Hoy la música de la calle Ledesma es otra: emana de las voces del pueblo que la ha tomado como punto neurálgico de diversión y casi nadie recuerda a Nicolás Ledesma, quien le da nombre desde finales del siglo XIX por petición de Antonio Trueba. No en vano, en el nomenclátor de 1891 esta zona se conocía como Particular de Solaegui y Zabalburu, apellido de los dueños de los terrenos sobre los que se urbanizó la calle.

Nicolás inició su carrera musical en el coro de la iglesia de Grisel, su pueblo natal. Trabajó como maestro de capilla y organista en la colegiata de Borja. Posteriormente trabajó también en Tafalla, Calatayud y en Bilbao, donde finalmente se asentaría. Creó una academia de música que en 1852 se transformaría en Sociedad Filarmónica, estando al frente de ella hasta 1857. Como profesor de piano y solfeo, contaría entre sus alumnos a Valentín Zubiaurre o Cleto Zavala, además de una numerosa clientela proveniente de la burguesía bilbaina. Fue una personalidad muy respetada en Bilbao y en Madrid. Presidente de la Sociedad Filarmónica de Bilbao y fundador y directivo de la sociedad La Armonía, contaba entre sus amigos a Hilarión Eslava. Ya ven sus credenciales.

Nicolás Ledesma García Redrado y Navarro, nació el 9 de julio de 1791 en el pueblo aragonés de Grisel del Moncayo, cerca de Tarazona, Zaragoza. Escribió gran número de composiciones religiosas y algunos zortzikos. A su vez firmó un método para piano y sus famosas fugas, que sirvieron de texto obligatorio en el Conservatorio de Madrid. En 1830 ganó las oposiciones para Maestro de Capilla de la Iglesia de Santiago en Bilbao, donde ejerció hasta su fallecimiento, acaecido el 4 de enero de 1883. Más de medio siglo a sus espaldas.

Veamos las rutas de su formación. Estudió solfeo y canto con los maestros Gisbert y Martinchique en la Catedral de Tarazona. Después se trasladó a Zaragoza, donde aprendió a tocar el órgano con el maestro Ferreñac. Cuando contaba apenas dieciséis años ganó en reñida oposición la plaza de organista y maestro de capilla de la colegiata de Borja (Aragón). En 1809 permutó esta con la de Tafalla y en 1830 se le llamó desde Bilbao para ser también maestro de capilla. En esta ciudad dio lecciones de música y tuvo como alumno al que más tarde sería también un buen compositor, Cleto Zavala (1847-1912), y al navarro Valentín Metón. Además, fomentó la afición a la música.

Dicho así, se hace valor su capacidad de trabajo pero la calidad de su labor es incluso superior. Nicolás Ledesma (1791-1883) puede considerarse una de las figuras más destacadas de la música en el País Vasco durante el siglo XIX. Desplegó su actividad desde el puesto de maestro de capilla y organista de la Capilla de Música de Bilbao, si bien rebasó con creces sus responsabilidades de músico religioso al implicarse en iniciativas pertenecientes al mundo civil de la villa. No en vano, fue un hombre valiente y ya anciano, se enroló en las tropas Auxiliares para defender Bilbao del Sitio Carlista. Durante sus estudios eclesiásticos recogió el testigo de maestros como el Españoleto o Ramón Ferreñac, y lo traspasó a las nuevas generaciones, que se encargarían de vivificar los nuevos conservatorios, los teatros, las salas de ópera y los salones, tanto los aristocráticos y burgueses como los más populares, en un momento en el que el mundo coral y orfeonístico vasco se abría paso inexorable.

Buena parte de su obra fue publicada póstumamente por el editor bilbaino de origen anglofrancés, Louis Dotésio, lo que permitió su difusión por todo el mundo. Su obra se halla encuentra, en cambio, injustamente olvidada.