Recuerdo haber escuchado la historia todavía en el siglo XX, cuando el Athletic viajó a Tiblisi, la capital de Georgia, en su regreso a la Champions League. Entre las indicaciones del guía surgió el relato. Turquía había intentado conquistar Georgia siglos atrás y el pueblo georgiano había resistido la invasión. En aquel agosto de 1998, siete años después de que el país se independizara de la Unión Soviética, había surtidores de gasolina expandidos por toda la ciudad. El guía fue quien lo explicó con claridad: lo que no habían conseguido las armas lo había logrado el petróleo y su comercio.

Viene ahora a mi memoria aquella frente a San Nicolás que, un mes de enero de 1780, recibió a un insigne invitado: John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, se alojó durante cinco días en Bilbao, cuando se dirigía a una misión diplomática en París. Un busto del propio Adams rinde homenaje a uno de los padres fundadores de la Constitución norteamericana, junto a la Diputación Foral. En la zona donde aproximadamente se alojó hay una pequeña placa que reza: “Aquí se situaba la posada en la que se hospedó en 1780 John Adams, segundo presidente de Estados Unidos (1797-1801) cuando iba a París en misión diplomática”. La conquista de Estados Unidos, si es que se puede decir, no llegará hasta la fundación del museo Guggenheim, cuando la capital de Bizkaia se hizo conocida en Estados Unidos, máxime cuando Pierce Brosnan se descolgó por la ventana del edificio de enfrente, caracterizado como James Bond, el agente 007. Lo vio medio mundo.

Les cuento todo esto porque, al abrigo de la vieja frase de Unamuno –”el mundo entero es un Bilbao más grande”–, uno percibe que Bilbao está hecho un mundo, de tantos vínculos y ligazones como tiene. Al fin y al cabo, la villa está hermanada con 11 ciudades esparcidas por medio mundo. ¿Quieren un ejemplo? En los estertores de los años 50, Abraham Hopman, cónsul americano en Bilbao, como parte de la política de intercambio de los Estados Unidos con la España de Franco, propuso al alcalde de Pittsburgh, Joseph Barr, hermanar ambas ciudades dadas sus almas gemelas. El entonces alcalde de Bilbao, Lorenzo Hurtado de Saracho, apoyó tal pretensión. Hay historias, también, de hermanamientos con Buenos Aires, Monterrey, Medellín; la propia Pittsburgh, Rosario, San Adrián de Besós, la propia Tiblisi o Tiflis, Valparaíso Qingdao y Yangpu.

Ya pueden imaginarse los vínculos de aquel Bilbao de hierro y naviero con la vieja Inglaterra, que incluso nos trajo el fútbol en un barco. Lo habrán oído mil veces, supongo. En aquella campa jugaban a fútbol los marineros ingleses que llegaban a Bilbao en los barcos MacAndrews. Hasta aquel momento era una práctica desconocida para los bilbainos. Hoy, en este lugar luce una placa conmemorativa para recordar que fue allí donde germinó precisamente la afición por el fútbol y la primera simiente del Athletic.

Apenas quedan vestigios de aquel fructífero abrazo que trajo hasta nuestras orillas el progreso y al Athletic, dos piezas esenciales en la mecánica de ser bilbaino. Y, sin embargo, los lazos comerciales siguen siendo tan importantes como cien años atrás. Ha cambiado el género, pero se mantienen los vínculos, como si unos invisibles lazos de sangre hermanasen ambos pueblos. Incluso a un naviero, Ramón de la Sota, le nombraron Sir. Hoy, es cierto, no hay mineral que llevarse a la boca, pese a que ACB, la acería compacta, es un monumento al afán por no perder las credenciales como productor de acero. Con todo, la relación se mantiene estrecha, como corresponde a dos enamorados. Es en la industria aeroespacial, en los campos de la biotecnología, en la innovación y en los medios de transporte, vinculados a las líneas aéreas de bajo coste, donde se tejen redes intensas de forma conjunta.

Pero no es este el punto de destino hasta el que quería traerlos. Ya en el siglo XXI la unión de Sopuerta y Fluminimaggiore, en Cerdeña, se sella sobre su pasado minero común. Hay un precedente encartado con el mismo país: el nombre del patrón cimentó en 1999 la familiar relación de Balmaseda y San Severino Marche.

La habrán escuchado hasta la saciedad. Hubo un día en que se inundó la Plaza Nueva para transformarla en una pequeña Venecia. No parece que haya documentos que lo acrediten pero sí existe un cuadro célebre de Manuel Losada de 1946 que recoge un evento festivo celebrado el 5 de agosto de 1872 como parte de los actos de recibimiento al rey Amadeo de Saboya, de visita en la villa. Se inspiró en lo que le contaron y en lo que oía del pueblo. Al parecer, al encontrarse la plaza bajo el nivel del mar, cuentan que sí fue posible aquel Bilbao veneciano.

En el historial de fiestas acuáticas en Bilbao toca reseñar la que tuvo lugar en 1879, siete años después de la incursión de Saboya. En esta ocasión se representó el matrimonio del Dux (máximo dirigente de las repúblicas marítimas de Venecia y Génova) con el mar Adriático. Al caer la noche, los personajes que simbolizaban al dux y sus acompañantes surcaron la ría en góndolas. A esta salida se sumaron otras embarcaciones con personajes ilustres griegos, venecianos y turcos. Los protagonistas del evento arribaron a Uribitarte, donde se dio por concluido el espectáculo. Eso sí, no sin antes regar el cielo con los colores de los fuegos artificiales y hacer volar un globo aerostático. Es, ya ven, Bilbao hecho un mundo.