicación por vía oral por los efectos secundarios que les producen, como dolor de estómago o diarrea, entre otros.

"Cuanto más potente, mejor". Falso. No está justificado utilizar un antibiótico de amplio espectro cuando se tratan pequeñas infecciones. Para cada tipo de infección hay un grupo idóneo de medicamentos. De la misma manera, pensar que un fármaco caro es mejor también es erróneo.

"Durante el tratamiento con antibióticos hay que tomar yogures". Los antibióticos atacan a las bacterias pero, a menudo, no saben distinguir entre las buenas y las malas. El tratamiento antibiótico puede dañar y alterar la flora saprófita intestinal, que favorece la digestión y la absorción de alimentos. La alteración de esta flora fomenta que otros microorganismos no deseados (patógenos) se asienten en su lugar y provoquen diarreas. Para minimizar este problema, durante el tratamiento es aconsejable tomar yogur, a poder ser con probióticos (Lactobacillus). Por otra parte, no es infrecuente que las mujeres, tras tomar estos medicamentos, sufran picor y enrojecimiento vaginal y genital debido a la colonización de hongos, como la cándida, el más habitual. El consumo de probióticos o la administración de Lactobacillus en forma de cápsulas, tampones o cremas vaginales podría ser útil para minimizar los efectos adversos, pese a no haber resultados concluyentes.

"Prohibido el alcohol con los antibióticos". Es cierto que en determinados casos, el alcohol y los antibióticos pueden interaccionar y disminuir la eficacia del fármaco o provocar efectos secundarios. En general, es de sentido común no tomar alcohol con los antibióticos, pero no puede afirmarse de forma estricta que sea contraproducente en todos los casos. En caso de duda, el prospecto del medicamento puede aportar más información.

"Las alergias se producen ya la primera vez que se toma el antibiótico". Falso. Algunas alergias pueden producirse en personas que habían tomado el fármaco con anterioridad. Pueden mostrarse de distintas maneras: las más leves son la aparición de pápulas pruriginosas y la más grave es la anafilaxia, que puede comprometer la vida del paciente. Un hecho habitual es confundir alergia con intolerancia. Un dolor de estómago o una diarrea no son manifestaciones alérgicas.

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