Allá en la esquina, donde Bidebarrieta desemboca en El Arenal (o viceversa, según se mire...), el bar Pacho hizo fortuna, entre tertulias y cafés, con una decoración que fue celebrada como una de las más elegantes de Bilbao. Lo regentó en su día José Luis Salazar Ortigüelo y viene a este rincón su memoria porque los primeros renglones de la historia de hoy le corresponden a él.
No por nada, fue el primer presidente y fundador de la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo. Hay que recordar que el bar Pacho, que tanta fama gastó en Bilbao, fue fundado el 1 de mayo de 1925 cuando se puso al frente de la cafetería, Francisco Salazar Latorre (de ahí el nombre de Pacho, su apelativo más entrañable...), el padre de José Luis Salazar y de Francis, con otro socio llamado Amancio Gómez.
Nacido en la calle de Sombrerería y bautizado en la parroquia de los Santos Juanes –”como el mismo don Miguel de Unamuno”, le gustaba presumir...– se sintió siempre muy vinculado al Casco Viejo, dicho sea para ubicar al conductor de la diligencia.
En el año 1934 se reformó y se amplió con un decorado de roble, ébano y mármol, la primera barra de mostrador de acero inoxidable y los taburetes eran una obra de artesanía. Cuentan que incluso hubo algún cliente que quiso comprar estos al cerrar el negocio. Cuentan que también tuvo teléfono, desde donde se llamaban taxis en el ida y vuelta hacia el teatro Arriaga. No es extraño si se juzga que para la fecha en que cayó su persiana, allá por 1979, El Pacho ya era leyenda en Bilbao.
No lo busquen, ya no existe. Se ha convertido en un fantasma del ayer. Al cerrar en 1979 cedió el local a La Meca de los Pantalones y moría con él un pedazo de la historia local de Bilbao, plagado de protagonistas y anécdotas. Hoy su fachada, con columnas de ese mármol veteado tan singular, acoge otros dos negocios de dispares haceres: la lotería Azkarreta, que nació en 1914, once años antes que el propio bar Pacho, y la tienda de moda Desigual, una mirada hacia el futuro. La elegancia de la decoración pervive.
Pido permiso a César Estornés, un historiador de peso en el Bilbao de ayer y hoy, para contarles que el intrépido e intenso Francisco conoció el mundo de la hostelería, trabajó en el Boulevard, la Concordia y en la Cafetería del Teatro Arriaga. Estaba casado con Sabina Hortigüela Fernández de Retana, que murió el 25 de septiembre de 1936 durante un bombardeo de la aviación alemana en Bilbao y tuvieron cuatro hijos: María Luisa, Francisco, José Luis y Sabina.
Les hablaba de no pocas curiosidades en el viejo café. Cuentan que cuando el cliente abandona los servicios del Bar Pacho podía fijarse en un letrero que lo decía todo: ¡Abróchese antes de salir! ¿Acaso no era César González Ruano, quien aserguraba que los españoles se denuncian siempre porque salen de los retretes abrochándose la bragueta...? Allí, en el viejo local, se cuidaban las formas.
En uno de sus artículos costumbristas, Carlos Bacigalupe recuerda una de las conversaciones que mantuvo con el propio Francisco, el mismísimo Pacho. La describe de la siguiente manera: “La Gran Guerra trajo mucho dinero a Bilbao. Se comerciaba bien el mineral vizcaino. Yo mismo llevé con frecuencia hasta su casa a un capitán al que le habían hundido tres barcos cuando hacía el transporte hasta Inglaterra. ¡Cosa de los submarinos alemanes! Pero no importaba, porque el seguro acababa pagando y, ¡hala!, a embarcarse de nuevo.”.
Ya ven. En ese mismo texto recuerda que no pocos capitanes de la marina mercante pasaban por allí. Gentes que apenas entrar preguntaban: “¿No ha venido Fulano? Es que me dijo en Veracruz que aparecerían cualquier día de estos”, como si el asunto formara parte de lo cotidiano.
El local tenía dos puertas giratorias, una por Bidebarrieta, 1 y la otra por el Arenal y se asegura que bien cerca se asentaban los limpiabotas. Hay quien dice que fue el primero en instalar en Bilbao una barra americana y si no fue así bien puede señalarse como uno de los pioneros.
De su cocina nacieron unos sandwiches calientes de jamón y queso que hicieron las delicias de la sociedad bilbaina. Por darle brillo a la reseña puede recordarse que a su derecha, según se sale, quedaba el Hotel de Inglaterra, que fue casa de la célebre actriz María Guerrero y de su esposo, Fernando Díaz de Mendoza, cuando la pareja hacía temporada en el cercano teatro Arriaga.
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Para hacer las fuentes de soda y de heladería Francisco trajo a un cubano que más tarde terminaría siendo gerente de las cafeterías California, en Madrid. Hacía unas cremas de mantecado, fresa y coco de lo más celebradas por la concurrencia. La maquinaria frigorífica llegó toda de Estados Unidos. Era de la marca York y fabricaba el frío a base de amoniaco. Lo que les decía, un bar repleto de curiosidades.
Antes de que naciese la ABAO la ópera en Bilbao era cosa del teatro Arriaga. Las voces líricas aparecían por el Pacho a menudo. Entre ellos destacó la presencia de una japonesa llamada Toshiko Ashegawa, que hizo migas con uno de los hijos de Francisco, llamado igual que el padre. Poseía un bello timbre de voz, según decían. Llegó para intervenir en Madame Butterfly. Acabó como la protagonista de la ópera de Puccini, suicidándose. Hoy todo es más tranquilo.